por Pascale Rizk
Nagasaki (Agencia Fides) - Era 1549 cuando Francisco Javier desembarcó en Kagoshima. Aunque no fue el primer europeo en pisar suelo japonés -ya lo habían hecho los mercaderes-, el santo jesuita fue el primero en quedarse para anunciar a Jesús y su Evangelio a los habitantes de aquellos lugares. Aún hoy perduran los frutos de su misión, como ha podido comprobar don Andrea Falcinelli, sacerdote italiano de la diócesis de Senigallia, que ha compartido con la Agencia Fides sus impresiones y recuerdos de su viaje a tierras niponas.
En Japón, los católicos representan apenas el 0,3 % de la población, y los cristianos en su conjunto alcanzan solo el 1 %. Precisamente en este contexto se encuentra la hermana Luigina Buti, canosiana, nacida en Vaccarile, en la diócesis de Senigallia. Junto con una religiosa inglesa, dos indonesias y cuatro japonesas, desarrolla su apostolado en Ōmuta, provincia de Fukuoka, en la escuela privada femenina de enseñanza media y superior Meiko Gakuen. Fundadas por Santa Magdalena de Canossa en 1808, las Hijas de la Caridad Canosianas continúan hoy su misión original dedicada a la educación, la caridad, el cuidado de los ancianos y enfermos, y la promoción de la justicia social en todo el mundo.
El complejo escolar dirigido por las canosianas es muy conocido en la región y cuenta con unas 300 alumnas. «En Japón, la escuela no es solo un lugar de estudio, sino también de numerosas actividades extraescolares que ocupan toda la jornada; por ello, no es fácil poner en marcha grupos eclesiales que propongan experiencias de fraternidad y de compartir», explica don Andrea, subrayando la importancia de la escuela católica en la zona. Varias congregaciones femeninas y masculinas, además de las parroquias, se dedican a la promoción y cuidado de las escuelas católicas en Japón, abriendo centros educativos y guarderías para mostrar a las nuevas generaciones la vida que nace del Evangelio.
A una hora en coche de Ōmuta, en la ciudad de Kikuchi, vive el padre Silvano da Roit, misionero xaveriano de 70 años, originario de Bérgamo. Profesor de religión en la misma escuela y confesor de las hermanas, también es párroco de una pequeña comunidad de 87 fieles. Estudioso de la cultura japonesa, ha editado textos disponibles en la web del Centro de Estudios Asiáticos de los Padres Xaverianos. Además, visita regularmente a los presos y mantiene correspondencia con ellos.
También es muy querido el padre Giuseppe Piazzino, del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME). Ordenado sacerdote en 1963 en la catedral de Milán por el cardenal Giovanni Battista Montini, partió hacia Japón un año después. Hoy, con 88 años y más de seis décadas de misión, sigue ejerciendo como capellán en el hospital Saint Mary de Kurume, a unos 40 km de Fukuoka.
Desde hace poco menos de veinte años, otro misionero del PIME, monseñor Andrea Lembo, sirve como obispo auxiliar de Tokio. «Conocer a cada uno de estos misioneros ha enriquecido mi viaje. Hablar con el obispo me ha permitido recibir un testimonio más actual: la mirada de quien está en contacto con la juventud, con la realidad metropolitana, y afronta el futuro de esta Iglesia sin nostalgias del pasado», comenta don Andrea.
Hoy vicario parroquial en Serra de' Conti, Piticchio, Montale y San Ginesio-Sant'Apollinare d'Arcevia, en la diócesis de Senigallia, en Italia, don Falcinelli es delegado diocesano para el ecumenismo y el diálogo interreligioso, y prosigue sus estudios de doctorado con una tesis sobre el concepto patrístico de persona en relación con su inculturación teológica en contextos fuertemente marcados por el budismo. Su viaje a Japón, orientado a profundizar en el diálogo fraterno en el ámbito de la religiosidad y espiritualidad del Lejano Oriente, ha incluido la visita a lugares de martirio, como los del santo jesuita japonés Pietro Chibe y del sacerdote palermitano Giovanni Battista Sidotti en Tokio, así como templos budistas y sintoístas. También ha visitado Hiroshima, con su memorial a las víctimas de la bomba atómica lanzada el 6 de agosto de 1945, a las 8:16 horas, y Nagasaki, donde tres días después, el 9 de agosto a las 11:02 horas, se lanzó la segunda bomba.
Históricamente, Nagasaki es el corazón del catolicismo japonés, donde la presencia cristiana alcanza el 4 % de la población. Allí destacan dos lugares que tocan profundamente el corazón. El primero es la nueva catedral -construida siguiendo el modelo de la que fue destruida en el bombardeo-, donde se conserva una estatua de la Virgen marcada por la explosión atómica. Ante esa imagen los cristianos de Nagasaki han rezado durante décadas, encontrando consuelo y esperanza en Aquella que lleva impresas las huellas de su herida más atroz.
El segundo lugar es la pequeña casa de dos tatamis construida tras la bomba por Paolo Takashi Nagai (1908-1951), donde vivió con sus hijos. Él mismo la llamó Nyokodō, «lugar del amor al prójimo como a uno mismo». Nagai, médico laico convertido al cristianismo en su juventud, resultó gravemente afectado por la radiación atómica. El 9 de agosto de 1945, pese a la angustia de haber perdido su casa y a su esposa, se entregó de inmediato a socorrer a los heridos de la devastación. Enfermo de leucemia por la exposición, continuó escribiendo, dibujando y estudiando desde su lecho, agradecido de poder vivir y mantenerse activo. Su pensamiento y su ejemplo han sido de alivio para el sufrimiento de toda una ciudad y de todo un pueblo.
Fue precisamente en Nagasaki donde floreció una comunidad cristiana durante el llamado «siglo cristiano», que ofreció numerosos mártires y confesores de la fe en las décadas de persecución. Otro hito fundamental en la memoria de la Iglesia japonesa es el 17 de marzo de 1865, cuando los «cristianos ocultos» se revelaron al padre Bernard Petitjean, de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, capellán de los comerciantes occidentales, tras el largo período del sakoku (1641-1853), en el que Japón permaneció cerrado al exterior. Durante esos dos siglos, nadie sabía si en el país del Sol Naciente aún quedaban cristianos después de las violentas persecuciones. Se cuenta que el papa Pío IX, al recibir la noticia, rompió en llanto, y que toda Europa se conmovió ante el testimonio de los católicos japoneses, capaces de mantener la fe durante generaciones sin sacerdotes ni asistencia espiritual. Una vez revelada su existencia, aquellos cristianos volvieron a sufrir las últimas represiones violentas.
«El encuentro con una alteridad cultural y geográfica tan marcada me lleva a preguntarme qué significa ser pueblo, tanto en singular como en plural (no solo existe el pueblo, sino también los pueblos). La Palabra parece indicarme que no hay otro fundamento para un auténtico ser pueblo -no exclusivo, sino fraterno- que la vocación común y original que viene del Padre. Y que, de alguna manera, también a los pueblos, a la luz del Espíritu y en la comunión de la Iglesia (eklesia significa “convocatoria”), se les dirige una llamada histórica peculiar en favor de todos los demás», concluye don Andrea.
(Agencia Fides 1/10/2025)