ASIA - “Hoy como ayer, la misión en Asia es presencia para responder a las necesidades de las Iglesias jóvenes”, afirma el Superior General de las Misiones Extranjeras de París (MEP)

jueves, 23 octubre 2025 misioneros   jubileo   institutos misioneros   evangelización  

Agenzia Fides

de Paolo Affatato

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – «Hoy como ayer, nuestra misión en Asia consiste en estar presentes para responder a las necesidades de las jóvenes Iglesias», ha afirmado en una entrevista a la Agencia Fides el padre Vincent Sénéchal, Superior General de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París (MEP), mientras los misioneros de la Sociedad se encuentran reunidos en Roma con motivo de la peregrinación jubilar. En el mes misionero de octubre, las MEP han presentado además un documental sobre sus misiones, titulado Aventureros de Cristo (véase Fides 21/10/2025).
Desde 1658, las Misiones Extranjeras de París contribuyen a la evangelización de numerosos países asiáticos: Tailandia, Vietnam, China, Camboya, India, Laos, Japón, Corea, Malasia, Singapur y Birmania. En el siglo XX, 23 misioneros ofrecieron su vida como mártires y han sido canonizados. Actualmente, la Sociedad cuenta con unos 150 sacerdotes en 14 países y sigue participando activamente en el anuncio de la Buena Nueva, enviando misioneros a Asia y al océano Índico, sobre todo en el ámbito de la «primera evangelización».

Padre Sénéchal, ¿puede hablarnos de los orígenes de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París y de su misión actual?

La Sociedad de Misiones Extranjeras de París fue fundada en 1658 por iniciativa del jesuita Alexandre de Rhodes, misionero en Vietnam. Él comprendió que las oleadas de persecución y los problemas encontrados habrían podido provocar la expulsión de los misioneros y el colapso de la Iglesia local. Su idea, por tanto, fue crear un clero autóctono.
Así acudió al Papa, quien le encomendó la tarea de buscar sacerdotes dispuestos a esta misión, especialmente entre el clero francés. Tras recorrer diversas diócesis y parroquias, encontró voluntarios dispuestos a ir a Asia –particularmente a Vietnam, Cochinchina y Tonkín– con el objetivo de formar sacerdotes locales. Todo surgió como respuesta a una llamada y a una necesidad concreta de la Iglesia, la de contar con un clero local.
Estos primeros sacerdotes recibieron una misión de la Congregación Vaticana de Propaganda Fide. Eran ordenados en Roma o en Francia y luego enviados por el Dicasterio a las misiones en Asia. Así nació el primer seminario de la Sociedad, concebido como un instituto de formación para las misiones en el extranjero: eran los albores de las MEP.
Hoy, nuestra misión sigue siendo la evangelización de Asia. La mayoría de sus miembros –alrededor del 75 %– son sacerdotes franceses, y la Sociedad trabaja actualmente en 14 países de Asia y en Madagascar. Jurídicamente, las MEP son una Sociedad de Vida Apostólica dependiente del Dicasterio para la Evangelización.
Siguiendo el modelo de los sacerdotes de la MEP, han surgido otras sociedades de sacerdotes misioneros en distintos países: el PIME en Italia, los Maryknoll y Mill Hill en América, las Misiones Extranjeras de Quebec en Canadá, además de otras en Corea y Tailandia. Cada una de ellas ha desarrollado su propio camino y ofrece un rostro y una cultura nacionales al servicio de la misión universal de la Iglesia.

¿Cómo contribuyen las MEP hoy a la misión evangelizadora de la Iglesia?

En pocas palabras, como Misiones Extranjeras de París, hemos sido llamados a dedicarnos esencialmente a la primera evangelización, en coordinación con las Iglesias locales que nos invitan a colaborar. Nuestro objetivo y nuestra tarea consisten siempre en estar al lado de las Iglesias locales, acompañarlas y responder a sus necesidades fundamentales. Un obispo puede solicitar misioneros de la MEP; entonces se organiza una visita y, tras el discernimiento, se decide si enviar misioneros, que pueden comprometerse en distintos ámbitos: en obras de primera evangelización, en parroquias o en servicios sociales, pero sobre todo en lugares donde la Iglesia está dando sus primeros pasos.
Esto ha ocurrido por ejemplo en Madagascar, donde nuestros misioneros se han establecido en zonas sin presencia católica, o en Camboya, donde los católicos apenas representan el 2 % de la población y donde la comunidad local ha tenido que renacer casi desde cero tras los difíciles años del siglo XX. En otros casos, hemos enviado sacerdotes dedicados a la formación, que enseñan en los seminarios, como sucede en Japón, Tailandia, Laos y Myanmar.

Los misioneros también suelen participar en servicios sociales, ¿con qué perspectiva?

Las obras sociales, el trabajo de desarrollo, las iniciativas educativas y de solidaridad representan desde siempre un primer paso para hacer el bien a la población local y para estar presentes como testigos del amor de Dios hacia todos los hombres. Por ejemplo, en Tailandia, en la frontera con Myanmar, hemos acompañado a refugiados de la etnia karen, cuidando de ellos y compartiendo su difícil situación. En la India, tenemos un sacerdote en Calcuta que trabaja en los barrios marginales: su vida es un testimonio vivo de fe y humanidad. Otro campo de acción importante es el de la asistencia a migrantes y refugiados, como en Corea, donde apoyamos a refugiados norcoreanos.
También promovemos el diálogo interreligioso, especialmente en países como Camboya o la India, donde un misionero reside en Benarés, lugar sagrado para el hinduismo, y dirige el centro diocesano internacional de diálogo interreligioso. Todo misionero que llega a una tierra nueva está llamado a crear relaciones, a entrar en contacto con personas de culturas o religiones diferentes, a sumergirse en esa realidad y a sembrar el Evangelio. El misionero no se lleva a sí mismo, sino a Cristo, como dice san Pablo: “un tesoro en vasos de barro”.

Algunas misiones se desarrollan en contextos especialmente difíciles o delicados: ¿qué nos puede decir sobre Myanmar?

Como es sabido, en Myanmar está en marcha un conflicto y muchas personas sufren: más de 3,5 millones se han visto desplazadas internamente y otras han tenido que huir del país. En este contexto de precariedad y dolor, hemos mantenido una presencia constante con cuatro misioneros: algunos en la zona de Chin y otros dos en Mandalay. La comunidad católica local comparte el sufrimiento de todo el pueblo birmano a causa de la guerra civil. Uno de nuestros misioneros está en una parroquia de Mandalay que se ha convertido en un campo de refugiados.
La he visitado en los últimos meses: hay muchos desplazados que han huido de pueblos incendiados y que han encontrado allí un lugar de acogida, ayuda humanitaria y consuelo. También he visto una gran fe y a personas que, en medio de las dificultades y las tribulaciones, no han dejado de esperar y de rezar con intensidad.

¿Qué relación tenéis con el mundo chino?

Llevamos a China en nuestro corazón. Tenemos presencia en Hong Kong y en Taiwán. En nuestra relación con China tratamos de mantener la fidelidad. Hace siglos, ya teníamos misioneros en el continente. En 1949, éramos unos 200, pero fuimos expulsados durante la revolución cultural. A partir de entonces, nuestros misioneros se trasladaron a Occidente y abrieron una misión en Madagascar, que todavía permanece activa hoy en día. Es una muestra de la Providencia de Dios.
Conviene recordar que varias diócesis del sur de China, y también de Manchuria, fueron fundadas por sacerdotes de las Misiones Extranjeras de París. Ahora seguimos esperando y rezando para que la Iglesia en China permanezca unida, en la fe y en su relación con la Santa Sede. Entre nuestros padres contamos con la experiencia y el legado del misionero Jean Charbonnier (fallecido en 2023, a los 91 años), que tanto ha dado a la misión en China. Creemos y confiamos en que la buena relación entre China y la Santa Sede dé frutos. Esa es nuestra oración.

Vuestra Sociedad recuerda y celebra a muchos mártires. ¿Son fuente de inspiración para ustedes hoy?

Recordar a nuestros mártires no es solo mirar al pasado, sino mantener viva una memoria que sigue actuando hoy. Creo que muchos de nosotros hemos recibido una herencia espiritual de nuestros mártires. Contamos con 23 santos canonizados y cinco beatos, y hay abiertas otras doce causas de beatificación promovidas por Iglesias locales. Entre ellas está la de Barthélemy Bruguière, primer vicario apostólico de Corea, y también en Vietnam la de Henry Denis, conocido como Benedict Thuan, sacerdote de la MEP que fundó un monasterio cisterciense y se convirtió en monje benedictino.
Yo mismo he nacido en un pueblo del que era originario un sacerdote de la MEP, Siméon-François Berneux (1814-1866), mártir y santo. Fue enviado a Vietnam, donde fue torturado y le pidieron que renunciara a su fe, pero no lo hizo, y fue condenado a muerte. Por determinadas circunstancias, fue liberado y expulsado, y se trasladó a Manchuria, donde abrió una imprenta para publicar Biblias. Más tarde llegó a Corea, donde fue nombrado vicario apostólico de Seúl. Allí vivió y trabajó también en la clandestinidad, hasta que fue martirizado. Su figura ha influido profundamente en mi vocación.
Estos mártires han sido hombres de fe y de valor. Como el Buen Pastor, han dado la vida por su rebaño. Estoy convencido de que sus historias siguen siendo hoy una fuente de inspiración y de fuerza para muchos. En nuestro museo de París, la Cripta de los mártires, mantenemos viva su memoria, y cada año, junto con toda la Iglesia universal, celebramos la fiesta de los mártires de todas las naciones: vietnamitas, chinos, coreanos, laosianos y tantos otros.

Muchos sois sacerdotes franceses y conocéis bien el contexto y las sociedades europeas secularizadas y en crisis de fe: ¿vivís la misión también aquí?

Vemos que en Europa las iglesias suelen estar bastante vacías y, con nuestra presencia, hemos intentado contribuir a la evangelización. En Francia, por ejemplo, trabajamos con los jóvenes para ayudarles a fortalecer su fe y a entregarse al prójimo, proponiéndoles experiencias en lugares de misión. Cuando viajan a otro país para vivir una experiencia misionera, regresan transformados.
También tenemos una escuela en un centro cultural llamado Francia-Asia, creado para acoger a asiáticos residentes en París. La frecuentan inmigrantes procedentes de diversos países que estudian francés para integrarse en el mundo laboral. El 90 % de ellos no son cristianos y todos los profesores son voluntarios. Muchas personas se han formado en este centro, que constituye una auténtica obra de pre-evangelización. Seguimos invitando a quienes entran en contacto con nosotros a participar en iniciativas culturales, como conciertos y conferencias. Involucramos a voluntarios y familias que desean acercarse y participar activamente en nuestra familia misionera. Algunos incluso han fundado asociaciones vinculadas a nuestra Sociedad.
Además, contamos con un instituto de estudios, el Instituto de Investigación Francia-Asia (IRFA), abierto a investigadores y académicos. Ponemos nuestra presencia al servicio de la misión de la Iglesia en Francia, tratando de mantener un vínculo con la Iglesia local y aportando nuestra visión misionera específica.

¿Os sentís llamados hoy a ser “misioneros de esperanza entre los pueblos”? ¿Cómo?

El Papa León XIV, que también ha sido misionero, nos ha animado a ser “misioneros de esperanza entre todos los pueblos”. Esta invitación ha resonado profundamente en nuestro espíritu original: ir más allá de las fronteras para dar testimonio de la Buena Nueva de la salvación que trae esperanza.
Ser misioneros de la esperanza hoy significa creer, contra toda actitud desesperada, que Dios sigue actuando en la historia, a menudo de manera oculta, frágil y misteriosa. La esperanza no es un optimismo ingenuo, sino el fruto de la fe en la Resurrección. Nosotros, los misioneros MEP, hemos experimentado esta esperanza especialmente estando junto a los pueblos a los que servimos, tanto en los momentos de alegría como en los de dolor. La esperanza se manifiesta en la fidelidad: permaneciendo allí donde el Señor nos envía, incluso cuando los frutos tardan en aparecer.
Intentamos vivir esta esperanza con sencillez, a través de la oración, la fraternidad y el servicio. En este sentido, ser “misioneros de la esperanza” no es tanto una cuestión de palabras como de permanecer, día tras día, como un humilde signo de la presencia de Dios allí donde el Señor nos ha llamado a estar.

(Agencia Fides 23/10/2025)

MEP

p. Vincent Sénéchal, Superior General MEP

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