Roma (Agencia Fides) - “Desde finales de agosto, con la Asociación Pro Bambini di Kabul, nos hemos comprometido a permitir el traslado de nuestro personal y sus familias desde Afganistán, porque, habiendo colaborado con un occidental y además cristiano, la llegada de los talibanes puso a estas personas en grave peligro. Conseguimos traer a unas quince familias a Italia. Ahora nuestro objetivo es su integración efectiva en nuestra sociedad”. Así lo cuenta a la Agencia Fides el padre Matteo Sanavio, sacerdote de la Congregación de los Padres Rogacionistas y contacto de la Asociación Pro Bambini di Kabul (PBK). Es una realidad intercongregacional (agrupa a distintas órdenes religiosas) nacida por iniciativa del sacerdote guanelliano Giancarlo Pravettoni para responder a la petición de Juan Pablo II que, en su discurso de Navidad de 2001, lanzó un llamamiento al mundo para salvar a los niños afganos. Las tres hermanas que dirigían la asociación se ocupaban de la educación de unos cuarenta niños con síndrome de Down.
“Debido a la toma de poder por parte de los talibanes, tuvimos que parar la actividad. Ahora, desde la distancia, estamos tratando de resolver los problemas burocráticos relacionados con la estructura, para evitar pagar las consecuencias económicas: los ministerios fueron tomados por los talibanes, pero los funcionarios y empleados de las distintas oficinas permanecieron, así que logramos mantener un cierto diálogo con las instituciones. Al mismo tiempo, estamos tratando de transferir parte de nuestras actividades a alguna ONG que ha permanecido y tiene la posibilidad de continuar su trabajo, lo que ha nosotros no se nos permite porque la gestionaban las hermanas en colaboración con el personal afgano. Es una verdadera lástima porque nuestra asociación en Kabul fue una hermosa semilla de caridad y un signo profético”, explica Sanavio.
El sacerdote añade que el fin de las actividades en Kabul no interrumpió el trabajo de la asociación PBK: “Ahora que se interrumpe la perspectiva de la ayuda local, estamos tratando de seguir a las familias que han venido aquí y acompañarlas en este camino de inserción en la realidad italiana. La mitad de las familias fueron acogidas en comunidades religiosas de Roma y sus alrededores. Los estamos siguiendo gracias al programa de la Comunidad de Sant’Egidio, que tiene la experiencia y las herramientas disponibles para acoger e integrar a las personas extranjeras. Otras familias están dispersas por varios puntos de Italia porque prefirieron quedarse en los primeros lugares de acogida, donde los niños ya habían comenzado la escuela en septiembre. Y dado lo que habían pasado, decidimos no causarles más traumas relacionados con otra mudanza a otra ciudad”. Los niños también son los que, entre los refugiados que han llegado a Italia, están viviendo mejor la adaptación: “Les resulta más fácil aprender el idioma y hacer amigos, porque les estimula la actividad escolar.
Estamos teniendo algunas dificultades, especialmente con los adultos y los ancianos, que muchas veces caen en la tentación de cerrarse en el círculo de sus amistades. Precisamente por eso, estamos tratando de 'obligarlos' a que salgan un poco de sus casas, a que aprendan la geografía del lugar para acceder a los servicios disponibles. Además, para todos ellos se han organizado cursos de italiano para extranjeros”, explica el sacerdote, que añade: “Pedimos a las comunidades religiosas una acogida a largo plazo, que den tiempo a estas personas para encontrar trabajo, para que puedan sentirse útiles. En este momento se sienten privilegiados, porque a pesar de haber tenido que abandonarlo todo, han conservado su vida y redescubierto su libertad. Por otro lado, no están solos porque estamos nosotros y las hermanas que las acogieron”.
Además del personal de la Asociación Pro Bambini di Kabul, en ese último corredor humanitario de agosto de 2021 también pudieron partir las hermanas de la Madre Teresa, que acogían y cuidaban a los más pequeños de la sociedad en la capital afgana: “En su casa de Kabul, las Misioneras de la aridad se ocupan de aquellos que se consideraban ‘un desecho’, es decir, niños y jóvenes con discapacidades muy graves, que eran abandonados por familias en la calle, porque en Afganistán no hay asistencia para estas personas y la invalidez se considera una desgracia que ocultar. Estas hermanas han logrado traer a Roma a todos los niños discapacitados, que ahora viven en su comunidad y son seguidos y asistidos en todo”.
La llegada de los católicos a Kabul se remonta a 1921. En ese año el rey Amanullah accedió a las solicitudes de asistencia religiosa católica de los diplomáticos occidentales. Italia, uno de los primeros países en reconocer políticamente la independencia de Afganistán de Inglaterra, se involucró de inmediato. Pío XI decidió confiar la misión a los barnabitas. Se estipuló un acuerdo entre los gobiernos afgano e italiano y la Santa Sede, que nunca ha sido revocado a lo largo de los años y que incluía una única condición real, evitar cualquier forma de proselitismo entre la población local, casi toda musulmana. En 2002, lo que inicialmente era una simple asistencia espiritual dentro de una embajada, fue elevada a Missio sui iuris por Juan Pablo II.
(LF/PA) (Agencia Fides 24/2/2022)