Ulaanbaatar (Agencia Fides) – «Si perdemos el amor, no podemos hacer casi nada como misioneros. Si trabajamos por amor, incluso en un entorno en el que parece imposible hacer algo, podremos obtener muchos frutos». Así lo afirma el padre Pietro Hong Jeongsu, de la iglesia de Santa María, en la diócesis de Ulaanbaatar.
Fundada en 2002, la parroquia acoge cada domingo a la pequeña comunidad católica coreana, que celebra la Eucaristía en su propio idioma. «Tenemos la particularidad de trabajar en un contexto en el que muchas personas aún no han oído hablar del Evangelio de Jesucristo. Sentimos que se trata de una obra primordial e importante», subraya el misionero fidei donum, originario de la diócesis de Daejeon, que lo envió a Mongolia para poner su vocación al servicio de la Iglesia universal.
En la parroquia conviven la comunidad mongola y la comunidad coreana.
La comunidad mongola, compuesta entre unos 100 y 120 miembros, está formada por dos generaciones: la primera conoció la fe a principios de los años 2000. El difunto padre Stefano Kim Seong-hyeon, fundador de la parroquia y fallecido en 2023 a los 55 años -23 de ellos dedicados a la misión en tierra mongola-, la llamaba «la generación de Abraham». La segunda generación está formada por sus hijos e hijas. «Con los rápidos cambios de la sociedad mongola, algunos habían perdido la fe y se habían alejado de la Iglesia. Pero lo alentador es que, al formar una familia y entrar en una nueva etapa de su vida, muchos regresan y vuelven a frecuentar la parroquia», explica el padre Pietro, que hoy intenta organizar grupos por edades, encuentros de oración y servicios de voluntariado. Considera fundamental «que las generaciones de padres e hijos se reencuentren en un camino de fe en el que Jesucristo pueda atraer los corazones de toda la familia».
La comunidad coreana en Mongolia cuenta hoy con una veintena de miembros. En el pasado llegó a superar los 50, pero muchos regresaron a Corea tras el cierre de empresas extranjeras después de la pandemia, lo que redujo las oportunidades laborales en el país.
Entre los coreanos que permanecen en Mongolia, no faltan historias de conversión y bautismos de adultos y niños. En algunos casos, el primer acercamiento al cristianismo surgió de modo inesperado, a través de historias o vídeos encontrados por casualidad en las redes sociales.
La vida cotidiana de los católicos coreanos en Mongolia está marcada por gestos sencillos y fraternos, compartidos con los demás miembros de la «Iglesia naciente» local: la celebración de la Eucaristía y los sacramentos, las visitas a comunidades lejanas, y el compartir comidas y ayuda material con los más pobres, como los trabajadores de los vertederos o las familias en dificultad.
Los numerosos misioneros que participan en la obra evangelizadora de la Iglesia en Mongolia imprimen su propio sello en la misión, dentro de una libertad que sabe valorar la pluralidad y las diferencias, bajo la guía del cardenal Giorgio Marengo, prefecto apostólico de Ulán Bator. «Y todos reconocen -dice el padre Jeongsu- que la misión no consiste en intentar trasplantar la cultura o el ambiente de la Iglesia de otro país, sino en ayudar a cada persona a expresar, según su propia lengua y cultura, el amor de Dios experimentado en su vida».
En Mongolia, el mes de octubre está marcado por las celebraciones del Día de los Ancianos y el Día de los Maestros. En la lengua local, el término maestro (pakshi) tiene un sentido profundo, que trasciende la profesión y puede referirse también a un sacerdote, monje o guía espiritual. «Por eso -señala el padre Pietro- la enseñanza es una profesión muy respetada en la sociedad mongola y, en consecuencia, los catequistas, como maestros de la fe, celebran octubre como un tiempo privilegiado para renovar su misión en las parroquias».
(Agencia Fides 20/10/2025)
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