VATICANO - “Para que el empeño de los cristianos a favor de la paz sea ocasión para dar testimonio del nombre de Cristo a todas las personas de buena voluntad”. - Comentario a la Intención Misionera de Enero 2012

jueves, 29 diciembre 2011

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Junto al amor, quizá sea la paz una de las palabras más usadas y desvirtuadas en nuestro lenguaje. En una cultura que pretende dejar a Dios fuera de lugar, la paz se presenta como un logro humano, olvidando que se trata de un don de Dios, fruto de la Redención realizada por Cristo.
Es verdad que, aún siendo don de Dios, los hombres deben buscar la paz, deben preparar el camino a la paz. Por eso, el Santo Padre ha puesto como lema de la Jornada Mundial para la Paz en el año 2012: Educar a los jóvenes en la justicia y la paz, porque está convencido de que ellos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza.
Benedicto XVI ha señalado que se ha de transmitir a los jóvenes el aprecio por el valor positivo de la vida, suscitando en ellos el deseo de gastarla al servicio del bien.
Uno de los aspectos más necesitados de reforma en la situación actual, es el de la educación. Una antropología centrada sobre sí misma, y que olvida la dimensión sobrenatural del hombre, no puede realizar una labor de educación completa. Esta visión parcial produce una educación que olvida los aspectos más esenciales del ser humano, provenientes de su llamada a la unión con Dios. El Santo Padre ha recordado la grandeza y el sentido de la verdadera educación: La educación es la aventura más fascinante y difícil de la vida. Educar –que viene de educere en latín– significa conducir fuera de sí mismos para introducirlos en la realidad, hacia una plenitud que hace crecer a la persona. Ese proceso se nutre del encuentro de dos libertades, la del adulto y la del joven. Requiere la responsabilidad del discípulo, que ha de estar abierto a dejarse guiar al conocimiento de la realidad, y la del educador, que debe de estar dispuesto a darse a sí mismo. Por eso, los testigos auténticos, y no simples dispensadores de reglas o informaciones, son más necesarios que nunca; testigos que sepan ver más lejos que los demás, porque su vida abarca espacios más amplios. El testigo es el primero en vivir el camino que propone.
Un marco educativo de primera importancia es la familia. Debe ser la primera escuela donde se recibe la educación para la justicia y la paz. Los padres deben exhortar a los hijos con el ejemplo de su vida para que pongan la esperanza ante todo en Dios, el único del que mana justicia y paz auténticas.
Los creyentes en Cristo deben ser testigos verdaderos de la paz de Cristo, una paz que brota de sus heridas gloriosas. El que vive en Cristo se convierte en un hombre de paz, una persona que lleva por doquier la paz que sobreabunda en su corazón por la misericordia de Dios.
Cristo ha nacido en el mundo como un Niño pequeño. No ha querido venir a nosotros imponiendo la fuerza de su poder. Ha manifestado su gloria a través de la pequeñez y la humildad, de la debilidad de su carne. Él  viene como Dios guerrero, pero es al mismo tiempo, el Príncipe de la Paz. Cristo es nuestra paz. La misión es el anuncio de Cristo, de su persona, de su obra salvadora. Presentarle a Él, es ofrecer al mundo el don más sublime, el don de la paz.


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