VATICANO - El Santo Padre celebra la Santa Misa en sufragio de los Cardenales y Obispos difuntos en el curso del año: "Cada uno de ellos recibió la llamada en la Iglesia a sentir como propias y a tratar de llevar a la práctica las palabras del apóstol Pablo: 'Para mí vivir es Cristo"'

lunes, 6 noviembre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "Hoy nos encontramos alrededor del altar del Señor para celebrar la Santa Misa en sufragio de los Cardenales y Obispos que Dios ha llamado a si en el curso del último año. Recordamos sus rostros que nos son familiares, mientras escuchamos los nombres de los llorados Purpurados, que nos han dejado a lo largo de los pasados doce meses: Leo Scheffczyk, Pio Taofinu'u, Raúl Francisco Primatesta, Angel Suquía Goicoechea, Johannes Willebrands, Louis-Albert Vachon, Dino Monduzzi y Mario Francesco Pompedda. Me gustaría también nombrar cada uno de los Arzobispos y Obispos pero nos basta ya la consoladora certeza de que, como dijo un día Jesús a los Apóstoles, sus nombres están escritos en el cielo" (Lc 10,20). Con estas palabras el Santo Padre Benedicto XVI ha iniciado su homilía durante la Concelebración Eucarística en sufragio de los Cardenales y Obispos difuntos a lo largo del año, que tuvo lugar el sábado 4 de noviembre en la Patriarcal Basílica Vaticana.
"Recordar los nombres de estos hermanos nuestros en la fe - ha dicho el Papa en la homilía - nos recuerda el sacramento del Bautismo, que significó para cada uno de ellos, como para cada cristiano, la entrada en la comunión de los santos. Al término de la vida, la muerte nos priva de todo lo que es terreno, pero no de la Gracia y de ese "carácter" sacramental, gracias a los cuales, hemos sido asociados indisolublemente con el misterio pascual de nuestro Dios y Salvador. Desnudos de todo, pero revestidos de Cristo: de este modo atraviesa el bautizado el umbral de la muerte y se presenta ante Dios justo y misericordioso."
Refiriéndose a las lecturas proclamadas durante la Santa Misa, el Santo Padre ha explicado que la visión de los huesos áridos narrada por el profeta Ezequiel (37,1-14) adquiere, a la luz del misterio pascual de Cristo, el valor de una parábola universal sobre el género humano. "La Palabra divina, encarnada en Jesús, viene a habitar al mundo, que para muchos es un valle de desolación; se solidariza plenamente con los hombres y les lleva el alegre anuncio de la vida eterna. Este anuncio de esperanza es proclamado hasta lo más profundo del abismo, y se abre definitivamente el camino que conduce a la Tierra prometida". En el pasaje evangélico se han proclamado los primeros versículas de la gran oración de Jesús que trae el capítulo 17 de san Juan. "Las palabras afligidas del Señor muestran que el objetivo último de todo la "obra" del Hijo de Dios encarnado, consiste en donar a los hombres la vida eterna… Conocer a Jesús significa conocer al Padre y conocer al Padre quiere decir entrar en comunión real con el origen mismo de la Vida, de la Luz y del amor".
El Santo Padre ha invitado pues a dar las gracias "de modo de especial Dios por haber hecho conocer su nombre a estos Cardenales y Obispos que nos han dejado". "Cada uno de ellos recibió la llamada en la Iglesia a sentir como propias y a tratar de llevar a la práctica las palabras del apóstol Pablo: 'Para mí vivir es Crist0’ (Fil 1,21) proclamado hace poco en la segunda lectura. Esta vocación, recibida en el Bautismo, se reforzó en ellos con el sacramento de la Confirmación y con los tres grados del orden sagrado, y se nutrió constantemente por medio de la participación en la Eucaristía". Por último, el Papa ha pedido al Señor que conceda a estos hermanos Cardenales y Obispos difuntos alcanzar la meta tan deseada". (S.L) (Agencia Fides 6/11/2006, Líneas: 42 Palabras: 646)


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