VATICANO - Papa Benedicto XVI en Verona por el 4to Convenio Nacional de la Iglesia Italiana: “la comunidad católica italiana… estrechamente unida en torno a los propios Obispos, lleve con renovado empuje a esta amada Nación, y a cada ángulo de la tierra, el gozoso testimonio de Jesús resucitado, esperanza de Italia y del mundo”.

viernes, 20 octubre 2006

Verona (Agencia Fides) - El Santo Padre Benedicto XVI se dirigió a Verona el jueves 19 de octubre, con ocasión del 4to Convenio Nacional de la Iglesia Italiana que se celebra desde el 16 al 20 de octubre bajo el tema “Testigos de Jesús resucitado, esperanza para el mundo”. En los locales de la Feria de Verona el Papa encontró a los participantes del Convenio Eclesial, a quienes dirigió un amplio discurso del que presentamos a continuación algunos pasajes.
“Este IV Convenio nacional es una nueva etapa del camino de actuación del Vaticano II, que la Iglesia italiana ha emprendido desde los años inmediatamente sucesivos al gran Concilio: un camino de comunión sobre todo con Dios Padre y con su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo y por lo tanto de comunión entre nosotros, en la unidad del único Cuerpo de Cristo; un camino que tiende a la evangelización, para mantener viva y firme la fe en el pueblo italiano; un testimonio, entonces, de amor por Italia y de operosa solicitud por el bien de sus hijos”.
“Nuestra vocación y nuestra tarea de cristianos consisten en cooperar para que llegue a su realización efectiva, en la realidad cotidiana de nuestra vida, aquello que el Espíritu Santo ha emprendido en nosotros con el Bautismo: de hecho somos llamados a llegar a ser hombres y mujeres nuevos, para poder ser verdaderos testimonios del Resucitado y en tal modo portadores del gozo y de la esperanza cristiana en el mundo, en concreto, en aquella comunidad de hombres y de mujeres en la que vivimos”.
“La Italia de hoy se presenta a nosotros como un terreno profundamente necesitado y al mismo tiempo muy favorable para tal testimonio… La Iglesia aquí, de hecho, es una realidad muy viva -¡y lo vemos!- que conserva una presencia capilar en medio de la gente de toda edad y condición. Las tradiciones cristianas son aún frecuentemente enraizadas y continúan produciendo frutos, mientras está en acción un gran esfuerzo de evangelización y catequesis, dirigido en particular a las nuevas generaciones, pero cada vez más también a las familias… La Iglesia y los católicos italianos están por lo tanto llamados a tomar esta gran oportunidad, y sobre todo a ser concientes de ella. Nuestra actitud no podrá ser jamás, por lo tanto, aquel de un renunciado repliegue sobre nosotros mismos: en cambio es necesario mantener vivo y de ser posible incrementar nuestro dinamismo, es necesario abrirse con confianza a las nuevas relaciones, no descuidar ningunas de las energías que pueden contribuir al crecimiento cultural y moral de Italia”.
“Quisiera destacar como, a través de este multiforme testimonio, debe emerger sobre todo aquel gran “sí” que en Jesucristo, Dios ha dicho al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia; como, por lo tanto, la fe en el Dios del rostro humano lleva alegría al mundo. El cristianismo está abierto a todo aquello que de justo, verdadero y puro hay en las culturas y en las civilizaciones… Los discípulos de Cristo reconocen por lo tanto y acogen con gusto los auténticos valores de la cultura de nuestro tiempo, como el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, los derechos del hombre, la libertad religiosa, la democracia. No ignoran y no menosprecian sin embargo aquella peligrosa fragilidad de la naturaleza humana que es una amenaza para el camino del hombre en todo contexto histórico; en particular, no descuidan las tensiones interiores y las contradicciones de nuestra época. Por ello la obra de evangelización no es jamás un simple adaptarse a las culturas, sino es siempre y también una purificación, un corte valeroso que se convierte en madurez y curación, una apertura que consiente el nacimiento de aquella “criatura nueva” que es el fruto del Espíritu Santo”.
“La persona humana no es, por otro lado, solamente razón e inteligencia, que son no obstante elementos constitutivos. Lleva dentro de sí, inscrito en lo más profundo de su ser, la necesidad de amar, de ser amada y de amar a su vez… El Creador del cielo y de la tierra, el único Dios que es la fuente de todo ser, este único “Logos” creador, esta razón creadora, sabe amar personalmente al hombre, es más, lo ama apasionadamente y quiere ser a su vez amado… en Jesucristo tal actitud alcanza su forma extrema, inaudita y dramática: en Él, efectivamente, Dios se hace uno de nosotros, nuestro hermano en humanidad, y además sacrifica su vida por nosotros”.
“Justamente porque nos ama verdaderamente, Dios respeta y salva nuestra libertad. Al poder del mal y del pecado no opone un poder más grande, sino que… prefiere poner el límite de su paciencia y de su misericordia, aquel límite que es, en concreto, el sufrimiento del Hijo de Dios. Del mismo modo también nuestro sufrimiento es transformado desde adentro, es introducido en la dimensión del amor y encierra una promesa de salvación… Bien sabemos que esta opción de la fe y del seguimiento de Cristo nuca es fácil: es siempre, en cambio, contrastada y controvertida. La Iglesia permanece siendo entonces “signo de contradicción”, tras las huellas de su Maestro, también en nuestro tiempo. Pero no por esto perdemos el ánimo… la fuerte unidad que se ha realizado en la Iglesia desde los primeros siglos entre una fe amiga de la inteligencia y una praxis de vida caracterizada por el amor recíproco y por la atención cuidadosa a los pobres y a los que sufren ha hecho posible la primera gran expansión misionera del cristianismo en el mundo helenístico-romano. De este modo sucedió también a continuación, en diversos contextos culturales y situaciones históricas. Esta permanece siendo el camino maestro para la evangelización: el Señor no guíe a vivir esta unidad entre verdad y amor en las condiciones propias de nuestro tiempo, para la evangelización de Italia y del mundo de hoy”.
“Para que la experiencia de la fe y del amor cristiano sea acogida y vivida y se transmita de una generación a otra, una cuestión fundamental y decisiva es aquella de la educación de la persona… Una educación verdadera necesita despertar el valor de las decisiones definitivas, que hoy son consideradas un vínculo que mortifica nuestra libertad, pero en realidad son indispensables para crecer y alcanzar algo grande en la vida, en particular para hacer madurar el amor en toda su belleza: por lo tanto para dar consistencia y significado a la misma libertad”.
“La autenticidad de nuestra adhesión a Cristo se verifica entonces especialmente en el amor y en la solicitud concreta por los más débiles y los más pobres, para quien se encuentra en mayor peligro y en más grave dificultad… la caridad de la Iglesia hace visible el amor de Dios en el mundo y hace así convincente a nuestra fe en el Dios encarnada, crucificado y resucitado”.
“La Iglesia, por lo tanto, no es y no pretende ser un agente político. Contemporáneamente tiene un profundo interés por el bien de la comunidad política, cuya alma es la justicia, y le ofrece a un doble nivel su contribución específica. La fe cristiana, de hecho, purifica la razón y la ayuda a ser mejor ella misma: con su doctrina social, por lo tanto, argumentada a partir de aquello que es conforme a la naturaleza de todo ser humano, la Iglesia contribuye a hacer en modo que aquello que es justo pueda ser eficazmente reconocido y también realizado. Para tal fin son claramente indispensables las energías morales y espirituales que consientan anteponer las exigencias de la justicia a los intereses personales, o de una categoría social, o también de un Estado”.
“Una especial atención y un extraordinario compromiso son requeridos hoy por aquellos grandes desafíos en los que vastas proporciones de la familia humana son mayormente en peligro: las guerras y el terrorismo, el hambre y la sed, algunas terribles epidemias. Pero es necesario también contrastar, con igual determinación y claridad de intentos, el riesgo de las decisiones políticas y legislativas que contradigan fundamentales valores y principios antropológicos y éticos enraizados en la naturaleza del ser humano, en particular en referencia a la tutela de la vida humana en todas sus fases, desde la concepción hasta la muerte natural, y a la promoción de la familia fundada en el matrimonio, evitando introducir en el orden público otras formas de unión que contribuirían a desestabilizarla, oscureciendo su carácter peculiar y su insustituible rol social. El testimonio abierto y valeroso que la Iglesia y los católicos italianos han dado y están dando en referencia a esto, son un servicio precioso a Italia, útil y estimulante también para otras Naciones”.
“Estamos estimulados a tener siempre presente que no estamos solos en llevar el peso: nos sostenemos efectivamente los unos a los otros y sobre todo el Señor mismo guía y sostiene la frágil barca de la Iglesia. Retornemos así al punto del que hemos partido: decisivo es nuestro estar unidos a Él, y por lo tanto entre nosotros, el estar con Él para poder ir en su nombre”. (S.L.) (Agencia Fides 20/10/2006)


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