VATICANO - “la representación de la Navidad en el arte”: una contribución de Su Exc. Mons. Mauro Piacenza

viernes, 23 diciembre 2005

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Los "Evangelios" de la infancia de Lucas y Mateo, que describen los hechos del Nacimiento de Jesús, constituyen el núcleo de las representaciones de la Natividad. Los episodios principales son el nacimiento pobre de Jesús "en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada” (Lucas 2,7); la adoración de los pastores, que representan la parte más marginada del pueblo de Israel y la visita de los Magos venidos de Oriente siguiendo la estrella, símbolo de los paganos que manifiestan su fe en Jesús Niño.
Los cristianos de los primeros siglos se identificaban con los Magos cuando decoraban, a partir del III siglo, con esta escena, las paredes de las catacumbas romanas y los sarcófagos, o bien cuando enriquecían la escena de la Natividad con elementos alegóricos como el buey y la mula, que, según la profecía de Isaías 1,3 ("El buey conoce el propietario y la mula el pesebre del dueño, pero Israel no conoce y mi pueblo no comprende") se convirtieron en símbolo del pueblo hebreo y de los paganos.
A partir del siglo IV la Natividad se convirtió en uno de los temas más frecuentemente representados en el arte religioso, como demuestran el valioso díptico de marfil y piedras preciosas del siglo V guardado en la Catedral de Milán, los mosaicos de la Capilla Palatina en Palermo, del Baptisterio de Venecia y las Basílicas de Santa Maria La Mayor y de Santa Maria in Trastevere en Roma. En estas obras, la escena se desarrolla en una gruta, que se empleaba para albergar a los animales, con Maria distendida como una parturienta, José absorto en un rincón y los Ángeles que llevan el anuncio a los pastores, y a veces en la lejanía se entreven los Magos. El centro de la composición lo constituye el Niño Jesús, envuelto en pañales, tan apretados que parece más un muerto, y depuesto en una cuna, que parece, a veces, un sarcófago, como preanunciando simbólicamente su muerte y resurrección. La representación es además enriquecida con particularidades sacadas de los evangelios Apócrifos como el baño del Niño, subrayando la realidad de la encarnación del Verbo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Del deseo de San Francisco de hacer revivir el nacimiento de Belén, implicando a la gente del pueblo reunida Greccio (Rieti) la noche de Navidad del 1223, tomó vida la bella tradición del belén, que tanto se ha impuesto en la piedad y en el arte cristiano. El episodio fue pintado por Giotto en un fresco de la Basílica Superior de Asís y el primer belén resulta ser el tallado por Arnolfo de Cambio para la basílica de Santa Maria La Mayor en Roma. Precisamente por influjo de la espiritualidad franciscana, la representación de la Natividad cambió de esquema a partir del siglo XIV, poniendo normalmente en primer plano al Niño, a menudo en tierra, para subrayar la humanidad, objeto de devota y tierna contemplación por parte de los fieles, sustituidos por Maria, José, los pastores o los Magos adorantes, quienes se convierten en verdaderos protagonistas en la escena.
Realizar un elenco de artistas que se hayan centrado en este sujeto en todas las latitudes, con cualquier técnica, trasladando en las obras su sensibilidad y espiritualidad de su tiempo, sería completamente imposible. Podría ser igualmente interesante considerar, por el contrario, algunos particulares, generalmente poco conocidos, pero que son ricos en significado. Las ruinas de antiguos edificios, que se ven en muchas representaciones de la Natividad, por ejemplo, no son simples notaciones paisajísticas y todavía menos anacrónicas anticipaciones del gusto romántico. Estas derivan de una tradición, referida por Jacopo de Varazze, (1228 ca. - 1298) en la Leyenda Áurea, que refiere la creencia de los paganos de que el Templo de la Paz en Roma sólo se derrumbaría cuando diera a luz una virgen. Estas ruinas asumen por tanto un sentido simbólico, indicando como la eternidad y la paz no descansan en las fuerzas del hombre, sino que están en manos del "Príncipe de la paz” (Is 9, 5).
Un ejemplo más: el número tradicional de los Magos depende de los tres dones que llevan - oro, incienso y mirra -, que la liturgia de la Epifanía felizmente interpreta como la triple profesión de fe en Jesús Rey, Dios y Hombre, que moriría. Desde el siglo XIV también comienza a diferenciarse el aspecto de los Magos. Identificados con los tres pueblos descendientes de los hijos de Noé, llegan a ser respectivamente los representantes de las tres razas humanas, de los tres continentes entonces conocidos y de las tres edades del hombre: el viejo Baltasar representa Europa; el maduro Melchor, con el turbante, a Asia y el joven Gaspar, de piel oscura, a África. Creo que en este momento de tensiones entre pueblos y religiones, los tres Magos nos transmitan un mensaje de paz y de concordia.
En otras palabras, las imágenes de la Natividad poseen todos un fuerte sentido espiritual y teológico. En un famoso discurso, el Papa san León Magno invita a alegrarse por el nacimiento del Señor, ya que la Navidad es "una alegría común a todos porque nuestro Señor, vencedor del pecado y de la muerte, no habiendo encontrado a nadie libre de la culpa, ha venido para la liberación de todos". Por tanto, "exulte el santo porque se acerca el premio; se alegre el pecador, porque se le ofrecido el perdón; recobre ánimo el pagano, porque es llamado a la vida" (Disc. 1 de Navidad, 1-3: PL 54, 190-193). En toda la humanidad, santa y pecadora, que se encuentra en las representaciones de la Natividad en el arte, podemos pues vernos representados todos nosotros, con nuestra historia, angustias y dificultades cotidianas, nuestras conquistas más o menos efímeras, nuestros esfuerzos más o menos exitosos de santidad. Pensando en esto, sentiremos que se dirige también a nosotros la invitación a alegrarse del Papa León.
Siguiendo el método de oración de Santa Teresa de Jesús, que sugería en su Camino de Perfección ayudarse en la oración de una imagen del Señor, representada en su humanidad o el de San Ignacio de Loyola, que en los Ejercicios Espirituales recomendaba que toda meditación espiritual estuviera precedida de una "composición de lugar", en la que uno debía imaginarse hasta los más mínimos detalles la escena evangélica objeto de la contemplación, podemos transformar las obras maestras del arte o también las obras más modestas, en particular las representaciones de la Natividad, aunque también me refiero a las musicales, comenzando por el canto gregoriano, en motivo de oración y contemplación. Por otra parte, este era el objetivo de los artistas cristianos del pasado, que no buscaban tan solo producir obras de arte como único fin en si mismas. Es una cálida invitación que dirijo también a todos los artistas contemporáneos. Tanto en el ámbito de las artes figurativas como en la música y también en la valiosa categoría de los artesanos.
Podemos dirigir pues el deseo de que, contemplando una imagen de la Natividad, podamos también experimentar lo que narra Tommaso de Celano respeto del belén de Greccio: "… por los méritos del Santo, el niño Jesús resucitaba en el corazón de muchos, que lo habían olvidado, y su recuerdo quedaba impreso intensamente en su memoria" (Vida primera, 30, 86).
+ Mons. Mauro Piacenza, Presidente de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia y Presidente de la Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada


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