VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA a cargo de don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - El celibato eclesiástico en el actual contexto secularizado

jueves, 26 octubre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El triste caso de Mons. Milingo está reabriendo la disputa, nunca adormecida, sobre el matrimonio de los sacerdotes, actualizada quizá como oportunidad o incluso como conveniencia para evitar los casos de pedofilia y homosexualidad. Aparte de que en tales casos se volvería a la vituperada idea del matrimonio como "remedium concupiscentiae", hay que observar ante todo, el rodeo casi sistemático del consejo evangélico del Señor: "Si quieres ser perfecto deja todo lo que tienes y sígueme".
Es por así decir, la "Christica vivendi forma" que el Señor Jesús propuso a los discípulos que lo siguieron hasta el punto de que su vida se hizo obediente, pobre y casta. Por ello, el celibato de Obispos, presbiterios y diáconos se precia de ser "Apostólica vivendi forma". Recordamos con gusto la bella meditación de Mons. Mario Marini, El Celibato Sacerdotal "Apostolica Vivendi Forma", con textos de Benedicto XVI y Juan Pablo II, (ed. Cantagalli, Siena 2005).
La primera cosa que se debe decir, es que el celibato sacerdotal no se puede separar de los otros dos consejos evangélicos de pobreza y obediencia. Ni se podría objetar que la promesa de celibato no sea el voto de castidad. Mirando la vida de los Santos, comenzando por los casados, la paradoja es precisamente que para quien sigue a Jesucristo con todo su ser, se hace difícil descomponer los 'porcentajes' de castidad, pobreza y obediencia, de que está entretejido el seguimiento. No vivir ya para uno mismo sino para el Señor, comporta el ofrecimiento del cuerpo como sacrificio viviente (castidad), de todo bien (pobreza), de la voluntad (obediencia). Cada una de estas virtudes puede ser al mismo tiempo la otra, en cuanto que, obedecer significa pobreza de la riqueza del propio orgullo; carecer de bienes significa obediencia a un único Bien: permanecer casto significa no poseerse ni siquiera a uno mismo. No parece por tanto azaroso afirmar que las tres virtudes, que son también consejos evangélicos, se pueden resumir en esa "posesión nueva" de las cosas, como dice san Pablo, que es la virginidad.
Tomemos por ejemplo la vida de la pareja Maria Corsini y Luigi Beltrame Quattrocchi, beatificados por Juan Pablo II. Practicaron la virtud de la obediencia, sobre todo con la sumisión conyugal en el matrimonio, con la obediencia al Papa en la Iglesia: una obediencia libre, hecha ante todo de amor. La obediencia parte de Dios y termina en Él como puro acto de fe. Por tanto, la fe es criterio de juicio no acomodado sobre la mentalidad mundana o sencillamente humana; por medio de la vida sacramental y de oración, se camina en la presencia de Dios y se va asimilando progresivamente su voluntad. Éste fue su programa de vida. También la elección permanente de un padre espiritual es una clara expresión de la renuncia a si mismo. Por último, la relación de pareja, vivida como se ha dicho en la sumisión conyugal, se convierte en una competición de recíproca de obediencia en la caridad.
Los beatos, aún cuando no provenían de familias pobres, se hicieron pobres, sobre todo interiormente, hasta aparecer inmersos en una renuncia total, desvinculados de los bienes terrenos, con Jesús como única riqueza. Eso los llevó a usar y apreciar todo sin disipación; con la alegría propia de los santos esposaron su dignidad a la pobreza, en un connubio que tiene su punto esencial en Dios.
De todo esto emana la castidad, virtud ejercitada en grado heroico en cuanto paso del yo al tú de quien desea precisamente el bien mayor. Como casados, supieron mantener la santidad y el respeto del cuerpo. Los beatos Maria Corsini y Luigi Beltrame Quattrocchi llegaron así a considerar la pureza como una virtud social, posible para todo individuo. Además vivieron la familia como meta de su aspiración conyugal, transmitiendo a los hijos el mismo sentido de pureza, en el temor de Dios vivido en la comunidad familiar, como santuario e iglesia doméstica. Todo esto demuestra la riqueza de gracia con la que, tanto el uno como el otro, vivieron el carisma sacramental del matrimonio. Por tanto, Maria y Luigi Corsini Beltrame Quattrocchi fueron, también en la castidad, modelo de esposos cristianos.
Si los laicos dan un tal ejemplo en el ejercicio de los consejos evangélicos, cuanto más pueden y deben darlo los clérigos. Ante todo la pobreza debe ser vivida como expoliación interior que se expresa también en el empleo sin apegos de los bienes materiales por amor y por el reino de los cielos. Hay que darse a Jesús, "poner la mano en el arado" quiere decir dejar el bienestar y las comodidades de la familia y enamorarse de la pobreza de Jesucristo y de su sacrificio por amor a Él y a las almas, para que todos los hombres puedan encontrarlo.
La obediencia es una virtud que se debe vivir rechazando cualquier privilegio y en la cordial adhesión al obispo en comunión con el Papa y al Papa mismo, a quien siempre hay que obedecer con fe, como a Jesucristo según la célebre invitación de Ignacio de Antioquía. Por último, la castidad: amar a todos con un corazón indiviso, en la actitud mística de Jesucristo esposo de la Iglesia. El ejercicio de la virginidad debe fijarse también en la Virgen Maria que precisamente es invocada como Regina Apostolorum. Para defender la castidad hay que someterse a la mortificación. Pero si nuestro corazón se acostumbra a estar siempre totalmente con Dios, que es por lo demás, el carisma virginal, uno es capaz de convertirse en don para los hermanos.
El celibato y la virginidad son un martirio (un testimonio) como nos lo recuerdan los monjes que florecieron después de la época de los mártires en los principios de la Iglesia: el monaquismo fue visto como un martirio cotidiano. Precisamente el sacerdote con el celibato es monje en su corazón. De este modo el celibato debe ser ejercido como virtud y como voto, como una cruz que se debe llevar. El celibato debe en cierto modo traslucir el recogimiento del sacerdote, su modestia y discreción; así manifiesta también la pureza de su alma y la fidelidad a la virtud. Todo esto se puede encerrar en la expresión “Te rogamos humildemente" con la que se dirige el sacerdote al Señor en la anáfora. En definitiva, el celibato es la síntesis mística de la comunión nupcial que lleva a vivir en unidad con Cristo a cuantos se dejan atraer por Él. (Agencia Fides 26/10/2006; Líneas: 74 Palabras: 1101)


Compartir: