VATICANO - La catequesis de Benedicto XVI durante la Audiencia General: “que el amor por la verdad y la sed constante de Dios, que han marcado toda la existencia de san Anselmo, sean un estímulo para todo cristiano para buscar sin cansarse nunca una unión cada vez más íntima con Cristo”

jueves, 24 septiembre 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “Monje de intensa vida espiritual, excelente educador de jóvenes, teólogo con una extraordinaria capacidad especulativa, sabio hombre de gobierno e intransigente defensor de la libertas Ecclesiae, de la libertad de la Iglesia”. Con estas palabras el Santo Padre Benedicto XVI ha descrito a San Anselmo de Aosta, de cuya muerte se celebra este año el IX centenario, dedicándole la catequesis de la audiencia general del 23 de septiembre.
Como ha recordado el Pontífice, San Anselmo nació en el 1033 (o a principios del 1034) en Aosta, primogénito de una familia noble. Fue ella, la madre, quien cuidó de la primera formación humana y religiosa de su hijo, que confió después a los Benedictinos de un priorato de Aosta. A los quince años, después de un sueño en el que sintió la llamada de Dios a una importante misión, Anselmo pidió ser admitido en la Orden benedictina, pero el padre se opuso con toda su autoridad. Después de una grave enfermedad y de la desaparición prematura de su madre, Anselmo atravesó un periodo de disipación moral, se marcho de casa y comenzó un viaje por Francia en busca de nuevas experiencias. En Normandía, se dirigió a la abadía benedictina de Bec, donde prior del monasterio, Lanfranco da Pavia, lo convenció a retomar sus estudios. Su vocación monástica se volvió a encender y a los 27 años entró en la Orden monástica y fue ordenado sacerdote. Cuando en el 1063 Lanfranco se convirtió en abad de Caen, Anselmo, fue nombrado prior del monasterio de Bec y maestro de la escuela claustral, revelando dotes de refinado educador. “Era muy exigente consigo mismo y con los demás en la observancia monástica – ha recordado Benedicto XVI -, pero en lugar de imponer la disciplina se empeñaba en hacerla seguir con la persuasión”. En febrero de 1079 fue elegido abad del monasterio.
Lanfranco de Pavía, abad de Caen, se convirtió en el nuevo arzobispo de Canterbury pidió a Anselmo instruir a los monjes y ayudarle en la difícil situación en que se encontraba su comunidad eclesial tras la invasión de los normandos. Así Anselmo “ganó simpatía y estima”, hasta tal punto que a la muerte de Lanfranco, fue elegido para sustituirle en la sede arzobispal de Canterbury. Recibió la solemne consagración episcopal en diciembre de 1093.
“Anselmo se empeñó inmediatamente en una enérgica lucha por la libertad de la Iglesia, manteniendo con valor la independencia del poder espiritual respecto del temporal.– ha recordado el Santo Padre -. Defendió a la Iglesia de las indebidas injerencias de las autoridades políticas… encontrando ánimo y apoyo en el Romano Pontífice, al que Anselmo demostró siempre una valiente y cordial adhesión. Esta fidelidad le costó, en el 1103, también la amargura del exilio de su sede de Canterbury”. Sólo en 1106 Anselmo pudo volver a Inglaterra, donde fue acogido festivamente por el clero y por el pueblo. En los últimos años de su vida se dedicó a la formación moral del clero y a la búsqueda espiritual sobre argumentos teológicos. Murió el 21 de abril de 1109.
En la catequesis el Pontífice ha puesto en evidencia “el alma mística de este gran santo de la época medieval, fundador de la teología escolástica, al que la tradición cristiana ha dado el título de "doctor magnífico", porque cultivó un intenso deseo de profundizar en los misterios divinos, en la plena conciencia sin embargo de que el camino de búsqueda de Dios nunca se concluye, al menos en esta tierra… Él afirma claramente que quien pretende hacer teología no puede contar sólo con su inteligencia, sino que debe cultivar al mismo tiempo una profunda experiencia de fe. La actividad del teólogo, según san Anselmo, se desarrolla así en tres estadios: la fe, don gratuito de Dios que hay que acoger con humildad; la experiencia, que consiste en la encarnación de la palabra de Dios en la propia existencia cotidiana; y por último el verdadero conocimiento, que nunca es fruto de razonamientos asépticos, sino de una intuición contemplativa”.
Benedicto XVI ha concluido la catequesis con este auspicio: “que el amor por la verdad y la sed constante de Dios, que han marcado toda la existencia de san Ambrosio, sean un estímulo para todo cristiano para buscar sin cansarse nunca una unión cada vez más íntima con Cristo, Camino, Verdad y Vida. Además, que el celo lleno de valentía que distinguió su acción pastoral, y que le procuró entonces incomprensiones, amargura y finalmente el exilio, sea un ánimo para los pastores, para las personas consagradas y para todos los fieles a amar a la Iglesia de Cristo, a rezar, a trabajar y a sufrir por ella, sin abandonarla nunca o traicionarla”. (S.L.) (Agencia Fides 24/9/2009)


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