VATICANO - Seminario de estudio para los Obispos - Sobre el tema “El Obispo y el munus sanctificandi" ha intervenido el Card. Carlo Caffarra

sábado, 16 septiembre 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Los Obispos son los grandes sacerdotes, los principales dispensadores de los misterios de Dios y son moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica en la Iglesia que se les ha confiado. Según el Código de Derecho Canónico (Can. 835), "santifican" porque ejercen la plenitud del sacerdocio, dispensan los divinos misterios, custodian la vida litúrgica. El Obispo y el “munus sanctificandi" es el tema ilustrado por el Card. Carlo Caffarra, Arzobispo de Bolonia, durante su intervención en el Seminario de estudio para los Obispos, promovido por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
Respecto a la expresión según la cual los Obispos "son los grandes sacerdotes”, el Card. Caffarra ha citado dos textos del Concilio Vaticano II (SC 41,1; LG 26,1) que ayudan a profundizar este concepto. "De estos dos textos resulta que la unión entre la vida en Cristo de los fieles a él confiados y el ejercicio del ministerio apostólico del Obispo se encuentra sobre todo en la celebración de la eucaristía. Es de la celebración de la Eucaristía realizada por el Obispo de donde deriva y depende 'de algún modo' la vida en Cristo de sus fieles" ha dicho al Cardenal quien después ha ilustrado esta enseñanza. A nivel de signo, la celebración eucarística del Obispo en la Catedral posee un alto valor simbólico, incomparable con cualquier otra celebración. Debe tener una dignidad, una solemnidad, un resplandor eminente. Es pues muy educativo que se celebre con todo el presbiterio, en la Catedral días como el jueves santo, la solemnidad de la Dedicación.
El Obispo es "el principal dispensador de los misterios de Dios en primer lugar porque en su Iglesia es el apóstol que predica el Evangelio y el médico auténtico de la fe que se debe creer y practicar". Los misterios de Dios son dispensados al hombre ante todo a través del servicio a la Palabra. El Card. Caffarra ha continuado: "Es realmente el Obispo la fuente visible de la santificación de los fieles, de su vida en Cristo, y en cierto sentido, los divinos misterios llegan al hombre o directamente a través del ministerio episcopal o a través de aquellos ministros que sólo el Obispo puede consagrar."
Desde el momento que la acción litúrgica "es el acontecimiento más grande que ocurre sobre esta tierra, es la epifanía más luminosa del misterio de la Iglesia, es la puerta por la que se nos permite entrar a nosotros, todavía peregrinos en la tierra, a la Jerusalén celeste", este gran tesoro que la Iglesia posee es confiado al Obispo, que tiene tres grandes tareas: el tesoro debe ser custodiado, promovido y gobernado. El primero de estos deberes, la custodia, exige que sea custodiada principalmente “la verdad del acto litúrgico”: "la celebración litúrgica no es siempre una verdadera epifanía del misterio, y por tanto no expresa siempre con la debida claridad la naturaleza del culto divino. La acción litúrgica no es en primer lugar el reunirse juntos toda la comunidad sino que es alabanza a Dios, es súplica, es adoración". El segundo aspecto está relacionado con la participación de los fieles, que el Obispo debe atender para que consciente, activa y fructuosa (cfr. SC 11).
La riqueza de la liturgia debe ser también promovida, esto es, "debe fructificar en la vida de los fieles y las comunidades". Se debe por ello, conducir a los fieles a la comprensión de la acción litúrgica por medio de una continua y progresiva catequesis mistagógica. Dos son las exigencias manifestadas a este propósito por el Card. Caffarra: educar a la oración personal sobre todo a las nuevas generaciones, para que puedan participar luego activa y conscientemente en la oración litúrgica, y promover la dignidad y el esplendor de los lugares en los se que celebra la acción litúrgica.
Por último, la responsabilidad de gobernar se ejerce a dos niveles: el Obispo tiene que vigilar para que en su Iglesia la liturgia sea celebrada en el respeto de las normas universales y debe moderar las celebraciones litúrgicas en su Iglesia, dando orientaciones y normas para que la vida litúrgica sea custodiada y aprobada. (S.L) (Agencia Fides 16/9/2006; Líneas: 48 palabras: 710)


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