VATICANO - El encuentro del Papa con el clero de la Diócesis de Roma (3) - La importancia de la liturgia; el Obispo de Roma y el Ministerio Petrino

jueves, 5 marzo 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Como es costumbre al inicio de la Cuaresma, el jueves 26 de febrero el Santo Padre Benedicto XVI encontró en el Aula de las Bendiciones en Vaticano a los párrocos y al clero de la Diócesis de Roma. El encuentro se desarrolló en forma de diálogo entre el Santo Padre y los participantes, introducido por el saludo del Cardenal Vicario, Agostino Vallini. Presentamos algunos extractos de las respuestas del Papa sobre las temáticas tocadas.

La importancia de la liturgia
“Para mí es importante realmente que los sacramentos, la celebración de los sacramentos, no sea un cosa un poco extraña junto a trabajos más actuales como la educación moral, económica, todas las cosas que ya hemos dicho. Puede suceder fácilmente que el sacramento permanezca un poco aislado en un contexto más pragmático y se haga una realidad no del todo insertada en la totalidad de nuestro ser humano. Gracias por la pregunta, porque realmente nosotros debemos enseñar a ser hombre. Debemos enseñar este gran arte: como ser un hombre. Esto exige, como hemos visto, tantas cosas: desde la gran denuncia del pecado original en las raíces de nuestra economía y en los tantos aspectos de nuestra vida, hasta concretas guías a la justicia, hasta el anuncio a los no creyentes. Pero los misterios no son una cosa exótica en el cosmos de las realidades más prácticas. el misterio es el corazón del que viene nuestra fuerza y al que regresamos para encontrar este centro. Y por esto pienso que la catequesis digamos mistagógica es realmente importante. Mistagógica quiere decir también realista, referida a la vida de nosotros hombres de hoy.
Si es verdad que el hombre en sí no tiene su medida – qué es correcto y que no – sino que encuentra su medida fuera de sí, en Dios, es importante que este Dios no sea lejano sino que sea reconocible, que sea concreto, entre en nuestra vida y sea realmente un amigo con el que podemos hablar y que habla con nosotros. Debemos aprender a celebrar la Eucaristía, aprender a conocer a Jesucristo, el Dios con rostro humano, de cerca, entrar realmente en contacto con Él, aprender a escucharlo y aprender a dejarle entrar en nosotros. Porque la comunión sacramental es justamente esta interpenetración entre dos personas. No tomo un pedazo de pan o de carne, tomo y abro mi corazón para que entre el Resucitado en el contexto de mi ser, para que esté dentro de mí y no sólo fuera de mí, y así hable dentro de mí y transforme mi ser, me de el sentido de la justicia, el dinamismo de la justicia, el celo por el Evangelio.
Esta celebración, en la que Dios se hace no sólo cercano a nosotros, sino que entra en el tejido de nuestra existencia, es fundamental para poder realmente vivir con Dios y para Dios y llevar la luz de Dios a este mundo. No entramos ahora en demasiados detalles. Pero es siempre importante que la catequesis sacramental sea una catequesis existencial. Naturalmente, incluso aceptando y aprendiendo cada vez más el aspecto del misterio – allí donde acaban las palabras y los razonamientos – ella es totalmente realista, porque me lleva a Dios y trae Dios a mí. Me lleva al otro porque el otro recibe al mismo Cristo, como yo. Por lo tanto si en él y en mí está el mismo Cristo, también nosotros dos ya no somos individuos separados. Aquí nace la doctrina del Cuerpo de Cristo, porque estamos todos incorporados si recibimos bien la Eucaristía en el mismo Cristo. Por lo tanto el prójimo es realmente próximo: no somos dos «yo» separados, sino que estamos unidos en el «yo» de Cristo. Con otras palabras, la catequesis eucarística y sacramental debe realmente llegar al vivo de nuestra existencia, ser justamente educación a la apertura de mi existencia en profundidad, de modo que pueda llegar a ser verdaderamente justo. En este sentido, me parece que todos debemos aprender cada vez mejor la liturgia, no como una cosa exótica, sino como el corazón de nuestro ser cristianos, que no se abre fácilmente a un hombre distante, sino que es justamente, por otro lado, apertura hacia el otro, hacia el mundo. Debemos todos colaborar para celebrar cada vez más profundamente la Eucaristía: no sólo como rito, sino como proceso existencial que me toca en la intimidad, más que cualquier otra cosa, y me cambia, me transforma. Y transformándome, da inicio también a la transformación del mundo que el Señor desea y por la que quiere hacernos instrumentos suyos”.

El Obispo de Roma y el Ministerio Petrino
“Su pregunta, si he entendido bien, se compone de dos partes. Ante todo, cuál es la responsabilidad concreta del obispo de Roma hoy. Pero luego extiende justamente el privilegio petrino a toda la Iglesia de Roma – así era considerado también en la Iglesia antigua – y pregunta cuales son las obligaciones de la Iglesia de Roma para responder a su vocación.
No es necesario desarrollar acá la doctrina del primado, la conocéis todos muy bien. Es importante detenernos en el hecho de que realmente el Sucesor de Pedro, el ministerio de Pedro, garantiza la universalidad de la Iglesia, esa trascendencia respecto a nacionalismos y otras fronteras que existen en la humanidad de hoy, para ser realmente una Iglesia en la diversidad y en la riqueza de las muchas culturas.
Vemos cómo también las otras comunidades eclesiales, las otras Iglesias advierten la necesidad de un punto unificador para no caer en el nacionalismo, en la identificación con una determinada cultura, para ser realmente abiertos, todos para todos y para casi obligarnos a abrirnos siempre hacia todos los demás. Me parece que este es el ministerio fundamental del Sucesor de Pedro: garantizar esta catolicidad que implica multiplicidad, diversidad, riqueza de culturas, respeto de las diversidades y que, al mismo tiempo, excluye absolutización y une a todos, los obliga a abrirse, a salir de la absolutización de lo propio para encontrarse en la unidad de la familia de Dios que el Señor ha querido y por la que garantiza el Sucesor de Pedro como unidad en la diversidad.
Naturalmente la Iglesia del Sucesor de Pedro debe llevar, con su obispo, este peso, este gozo del don de su responsabilidad. En el Apocalipsis el obispo aparece como el ángel de su Iglesia, algo así como la incorporación de su Iglesia, a la cual debe responder el ser de la Iglesia misma. Por lo tanto la Iglesia de Roma, junto con el Sucesor de Pedro y como su Iglesia particular, debe garantizar justamente esta universalidad, esta apertura, esta responsabilidad por la trascendencia del amor, este presidir en el amor que excluye particularismos. También debe garantizar la fidelidad a la Palabra del Señor, al don de la fe, que no ha sido inventado por nosotros sino que es realmente el don que solo podía venir de Dios mismo. Este es y será siempre el deber, así como el privilegio, de la Iglesia de Roma, contra las modas, contra los particularismos, contra la absolutización de algunos aspectos, contra herejías que son siempre absolutizaciones de un aspecto. También el deber de garantizar la unidad y la fidelidad a la integralidad, a la riqueza de su fe, de su camino en la historia que se abre hacia el futuro. Y junto a este dar testimonio de la fe y de la universalidad, naturalmente debe dar el ejemplo de la caridad …
A la presidencia en la Eucaristía sigue la presidencia en la caridad, de la que sólo la comunidad misma puede dar testimonio. Ello constituye, en mi opinión, una gran tarea, el gran reto para la Iglesia de Roma: ser realmente ejemplo y punto de partida en la caridad. El presbiterio de Roma está formado por miembros de todos los continentes, de todas las razas, de todas las filosofías y de todas las culturas. Estoy feliz de que sea el presbiterio de Roma el que expresa esta universalidad; en la unidad de la pequeña Iglesia local se manifiesta la presencia de la Iglesia Universal. Más difícil y exigente es ser también, realmente, portadores del testimonio, de la caridad, de estar unidos al Señor en medio de la comunidad humana. Debemos tan sólo pedirle al Señor que podamos contar con su ayuda en cada parroquia y comunidad, y que todos junstos podamos ser realmente fieles a este don, a este mandato: presidir la caridad. (3–continua) (S.L.) (Agencia Fides 5/3/2009; líneas, palabras)


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