VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA a cargo de D. Nicola Bux y D. Salvatore Vitiello

jueves, 16 marzo 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Cultura y diálogo interreligioso. Hay quien considera la llegada de los musulmanes a Europa como un “signo de los tiempos”; podría serlo en el cuadro más amplio del movimiento migratorio de hombres y mujeres de otras religiones que llegan por diversas razones hasta nosotros, en un momento de grande crisis y debilidad de la identidad cristiana europea. ¿De qué podría ser signo un movimiento tal? El Señor podría querer provocar a los cristianos a recuperar a través de las palabras y obras, el diálogo de la salvación con ellos, fin propio de la misión de evangelización de la Iglesia. ¿O los consideraremos como una realidad impermeable a la acción del Espíritu?
Todo esto, puede valer para nosotros europeos en gran parte cristianos, condicionados a pensar y actuar según las reglas cristianas; si hubiéramos nacido en Asia seríamos musulmanes o budistas o creyentes de otras religiones que allí se profesan. Por consiguiente nosotros cristianos no podríamos tener el derecho a analizar a la luz de la Verdad Revelada, las otras religiones, porque serían tentativas de relación entre el hombre y lo sobrenatural y todos deben ser libres de buscar a su modo y según sus propias posibilidades, la verdad.
Se debe recordar ante todo, que en sus inicios el cristianismo se dirigió a los griegos, además de a los judíos, porque entreveía en su búsqueda filosófica, según una expresión de los Padres de la Iglesia, las semillas esparcidas por el Verbo de Dios en la misma ratio umana. No ha contrapuesto la razón a la religión sino que la ha unido, para reconciliarse y profundizar recíprocamente. Esta voluntad de racionalidad abre a la verdad y a lo que une a todos los hombres. Se debe situar aquí por un lado, la posición que ve dentro de las religiones una cierta predisposición a la verdad cristiana, por otra, la que ve en el pluralismo de las religiones un fenómeno diversificado de una espera no realizada. Pero una semilla o "un rayo de verdad" (Declaración Nostra aetate,2) presente en las religiones, no es la verdad. Por ello, el culto cristiano, expresión de una fe bíblica realista e irreducible al mito o al símbolo, ha valorizado cuanto de bueno tenían aquellos cultos. Y la filosofía griega se ha encontrado de modo providencial con la fe bíblica. Por tanto, se debe compartir la tesis del Card. Joseph Ratzinger ("Fe, Verdad, Tolerancia", Siena 2003, p 96-98) que no se puede hablar de "helenización" sin las necesarias aclaraciones.
En segundo lugar, dicha opinión bastante difundida, entra en contradicción con un fenómeno ordinario: el hombre, profesando una religión, se adhiere a una determinada idea de Dios; luego, si esta idea no lo convence, busca otra más verosímil. Como norma, el hombre que busca la verdad, puede llegar a comprender que propuesta religiosa responder mejor o peor a sus expectativas. Por tanto, la fe cristiana, no viene de una determinada cultura, incluida la europea, aunque deja espacio a toda cultura, sino que proviene de la revelación de Dios, como demuestra ya desde el principio la venida del Espíritu Santo en Pentecostés con el prodigio de los apóstoles que cada uno los oía en su propia lengua.
Por último, no se puede sustentar que el cristianismo es una religión europea, sea por el hecho de que naciese en oriente, sea porque la historia de la Iglesia en las siguientes fases de evangelización demuestran que ha asumido una forma "intercultural", es decir universal, coherente con su nota católica. Detengámonos en este término tan en boga, aunque un poco en crisis después del 11 de septiembre del 2001. El Card. Ratzinger trae los casos del griego Platón, que el cristianismo supo valorar dejando caer cuanto era anticristiano, y de Agustín que, vista la novedad y alteridad del cristianismo, pasó del Ortensio de Cicerón a la Biblia: se le pidió un éxodo, una "fractura cultural" implicando la muerte y el renacimiento, como ya ocurrió con Abraham y con el pueblo de Israel (ivi, p 90-93). Se puede constatar que la fe cristiana irrumpe desde fuera como un nuevo nacimiento y no proviene de experiencias interiores, y el sacramento del bautismo lo declara. Contra ciertas acusaciones a los misioneros europeos de haber colonizado el nuevo mundo con un cristianismo europeo y a pesar de unos excesos, el cristianismo católico por un lado se ha presentado en su forma de procedencia, por otro ha revestido la indígena, demostrando toda su versatilidad. Basta pensar en el trabajo de unificación y diversificación del rito latino en las diversas lenguas y ceremonias, realizado después del concilio de Trento y todavía incluso después del Vaticano II. Nos parece que la "interculturalidad" es la que nace de la purificación y transformación de los aspectos mejores de las culturas; una cultura que se limitara a introducirse en la serie, sería una operación sin sentido. Haría falta preguntarse como consigue uno quedar satisfecho de un pluralismo que no permita encontrarse en una unidad más grande y en la verdad.
Para promover todo esto, es completamente razonable la decisión del Papa Benedicto XVI de valerse de un único instrumento: el Consejo Pontificio para la Cultura y el Diálogo interreligioso. (Agencia Fides 16/3/2006 - Líneas: 59 Palabras: 879)


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