VATICANO - “AVE MARÍA” por mons. Luciano Alimandi - “Con la Providencia se puede hablar”

miércoles, 11 marzo 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Cada vez que leemos el Evangelio como creyentes, nos lo dice la fe, entramos dentro de una Historia viva, actual, porque es la Historia de Salvación que se va realizando de época en época, de persona en persona, cuando la libertad individual se abre a Cristo Redentor del mundo, mediante el acto de fe. Así las palabras y los eventos de Jesús, narrados por el Evangelio, no forman parte sólo de un pasado sino que están cargados de presente, porque Jesús está vivo, ayer, como hoy y lo estará siempre.
Él está por encima del tiempo y de la historia, es Él que hace la Historia, porque “todo ha sido hecho por medio de él, y sin él nada se hizo de todo lo que existe” (Jn 1, 3). El cristiano sigue a Jesús no como Acontecimiento pasado, vinculado a doctrinas antiguas, sino que Lo sigue ahora, como Acontecimiento presente, cree en Él ahora, operante en el hoy de la historia, de la propia historia personal. Un verdadero creyente en Cristo no lee el Evangelio pensando sólo a aquello que Jesús ha dicho y hecho, sino que lo lee al presente, encuentra dentro su Historia de salvación, acoge ese Acontecimiento no sólo como ocurrido, sino que se realiza todavía hoy.
Como Andrés y Juan, que han encontrado a Jesús, en “ese” tiempo, en su tiempo, yo lo puedo encontrar en este tiempo, en mi tiempo, porque Él sigue pasando y fascinando, con su Presencia. Quien se confía a Él no cesa nunca de escuchar su voz: “si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34). Cuando se obedece la Palabra del Señor se “entra”, mediante la fe, en la Historia de Jesús. Cuando se permanece, mediante el amor, dentro de la Historia de Jesús, entonces uno se da cuenta de que todo lo demás, toda la otra historia que pasa ante nuestros ojos, es misteriosamente guiada por aquello que el creyente sabe reconocer como Divina Providencia.
Un creyente, que cree sin dudar en el Evangelio, que ama verdaderamente a Jesús, a la Iglesia, al mundo, mirando la historia desde “dentro” de la Historia salvadora de Cristo, comprende que todo es Divina Providencia, incluso los acontecimientos más tristes y dolorosos. En efecto, no hay ningún acontecimiento que escape al “control” de Dios, que no pueda concurrir a la realización del proyecto que Él tiene sobre nosotros, un proyecto de santificación.
Si es verdad que, por el misterio de la libertad humana, cada hombre puede impedir que se realice el proyecto de Dios para él, es también verdad que el individuo no puede impedir que se realice para los demás. Los proyectos de Dios, que son proyectos de salvación, se realizan siempre, aunque libertades individuales puedan rechazar la salvación, ellas no pueden impedir sin embargo que la salvación se realice para todos aquello que, en cambio, la acogen, a través del acto de puro abandono en Dios.
Como Dios realiza sus planes, muchas veces escapa a nuestra comprensión, pero que Dios los realice, a pesar de todo el mal presente en el mundo, es certeza de nuestra fe y la historia de dos mil años de Cristianismo nos lo demuestra, a partir del Evento central de la salvación: la muerte en Cruz de Jesús y su Resurrección.
Por esto nadie ha podido impedir a los santos el santificarse, como nadie ha podido impedir a los mártires sacrificarse y dar la propia vida hasta el martirio. Quien sigue a Jesús llega a ser parte de su Historia, recibe la vida eterna, como afirma Jesús en el Evangelio: “mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano” (Jn 10, 27-28).
Cada promesa de Jesús, para quien cree, se realiza siempre, a pesar de aquellos que no creen en ella y que, incluso, “reman” en contra. La Providencia Divina no la puede detener nadie y quien se une a esta Omnipotencia divina en acto mediante una vida de fe vivificada por la oración de abandono al Padre, en la obediencia a la Palabra de Jesús y a la Iglesia, experimenta en su vida, en su historia personal, que Dios es verdaderamente omnipotente, que sólo Él puede transformar el mal en un bien mayor, como lo hace de hecho, una y otra vez.
Es verdad, Judas, uno de los doce discípulos, impidió que el proyecto de santidad que Dios tenía sobre él se realizase; él obstaculizó el plan de Jesús sobre él, pero no ha ciertamente impedido que se realizase en los demás. Nada ni nadie puede obstaculizar a Dios, simplemente porque nadie es Dios. El hombre está infinitamente distante de serlo así como también el diablo. Sólo Dios es Dios. Por esto existo sólo una Divina Providencia, no dos o más de dos, que quizás “compiten” y se obstaculizan entre ellas.
Para un creyente, en Cristo sólo hay un proyecto de salvación que ha sido realizado por nuestro Señor Jesucristo. Como dice San Pablo “sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó. Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? (Rm 8, 28-32). Está es la certeza de fe que vive el creyente en Cristo: ¡Junto con Jesús recibimos todas las cosas!
Dios es nuestra Divina Providencia pues creyendo en Él, todo, absolutamente todo, acontece por el bien de aquellos a los que amamos. En la Audiencia general del 12 de marzo del 2008, el Santo Padre, hablando de dos grandes figuras cristianas del Medioevo, Boecio y Casiodoro, precisamente en relación a la Divina Providencia que gobierna el mundo afirmó: “el bien más alto es Dios: Boecio aprendió —y nos lo enseña a nosotros— a no caer en el fatalismo, que apaga la esperanza. Nos enseña que no gobierna el hado, sino la Providencia, la cual tiene un rostro. Con la Providencia se puede hablar, porque la Providencia es Dios” (Agencia Fides 11/3/2009; líneas 69, palabras 1091)


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