VATICANO - Jornada pro Orantibus - Mujeres y hombres contemplativos, signo visible de la tienda de Dios en el mundo: contribución de las Clarisas de Otranto

lunes, 20 noviembre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - la Iglesia invita cada año, el 21 de noviembre, a todos los creyentes a celebrar la Jornada Mundial Pro Orantibus, para recordar a los que continúan eligiendo hoy vivir para Dios en la estabilidad, en la escucha del silencio, en la soledad habitada por el Espíritu. Son mujeres y hombres que día tras día aprenden en Dios a vivir evangélicamente, permaneciendo constantemente en relación profunda con todos los hermanos y hermanas esparcidas por el mundo.
Viven en Dios…
Las mujeres y los hombres contemplativos, llamados a vivir para Dios, experimentan la proximidad del Totalmente Otro y la revelación de su propio ser como criaturas amadas por Él. Reconociendo en Dios al Señor de la vida, certifican el profundo deseo de entregarse a Él sin condiciones.
Estar con el Señor educa al estupor, al sentido de la gratuidad y la acción de gracias. Es Él que los lleva al umbral del Misterio, para aprender el arte de la oración y del amor. La oración es el tiempo del amor vivido en la relación profunda con Dios que imprime en la vida de sus criaturas los sentimientos de su Hijo. Las mujeres y los hombres contemplativos respiran, contemplan, aman y mueren en Dios. Dejando marcar sus pasos por la Palabra, buscan y se dejan buscar por Dios, y cada día aprenden a imprimir en su rostro los rasgos del rostro de Cristo. Viviendo constantemente bajo la mirada de Dios, aprenden el arte del amor sin fin (cfr. Jn 13,1) y, mientras contemplan la fuente de la vida, Dios que es amor, (1Jn 4,8) experimentan y anuncian en el día a día que la humanidad ha sido creada para la vida.
La conciencia de ser amados por Él, los conduce en "una relación de íntima y recíproca permanencia, que permite anticipar, de algún modo, el cielo en la tierra" (cfr. Mane nobiscum Domine n. 19). Mientras se entregan totalmente a Dios, por la elección de la pobreza radical, testimonian que Él es santo, que es amor, que está cercano al hombre: anuncian con la vida que Dios es el Señor de la historia. Estructuran el tiempo permaneciendo en su amor, (cfr Jn 15,9): viven el Evangelio sin nada propio y en unidad de espíritu. "Desperdician" la vida, únicamente por amor, como hizo Jesús, para que otros puedan creer en el amor del Padre hacia la humanidad.
… y en el corazón de los hermanos y hermanas
Las mujeres y los hombres contemplativos, sumergiéndose en Dios y dejándose amar por Él, cruzan en la raíz de la existencia, sobre el umbral del Misterio, los recorridos de todos los vivientes: siguiendo el ejemplo de Jesús sobre la cruz, donan radicalmente su existencia para que los otros puedan conocer el amor de Dios.
Comunican la profundidad de la vida por medio de las palabras que hunden en la contemplación, en el silencio, en Dios, precisamente en esta sociedad que se alimenta de palabras y relaciones virtuales. Hacen visible en la estabilidad la pertenencia a un grupo de personas que, en la comunión, don del Espíritu, se acogen en la diversidad, cuando en este tiempo, el individuo de la aldea global experimenta la ausencia de morada a todos los niveles.
Se convierten para el mundo lugar de acogida, de perdón y de reconciliación, personas dispuestas a "sacrificar algo de la propia paz y felicidad, para que otros tengan paz y puedan ser felices" (T. Merton).
En la escucha de Dios que está en toda persona, abren caminos de reconciliación con las hermanas y hermanos cristianos separados o de otras religiones. Asumen el rostro de la paz, de la serenidad, de la ternura, sentimientos que manan de la relación fundada en Jesucristo.
Con el corazón en la esperanza, eligen la marginalidad, para formar parte del mundo de los excluidos. La suya no es "fuga mundi", en efecto creen que "todo lo que ha sido creado por Dios es bueno" (1 Tms 4,4): se hacen cargo de las ansiedades y aspiraciones de los hombres y mujeres de este tiempo y, mientras eligen no poseer nada, viven para la economía del don, en la presencia de Dios.
Se convierten en pobres con los pobres. Afirman con su vida el valor absoluto del pobre y de todo viviente, su dignidad humana sagrada e inviolable, aunque a veces desfigurada. En todo momento hacen visibles la custodia de Dios que "siente como se conmueve dentro el corazón por sus criaturas" (cfr.Os 11,8).
Reconocen las huellas de Dios en la belleza de su existencia, en la de los otros, de la creación y de la historia. Demuestran el amor a la vida, sobre todo hoy que está tan difundida la cultura de muerte; asumen la corporeidad como "templo de Dios" (1Cor 3,16) atravesada por el soplo del Espíritu.
Viven como Maria, mujer eucarística, el aquí estoy (Lc 1,38) tan cargado de significado, porque es entrega visible de si a Dios y a los hermanos.
Conscientes del camino de fe que aúna a todos los cristianos, las mujeres y hombres contemplativos ofrecen, de modo sinérgico, sus existencias, como signos de esperanza por el bien de la humanidad.
Presencia silenciosa de Dios entre los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, están en la Iglesia para el mundo, para testimoniar que el Señor continua tejiendo con la humanidad una historia fiel de amor. Diana Papa, Hermana Pobre de S. Clara, Abadesa (Otranto). (Agencia Fides 20/11/2006 - Líneas: 67 Palabras: 927)


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