Yangón (Agencia Fides) – “Este no es el momento de rendirse. Es el momento de encontrar, entre las cenizas del dolor, las brasas de la esperanza. La paz es posible; la paz es el único camino. No permitamos que el odio nos defina. No dejemos que la desesperación venza. Que nuestra respuesta sea sencilla: compasión en acción, verdad dicha con dulzura y paz buscada sin descanso”. Con estas palabras comienza el conmovedor mensaje difundido hoy, 29 de octubre, por los Obispos de Myanmar, redactado durante una asamblea en línea en la que se ha examinado la situación de la comunidad eclesial tras cuatro años de guerra civil.
El documento, enviado a la Agencia Fides y titulado “Un mensaje de compasión y esperanza para la ‘policrisis’ de Myanmar”, está firmado por todos los prelados birmanos y parte de una constatación dolorosa: “En toda nuestra amada tierra, de norte a sur, de este a oeste, nuestro pueblo afronta una crisis sin precedentes en la historia reciente. No se trata de una sola tragedia, sino de lo que los expertos llaman una ‘policrisis’, donde múltiples emergencias se combinan y cada una agrava a las demás. Vivimos conflictos armados, desastres naturales, desplazamientos, colapso económico y una profunda fractura social.”
El primer aspecto que subrayan es el impacto humano: “Más que cualquier otra cosa –afirman los obispos– nos parte el corazón el sufrimiento de las personas. Según las Naciones Unidas, más de tres millones de habitantes de Myanmar han sido desplazados de sus hogares a causa de la intensificación del conflicto. No se trata solo de cifras: son madres, padres, abuelos y niños. Algunos se refugian bajo los árboles, en los arrozales, en monasterios o en tiendas improvisadas, sin alimento, agua, educación ni seguridad.” Mientras en las zonas de combate las ciudades se han convertido en “ciudades fantasma”, en las regiones afectadas por los terremotos aldeas enteras han sido arrasadas, generando en la población traumas profundos y miedo.
“Las mujeres y los niños soportan los mayores pesos”, prosiguen los prelados. “Muchos pequeños llevan años sin asistir a la escuela: sus aulas son ahora escombros y su futuro está suspendido en la incertidumbre. Algunos han perdido a sus padres, otros han sido testigos de la violencia. Muchos tienen hambre, están enfermos y no logran expresar lo que sienten. También las mujeres sufren en silencio: cargan con el dolor de la pérdida familiar, el deber de cuidar a los suyos y el temor a ser explotadas. En ocasiones deben dar a luz o criar a sus hijos sin refugio ni asistencia médica. Y, sin embargo, son ellas quienes mantienen unidas las comunidades, cocinan para muchos, rezan en la oscuridad y consuelan a los que están de luto”.
Los obispos también señalan una de las heridas más profundas: “La falta de comprensión y de confianza entre los distintos actores y partes implicadas. Existen múltiples frentes, visiones y necesidades, pero escasos espacios auténticos de diálogo donde los corazones puedan escucharse. Por eso la ayuda se bloquea, el desarrollo se retrasa y el acceso humanitario se limita”. “La vida cotidiana de los civiles se ha convertido en una prueba constante de supervivencia. En muchas zonas del país, los precios de los alimentos se han disparado, el trabajo ha desaparecido, escasean el combustible y los medicamentos, y la electricidad es intermitente. La ansiedad se ha convertido en compañera silenciosa de cada familia” continúan los obispos.
Los jóvenes, “solo sueñan con estudiar, trabajar y construir su futuro, pero están llenos de miedo, de rabia y de desilusión. Sus talentos se desperdician y sus esperanzas quedan sepultadas”. Ante este panorama, los obispos se preguntan: “Como cristianos, y junto a quienes pertenecen a otras religiones, ¿hacia dónde nos dirigimos? ¿Cómo poner fin a la guerra?”
El cristianismo –añaden los prelados– no ofrece una vía fácil para escapar del sufrimiento, pero sí un camino humilde hacia la reconciliación, la sanación y la paz duradera. “Reconciliarse no significa olvidar ni fingir que todo está bien, sino escuchar las historias de los demás, llorar con quienes lloran y buscar un terreno común donde nadie tenga que perder para que otros ganen.”
“El mismo Jesús dijo: ‘Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios’ (Mt 5,9). La paz no es pasividad ni silencio: es un compromiso activo y valiente por elegir la vida en lugar de la muerte, la dignidad en vez de la venganza, la comunidad en lugar del aislamiento” recuerdan en el mensaje.
Y con este espíritu, concluye: “Que nuestra nación, herida y agotada, pueda resurgir no solo con edificios, sino con corazones renovados. Y que un día nuestros hijos puedan decir: ‘No renunciaron a la paz, y así encontramos el camino de regreso a casa’. Que Dios bendiga a Myanmar.”
(PA) (Agencia Fides 29/10/2025)