VATICANO - “AVE MARÍA” por Mons. Luciano Alimandi - El poder del perdón de Cristo

viernes, 25 septiembre 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Recientemente celebramos la fiesta del Apóstol y Evangelista San Mateo. A la luz de la gran misericordia de Dios, el mismo Mateo narra el evento imborrable de su llamado a seguir a Jesús: “En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» El se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9, 9-13).
La respuesta inmediata que Mateo da al Señor es signo, en primer lugar, del poder de la divina misericordia y, en segundo lugar, de la capacidad del pecador de abrirse al perdón para poder acoger la invitación, sublime y radical, de seguir a Cristo, ¡es decir de imitarlo!
La vida de quien ha sido marcado por el encuentro con la misericordia, no es más la misma, sino que sufre, como en el caso de Mateo, un cambio real que el Evangelio llama “conversión”. Cuando uno se abre al Señor en la verdad, es decir en la humildad, se sigue un camino de transformación, se cambia de mentalidad y de disposición del corazón, ya que la fuerza del perdón de Cristo entra en el alma humana y la llena de bondad.
Una persona cualquiera, como Mateo, con sus pecados y limitaciones, si confía en Jesús se vuelve capaz incluso de “dejarlo todo” por seguirlo.
Mateo, llamado Leví el publicano, los pescadores de Galilea y los demás que el Señor llamó para sí, jamás habrían podido imaginar que su vida sería transformada de esa manera por la amistad con Cristo, hasta el punto de llegar luego a ser ellos mismos un modelo de santidad para generaciones de generaciones.
¡El poder de la gracia de Jesús es, realmente, ilimitado! Él todo lo puede si el hombre pecador se deja envolver e penetrar por su divina misericordia, como hicieron Andrés, Juan, Simón Pedro, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo…
Para el cristiano es fascinante releer el llamado de Jesús a los apóstoles. Los Evangelios testimonian que su decisión fue radical: “lo dejaron todo” (Lc 5,11) para seguirlo sólo a Él.
Es magistral el comentario de San Beda el venerable a propósito de la respuesta de Mateo: “no nos debe sorprender que un publicano, a la primera palabra de Jesús que lo invitaba, haya abandonado los bienes de la tierra que tanto quería y, dejando la riqueza, haya aceptado seguir a Aquel que no poseían riqueza alguna. En efecto el mismo Señor que lo llamó externamente con la palabra, lo instruyó en su interioridad con un impulso para seguirlo. Infundió en su mente la luz de la gracia espiritual con la cual poder entender que Aquel que en la tierra lo arrancaba de todo poder y posesión temporal, era capaz de devolverle en el cielo tesoros incorruptibles (…) Le abrimos la puerta para acogerlo cuando, habiendo escuchado su voz, damos con entusiasmo nuestro asentimiento a sus secretos o a su invitación explícita y nos comprometemos con total entrega y generosidad a la misión que nos es confiada. Luego entra a cenar con nosotros y nosotros con Él, porque la gracia de su amor viene a habitar en los corazones de sus elegidos, para iluminarlos con la luz de su presencia” (cfr. Ufficio delle Letture per la festa di san Mateo).
Mateo era un pecador “público” que, como se solía hacer, se sentaba en la mesa de los impuestos. Al ver pasar a Jesús, este pobre hombre que representa a cada uno de nosotros, es tocado profundamente por la gracia que viene de la Persona del Salvador y al escuchar la palabra “sígueme” se siente perdonado, de tal modo iluminado por la gracia, que “renace” a una vida nueva y recomienza desde el inicio.
El Santo Padre Benedicto XVI, en la misma línea que su predecesor Juan Pablo II, nos recuerda que la fe en la divina misericordia nos “da la posibilidad de iniciar nuevamente”, pero debemos estar siempre dispuestos también nosotros a perdonar.
“El Espíritu de Jesucristo es poder de perdón. “El Espíritu de Jesucristo es fuerza de perdón. Es fuerza de la Misericordia divina. Da la posibilidad de volver a comenzar siempre de nuevo. La amistad de Jesucristo es amistad de Aquel que hace de nosotros personas que perdonan, de Aquel que nos perdona también a nosotros, que nos levanta continuamente de nuestra debilidad y precisamente así nos educa, nos infunde la conciencia del deber interior del amor, del deber de corresponder a su confianza con nuestra fidelidad (…)Las misericordias de Dios nos acompañan día a día. Basta tener el corazón vigilante para poderlas percibir. Somos muy propensos a notar sólo la fatiga diaria que a nosotros, como hijos de Adán, se nos ha impuesto. Pero si abrimos nuestro corazón, entonces, aunque estemos sumergidos en ella, podemos constatar continuamente cuán bueno es Dios con nosotros; cómo piensa en nosotros precisamente en las pequeñas cosas, ayudándonos así a alcanzar las grandes” (Benedicto XVI, homilía en el II domingo de Pascua «de la Divina Misericordia», del 15 de abril de 2007). (Agencia Fides 25/9/2009; líneas 62, palabras 912).


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