VATICANO - Proyectar y construir el templo de Dios. Una contribución de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia a cargo de Su Exc. Mons. Mauro Piacenza. “El edificio destinado al culto"

martes, 7 marzo 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Comenzamos hoy la publicación de una serie de contribuciones dedicadas al edificio sagrado, cuyas orientaciones podrán ser de ayuda para la construcción de los lugares de culto, sobre todo en los territorios de misión.
El Cardenal Leo Scheffczyk, a propósito del Concilio Ecuménico Vaticano II, hizo notar que "atribuyendo a la Iglesia una estructura sacramental o definiéndola como el sacramento más completo, que transmite como sacramento y de modo sacramental el 'sacramento personal' que es Jesucristo, la Iglesia es sustraída a una comprensión puramente mundana y naturalista, entendida en un sentido horizontal y ‘de aquí’"' (L. Sceffczyk, La Iglesia, Milán 1998, p. 38).
Es evidente que esta realidad sacramental de la Iglesia tiene inmediatamente consecuencias prácticas en el plano del signo por lo que concierne a los edificios de culto. La forma externa, la disposición interior de los espacios, las decoraciones, todo debe ser capaz de expresar el sentido teológico y sagrado de la domus ecclesiae.
El edificio cristiano se configura desde el exterior como signo de la comunidad de los creyentes en Cristo y como tal, es en sí mismo presencia, anuncio, testimonio del Reino de Dios entre los hombres. Extendiendo lo que afirmaba Jesús a los discípulos y a la comunidad cristiana, también el edificio sagrado debe ser la "ciudad situada sobre un monte" que no puede ser escondida, (cfr Mt 5, 14 y paralelos).
En el curso de los siglos, las iglesias, generalmente bien integradas en el tejido urbanístico, han tenido un aspecto a veces monumental - como las catedrales góticas o las iglesias barrocas - a veces más modesto, pero siempre han sido bien reconocibles. El modo con que la Iglesia presentaba sus edificios de culto iba a menudo de acuerdo con la idea que ella tenía de si misma y de lo que quería comunicar al exterior. Ha habido una época, felizmente breve, en la que un malentendido concepto de pobreza o escondimiento, por razones ideológicas, ha inducido a construir iglesias asimilables a la más banal constructora civil o completamente faltos de visibilidad.
Hoy, a la luz de la auténtica eclesiología del Concilio Vaticano II, se puede pensar en iglesias que se diferencian de las viviendas comunes por su decoro y dignidad, aunque no suntuosas; construidas con el recurso del mejor arte y del mejor ingenio humano, no por ostentación, sino por amor a Dios; discretas, pero no anónimas. Estas deberían ser bien reconocibles como edificios católicos, de modo que pueda ofrecer, con su sola presencia, un anuncio alegre del evangelio, especialmente en nuestros contextos urbanos, caracterizados ya por pluralidades religiosas. A esto sirve tradicionalmente el campanario que funciona como signo visual y sonoro al mismo tiempo.
La iglesia presenta habitualmente zonas "liminales", que articulan el paso del exterior al interior: anteiglesia, fachada, portal y atrio. Estas responden a la exigencia del fiel de tener un espacio que indique una separación de la cotidianidad antes de entrar en el lugar santo, correspondiente al descanso del domingo, que marca por el contrario, el tiempo de la semana. Estos elementos arquitectónicos, lejos de constituir una fractura, unen el exterior con el interior de la iglesia, donde se celebra la Liturgia de la Misa, que es la "cumbre y fuente" de la vida de cada día. Mientras que para el creyente significan unidad entre la fe y la vida cotidiana, las personas no creyente o todavía en búsqueda, deberían percibirlo como una amigable invitación. No es casualidad que las iglesias se sitúen con frecuencia en las calles y plazas principales de las ciudades.
Una elección cautelosa del programa iconográfico de la fachada, del portal y de la puerta, puede permitir, además, integrar estos elementos arquitectónicos externos en la dinámica y en los recorridos litúrgicos de los sacramentos de la llamada "iniciación" (bautismo y confirmación) en las procesiones litúrgicas (entrada de la Misa, domingo de Ramos etcétera) o devocionales (Corpus Christi y fiestas patronales). También otros elementos externos pueden dar fuertes mensajes espirituales como la elevación de un santuario sobre una escalinata alta, que puede sugerir un recorrido ascético o un camino penitencial.
La misma orientación de las iglesias, por último, con el ábside dirigido hacia el punto en que surge el sol, es decir Cristo (cf Lc 1, 78) sugiere a los fieles la necesidad de "mantener fija la mirada en Jesús, autor y perfeccionador de nuestra fe" (Heb 12, 2) no sólo en el momento de la Misa u oración, sino en todos los momentos de la vida.  Mauro Piacenza, Presidente de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, Presidente de la Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada. (Agencia Fides 7/3/2006 - Líneas: 58 Palabras: 804)


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