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Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - «La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni olvidados ni despreciados. En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo libres». El Papa León ha citado a su predecesor Benedicto XVI para subrayar que la misión de la Iglesia solo puede realizarse si se deja animar y renovar constantemente por la acción del Espíritu Santo. Lo ha dicho este domingo 8 de enero, durante la solemnidad de Pentecostés, en la que ha presidido la liturgia eucarística celebrada en la plaza de la basílica de San Pedro ante una multitud de al menos 80.000 fieles, entre romanos y peregrinos llegados a la ciudad con motivo del Jubileo de los movimientos, asociaciones y nuevas comunidades.
En su homilía, el Papa León ha reflexionado sobre las diversas fronteras que el Espíritu ayuda a atravesar y a derribar.
La experiencia a la que hay que mirar -sugiere el obispo de Roma- es siempre la de los apóstoles, en cuyas vidas el Espíritu obra «algo extraordinario». Después de la muerte de Jesús en la cruz «se habían encerrado en el miedo y en la tristeza». Luego se encuentran con Jesús resucitado y reciben el don del Espíritu Santo, que «vence su miedo, rompe las cadenas interiores, alivia las heridas, los unge con fortaleza y les da el valor de salir al encuentro de todos para anunciar las obras de Dios»
El Espíritu Santo - ha recordado el Pontífice - «abre las fronteras ante todo, dentro de nosotros». «Es el Don que abre nuestra vida al amor», que «disuelve nuestras durezas, nuestras cerrazones, los egoísmos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos hacen girar sólo en torno a nosotros mismos».
El Espíritu «abre también las fronteras en nuestras relaciones. En efecto, Jesús dice que este Don es el amor entre Él y el Padre que viene a habitar en nosotros. Y cuando el amor de Dios mora en nosotros, somos capaces de abrirnos a los hermanos, de vencer nuestras rigideces, de superar el miedo hacia el que es distinto, de educar las pasiones que se sublevan dentro de nosotros», incluidos los peligros ocultos que contaminan las relaciones. «Pienso también, con mucho dolor - ha añadido el Papa - en los casos en que una relación se intoxica por la voluntad de dominar al otro, una actitud que frecuentemente desemboca en violencia, como desgraciadamente demuestran los numerosos y recientes casos de feminicidio».
El Espíritu Santo - ha continuado el Sucesor de Pedro - «abre las fronteras también entre los pueblos. En Pentecostés los Apóstoles hablan las leguas de aquellos que encuentran y el caos de Babel es finalmente apaciguado por la armonía generada por el Espíritu. Las diferencias, cuando el Soplo divino une nuestros corazones y nos hace ver en el otro el rostro de un hermano, no son ocasión de división y de conflicto, sino un patrimonio común del que todos podemos beneficiarnos, y que nos pone a todos en camino, juntos, en la fraternidad».
Sin embargo, «hoy en el mundo» ha remarcado Papa León, citando al Papa Francisco «hay mucha discordia, mucha división. Estamos todos conectados y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad». Y de todo esto «son una trágica señal las guerras que agitan nuestro planeta. Invoquemos el Espíritu de amor y de paz» ha proseguido el Pontífice «para que abra las fronteras, abata los muros, disuelva el odio y nos ayude a vivir como hijos del único Padre que está en el cielo».
Siempre en la plaza de San Pedro, por la tarde del sábado 7 de junio, el papa León XIV ha presidido la vigilia de Pentecostés con decenas de miles de miembros de movimientos, asociaciones y nuevas comunidades que han acudido a Roma para participar en su evento jubilar.
«La evangelización – ha dicho el Pontífice en la homilia pronunciada durante la Vigilia - no es una conquista humana del mundo, sino la infinita gracia que se difunde a través de vidas transformadas por el Reino de Dios. Es el camino de las bienaventuranzas, un itinerario que recorremos juntos, en continua tensión entre el “ya” y el “todavía no”, hambrientos y sedientos de justicia, pobres de espíritu, misericordiosos, mansos, puros de corazón, que trabajan por la paz». Y “para seguir a Jesús en este camino que Él ha elegido - ha añadido León XIV - no sirven poderosos protectores, compromisos mundanos o estrategias emocionales. La evangelización es obra de Dios y, si a veces pasa a través de nuestras personas, es por los vínculos que hace posible. Estén por tanto profundamente ligados a cada una de las Iglesias particulares y a las comunidades parroquiales donde alimentan y gastan sus carismas».
La mañana del viernes 6 de junio, el papa León se había reunido en la Sala Clementina con los «moderadores» de las asociaciones de fieles, movimientos eclesiales y nuevas comunidades que han participado en el encuentro anual organizado por el Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida. En el discurso pronunciado en esa ocasión, el papa León recordó, entre otras cosas, que «la vida cristiana no se vive en aislamiento, como si fuera una aventura intelectual o sentimental, confinada en nuestra mente y en nuestro corazón. Se vive con los demás, en un grupo, en una comunidad, porque Cristo resucitado se hace presente entre los discípulos reunidos en su nombre».
Dirigiéndose a los «moderadores de asociaciones, movimientos y nuevas comunidades», el Papa León recordó también que «todo en la Iglesia se puede comprender en referencia a la gracia: la institución existe para ofrecer la gracia, los carismas se suscitan para que esta gracia sea acogida y dé fruto. Sin los carismas – ha añadido el Pontífice-, existe el riesgo de que la gracia de Cristo, ofrecida en abundancia, no encuentre terreno fértil para ser recibida. Por eso Dios suscita los carismas, para que despierten en los corazones el deseo de encontrarse con Cristo, la sed de la vida divina que Él nos ofrece, en una palabra, la gracia».
(GV) (Agencia Fides 8/6/2025)