VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA a cargo de don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - Las fechas de la Navidad y de la Epifanía.

jueves, 4 enero 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Desde hace un decenio se han publicado numerosos estudios sobre el valor histórico de las coordenadas geográficas y cronológicas de los evangelios de Mateo y Lucas; esto a pesar de que se continua reduciendo -como sucede al escuchar en diversos comentarios provenientes del fuerte impacto público- las narraciones de la infancia de Jesús a símbolos, y continué repitiéndose que la fecha del 25 de diciembre se remonta al siglo IV, como resultado de la ‘cristianización’ de la fiesta pagana del Sol invencible, celebrada en el solsticio de invierno que en el hemisferio boreal cae entre el 21 y el 25.
Se deduce también como consecuencia que la fiesta de la Anunciación a María, el 25 de marzo, se celebra en el solsticio de primavera (cfr. F. Manns, Siete preguntas sobre la Navidad, en Tierra Santa, noviembre-diciembre 2006, p.13), cuando es sabido que en el siglo II-III se menciona como fecha de la muerte del Señor por Hipólito en el Canon pascual y por Tertuliano en la Adversus Iudaeos.
En lo que se refiere al año en que nació Jesús, continúa dándose por hecho la hipótesis de que esta debería situarse seis años atrás respecto a la fecha del calendario corriente.
En todas estas hipótesis, convertidas en tesis irrefutables, recurre siempre por parte de los sostenedores o repetidores el adverbio “probablemente” y los verbos están sobre todo en condicional.
A partir del estudio de B. Bote (Los orígenes de la Navidad y la Epifanía. Estudios históricos, Lovaina 1932), se puede decir con M. Kunzler que “contra las hipótesis de un cómputo tal, se ha afirmada la tesis que explica el 25 de diciembre en base a la historia de las religiones” (La Liturgia de la Iglesia, Milán 1996, p. 558). He aquí un ejemplo de dicho procedimiento.
Desde el 218 Heliogábalo había importado a Roma desde oriente el culto del Sol invictus y la fiesta correspondiente, pero en el 276 el emperador Aureliano la transfirió al 25 de diciembre. Según Manlio Simonetti esta transferencia por obra de Aureliano estaba motivada principalmente por la necesidad de afirmar la unicidad y universalidad del dios sol, con el que iniciaba un tiempo nuevo, por lo tanto el nuevo año, y deduce: “En este momento se entiende fácilmente por qué los cristianos fijaron precisamente en esta fecha la celebración de la natividad de Jesús, inicio del nuevo tiempo decisivo para la historia, más aún porque los ayudaba también el recuerdo de Júpiter ‘niño’ de los casi contemporáneos Saturnalia, y sobre todo la sugestión del mesiánico “sol de justicia” predicho por Malaquías (3,20), identificado desde hacía tiempo con Cristo y por lo tanto convertido en uno de los principales apelativos cristológicos” (Dal Sole a Gesù, la lunga storia del 25 dicembre, en “Avvenire”, 21 de diciembre de 2006, p. 30).
Sin embargo, debe puntualizarse que el cambio de la fecha realizado por el emperador Aureliano tenía que deberse a alguna razón: ¿cuál?
En el 395 d.C., San Jerónimo, que vivía en un monasterio en las cercanías de la gruta de Belén, escribe: “Desde tiempos de Adriano [135 d.C.] hasta el reino de Constantino, por cerca de ciento ochenta años, Belén, ahora el lugar más sagrado para nosotros y para toda la tierra […] fue oscurecida por un bosquecillo de Thammuz, que es Adonis, y en la gruta en que un día lloró el Mesías niño, se plantó el amante de Venus” (Epist. 58).
Cirilo, Obispo de Jerusalén, escribiendo incluso antes, en el 348, recuerda que la zona era boscosa. Por tanto, el emperador romano Adriano, el que, después de haber expulsado a los judíos, edificó, en la Judea que Tito había destruido, Aelia Capitolina, ciudad pagana dedicada a Aelios, el dios Sol, pudo haber hecho lo mismo en Belén: erigió en la venerada gruta de la Natividad, con el fin de ocultarla, un templete a Thammuz-Adonis, venerado por los campesinos como la personificación de la semilla que muere y renace a la nueva vida; si hubiese habido judíos, no habría podido hacerlo; la gruta mística debía servir para conmemorar el mito de Adonis y en de este modo el emperador alcanzaba el objetivo de interferir primero, y luego bloquear, el culto judeo-cristiano al “sol de justicia” Jesús, aparecido en Belén, el Oriens esplendor de la luz eterna.
Pero, como ya había sucedido en los lugares del Gólgota y del Santo Sepulcro de Jerusalén, el entierro terminó por reforzar la memoria de la tradición local, como testimonian, en el s. II, Justino y, en el s. III, Orígenes y Eusebio. Precisamente Orígenes anota que el nacimiento de Jesús en una gruta era conocido también por los paganos, mientras Eusebio dice que los habitantes de las zonas circunstantes mostraban las grutas a los muchos que iban a visitarlas (ver Demonstratio evangelica: PG 22, 179-180; 539-540; 457-458).
Fueron los judeo-cristianos, por tanto, con la gruta “lúcida” o luminosa en sentido místico de Belén los que comenzaron el culto de Cristo sol iustitiae, del lumen Christi, que había dicho: “Yo soy la luz del mundo”; esto ocurría bastante antes del siglo IV. En efecto, la presencia del salvador nacido en la gruta, en un escrito judeo-cristiano como el Protoevangelio de Santiago (19,2), había sido señalada con “una gran luz”. La luz aparecida en Belén, insidiada ya por las tinieblas que no la acogieron, debía irradiarse desde otras grutas místicas, como la de la enseñanza en el monte de los olivos venerada con el nombre de Eleona (de “olivo” en griego); finalmente, la misma luz debía hacer frente a un impresionante combate en la tercera y mayor gruta, la del Sepulcro a los pies del Gólgota y vencer la muerte. Eusebio, Obispo de Cesarea en tiempos de Constantino, cuando, en el 326, fueron encontradas de nuevo las tres grutas, ilustró dichas “grutas místicas”: “Dichas grutas habían tenido un culto en los tiempos anteriores remontándose hasta los tiempos apostólicos, y Constantino no tuvo escrúpulo en hacerlas pasar de las manos de los judeo-cristianos a las de los cristianos gentiles, construyendo encima una basílica” (B. Bagatti, Alle origini della Chiesa, Ciudad del Vaticano 1981, p. 137).
La célebre peregrina Egeria narra, hacia finales del siglo IV, que en Jerusalén se celebraba la Navidad el 6 de enero y la comunidad se dirigía a Belén para la liturgia de la noche (Itiner. 25): falta la página correspondiente a la descripción de las ceremonias de Belén, que sin embargo podrían ser completadas en base al Leccionario armeno (cfr. Egerie. Journal de voyage (Itinérarie), ed. por P. Maraval, Paris 1982 (SChr 296), pp. 250ss, n. 2): es un texto del siglo V que contiene los ritos de Jerusalén prebizantinos.
Una primera conclusión es que la fiesta cristiana de la Navidad, como la de Epifanía, no tiene su origen histórico en Roma sino en Tierra Santa.
Surge así una pregunta: ¿han sido los cristianos quienes han “cristianizado” la fiesta pagana del Sol invencible o más bien han sido los romanos que ocultaron primero el lugar y luego la fecha del nacimiento de Jesús?
Hasta ahora se han formulado tres hipótesis sobre la opción del 25 de diciembre como fecha de la Natividad de Jesús (cfr. Matias Augé, L’anno liturgico nel rito romano. Origine del Natale, en Aa.Vv., Scientia liturgica, edd. A. Chupungco, Casale Monferrato 1998, V, pp. 232-234):
1. celebrar el aniversario de su nacimiento, partiendo de la premisa que esta fuese conocida. La fecha sería “una antigua tradición” - la que la hace depender de la otra de la concepción el 25 de marzo que sería asimismo la fecha de la muerte - que sin embargo no habría determinado el origen de la fiesta, visto que en la Iglesia antigua fueron múltiples y diferentes los tentativos de fechar el nacimiento;
2. cristianizar la fiesta pagana por motivos apologéticos. Para los cristianos era una hipótesis imposible la de apoyarse en una fantasía, a una fecha simbólica, para confrontarse y exponer las razones de la fe, la fe, además, se confrontaba con los filósofos y no con las religiones y era presentada por los padres como la “verdadera filosofía”;
3. profesar la fe en el Hombre-Dios y luchar contra el arrianismo, como se deduce sobre todo por el desarrollo de la fiesta hasta León Magno. Además, una idea de fiesta de Navidad como sustitución de un misterio cristiano a un misterio pagano estaría en contraste con lo que afirma Agustín justamente a propósito de la Navidad: “No se celebra el misterio, sino solamente se llama a la memoria” (Epist. 55,1-2, CSEL 34,70): es decir, a diferencia de la Pascua que se realiza de nuevo en modo sacramental, la Navidad permanece una memoria histórica que regresa pero que no se realiza de nuevo.
Ahora, los evangelistas Lucas y Mateo conocían la fecha y el lugar del nacimiento de Jesús por María y José, y nos dan las coordinadas en base a los diversos calendarios vigentes, griegos, romanos y judíos, como anota el hebraísta Michele Loconsole en un estudio de próxima publicación. Lucas precisamente al inicio del evangelio recuerda haber realizado investigaciones precisas. Lo mismo vale para Juan. Todo ha sido transmitido por la familia de Jesús al origen de la comunidad judeo-cristiana, si se piensa cómo los habitantes de Belén indicaban a los visitantes el lugar del nacimiento y probablemente también la fecha; tradición que habría sido registrada implícitamente por Lucas cuando habla del censo (Cfr. A. Ammassari, Alle origini del calendario natalizio, en “Euntes Docete” 45 (1992) pp. 11-16).
Se puede sostener fundadamente que Jesús nació alrededor del 25 de diciembre del año 1 a.C., en el año 36º de Herodes, en el año 42º de Augusto, en el 3º de la 194ª olimpiada.
Entonces como hoy, era el Imperio con su calendario oficial el que marcaba el ritmo de ciudadanos y esclavos; los que eran cristianos, como se sabe, vivían inicialmente bajo el dies Solis como dies Domini, es decir el Domingo, pero “privadamente” en sus comunidades; poco a poco comenzaron a celebrar los sollemnia, las memorias anuales de los misterios del Señor desde la Pascua hasta la Navidad.
Las fiestas cristianas se impusieron con la conversión al cristianismo de gran parte de la sociedad romana y ni siquiera inmediatamente ni establemente: basta pensar a los tiempos de Juliano el Apóstata, hoy extrañamente pero realmente propuesto de nuevo con la fiesta de Halloween en vez de la fiesta de Todos los Santos. (Agencia Fides 5/1/2007)


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