VATICANO - Juan Pablo II peregrino al Santuario de la Divina Misericordia, a la tumba de Santa Faustina Kowalska en Cracovia: ""Desde aquí, en efecto, partió el Mensaje de la Divina Misericordia, que Cristo mismo quiso transmitir a nuestra generación, a través de Santa Faustina"

sábado, 2 abril 2005

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - 1. Misericordias Domini in aeternum cantabo (sal 88 [89], 2). Vengo a este santuario como peregrino, para insertarme en el canto ininterrumpido en honor de la Divina Misericordia. Lo había entonado el Salmista del Señor, expresando lo que todas las generaciones conservaban y conservan, como preciosísimo fruto de la fe. El hombre no tiene necesidad de nada tanto como de la Divina Misericordia - de aquel amor que quiere bien, que compadece, que realza al hombre sobre su debilidad hacia las infinitas alturas de la santidad de Dios. En este lugar nos damos cuenta de esto en modo particular. En efecto, de aquí ha partido el Mensaje de la Divina Misericordia que Cristo mismo quiso transmitir a nuestra generación, a través de la beata Faustina. Y es un mensaje claro y legible para cada uno. Cada uno puede venir aquí a mirar este cuadro de Jesús Misericordioso, su Corazón que irradia gracias, y oír en el profundo de su alma cuanto oyó la Beata: "No tengas miedo de nada. Yo estoy siempre contigo" (Diario, q. II). Y si responde con corazón sincero: "Jesús, ¡confío en Ti!", encontrará la fortaleza en todas sus angustias y miedos. En este diálogo de abandono, se establece entre el hombre y Cristo una particular unión que exhala el amor. Y "en el amor no hay temor -escribe san Juan- al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor" (1 Jn 4,18).
La Iglesia relee el mensaje de la Misericordia, para llevar con más eficacia a la generación de este fin de milenio y a las futuras, la luz de la esperanza. Sin nunca cesar, pide a Dios misericordia por todos los hombres "en ningún momento y en ningún período histórico -especialmente en una época tan crítica como la nuestra- la Iglesia puede olvidar la oración, que es el grito a la misericordia de Dios, ante las múltiples formas de mal que pesan sobre la humanidad y la amenazan... Cuanto más la conciencia humana, sucumbiendo a la secularización, pierde el sentido del significado mismo de la palabra "misericordia", cuanto alejándose más de Dios, se distancia del misterio de la misericordia, tanto más la Iglesia tiene el derecho y el deber de apelar al Dios de la misericordia "con fuertes gritos" (Dives in misericordia, nº 15). Vengo aquí, para confiar todas las preocupaciones de la Iglesia y de la humanidad a Cristo misericordioso. En los umbrales del tercer milenio, vengo, para confiarle una vez más mi ministerio petrino -"Jesús, ¡confío en Ti!"
El mensaje de la Divina Misericordia ha sido para mí siempre querido y cercano. Es como si la historia lo hubiese inscrito en la trágica experiencia de la segunda guerra mundial. En aquellos años difíciles, fue un particular sostén y una inagotable fuente de esperanza, no sólo para los habitantes de Cracovia, sino para toda la nación. Esta fue también mi experiencia personal, que llevé conmigo a la Sede de Pedro y que, en ciento sentido, forma la imagen de este pontificado. Doy gracias a la Divina Providencia porque me ha sido dado contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo, mediante la institución de la fiesta de la Divina Misericordia. Aquí, junto a las reliquias de la beata Faustina Kowalska, doy gracias también por el don de su beatificación. Ruego incesantemente a Dios para que tenga "misericordia de nosotros y del mundo entero."
Juan Pablo II en Cracovia, 7 de junio de 1997 (Agencia Fides 2/4/2005)


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