EUROPA/ALEMANIA - “Hacer visible el amor de Cristo”: una reflexión del Card. Meisner

viernes, 19 diciembre 2008

Colonia (Agencia Fides) – Hace algunos meses me encontraba en Alemania a causa de mi investigación sobre la emigración, huésped del Arzobispo de Colonia, Su Eminencia el Card. Joachim Meisner. El Domingo en la Santa Misa llevaba la grabadora y registre en la cinta sus palabras sus palabras, que por muchos motivos he pensado presentarlas integralmente. A pocos días de la Navidad del Señor la Liturgia nos invita a mirar a Aquel que lo llevó en su seno: María Santísima, colmada del Amor de Dios en el Espíritu Santo, no conservó para ella este inmenso tesoro sino que inmediatamente se puso en camino para ayudar a su prima, porque, afirma el Card. Meisner, “Quien ha sido tocado por el amor de Dios no puede quedarse sentado en su casa, en el pasillo de su hogar, sino que se pone en camino”. No faltan ideas de gran inteligencia para el debate en curso sobre aquellos sacerdotes que no usan ya los signos distintivos de su ministerio, o sobre la cuestión del aborto y en general sobre el respeto de la vida. Son palabras que llenan el corazón de amor hacía Dios. La Verdad nos cambia y no debemos tener miedo.
“La primera hija del Amor divino es María. Ella nos muestra como se llega a ser hija o hijo del Amor divino. En Nazaret el corazón de la Madre de Dios se abre y el Amor de Dios, en el Espíritu Santo, se vierte en su corazón. Quien ha sido tocado por el amor de Dios no puede quedarse sentado en su casa, en el pasillo de su hogar, sino que se pone en camino. María parte de su casa en Nazaret hacía la región montañosa de Galilea. El Amor, el Amor divino, a nosotros hombres, nos libera, nos saca afuera, nos conduce hacía otros hombres. María era impulsada por el amor de Cristo. San Pablo dice que el amor de Cristo nos impulsa y, es por eso, que también los hombres que son impulsados por el amor de Dios no se quedan tranquilos y cómodos, no permanecen sentados en un sillón mirándose las manos, sino que parten, se ponen en camino, porque el Amor quiere hacerse visible, quiere ser eficaz.
Hace algunas semanas fui a visitar una comunidad de religiosas en Praga y una de ellas me contó un episodio que le había sucedido. Se encontraba en la ciudad, en la plaza de Wenzel, que es la calle principal, y vestía su hábito religioso, y junto a ella caminaba un franciscano que vestía de civil. Un joven se le acerco a la religiosa y le dijo: “¡Hermana, por favor me bendiga!”. La hermana lo bendijo y cuando comenzó nuevamente a caminar le dijo al sacerdote: “Padre, sus manos han sido consagradas, ungidas con el aceite en la ordenación sacerdotal para bendecir. Como no se te reconoce como sacerdote los hombres deben buscar la bendición en una religiosa que, gracias a Dios, es aún visible”.
Me da mucha alegría cuando veo a una de nuestras religiosas, una de aquellas que no pueden no ser vistas, porque, por decirlo de alguna manera, hacen visible el amor de Cristo, el amor de Dios. Los hombres ven una religiosa y así se acuerdan que han sido llamados a encontrarse con Dios. A una hermana, a una religiosa uno normalmente se dirige llamándola “hermana”. No llamamos hermana a cualquier mujer que encontramos por la calle pero a una religiosa uno la llama “hermana”. Esto significa que los hombres sienten el misterio de una vocación. Una hija del Amor divino es hermana de todos los hombres, es mi hermana, y yo tengo el derecho de que ella me ayude, con ella tengo la seguridad de estar en buenas manos. Nuestra Iglesia se empobrecería si no tuviéramos más vocaciones de mujeres a las que todos se puedan dirigir como “hermanas”, porque se han convertido en hijas del Amor divino. María fue la primera. Cuando el Espíritu de Dios toma posesión de María, ella va donde su prima Isabel para asistirla en esos difíciles momentos. Los hombres marcados por el amor de Dios no se abandonan, se ayudan unos a otros, y cuando uno sabe que el otro está pasando por una necesidad va y lo visita para que no esté solo. Por eso María va donde Isabel y le ofrece su ayuda. María no va sola, María va al nacimiento de Juan como un ostensorio: lleva a Jesús bajo su corazón.
Si una madre lleva un niño bajo su corazón y recibe la visita de una amiga, muchos niños quizás deberían ponerse a temblar, ya que la amiga le podría decir a la madre: “no dejes que se arruine tu carrera... Expulsa a este invasor de la vida y serás nuevamente libre y podrás ganar tu propio dinero”. Lamentablemente en nuestros días muchas mujeres escuchan este consejo. Pero donde vive el Espíritu de Dios los niños no son abortados y los hombres que llegan a la ancianidad no son excluidos. Ahí la vida es aún un motivo de alegría, porque el Espíritu Santo es el dador de vida y donde sopla el Espíritu de Dios tenemos siempre un motivo para hacer fiesta.
Nuestra Iglesia, el Evangelio, han marcado nuestra sociedad con el respeto a la vida que aún no ha nacido y con la vida que ha llegado a la vejez. Donde se habla de la vida se habla siempre del amor y donde se habla del amor se habla siempre de Dios. Cuando María, con Jesús bajo su corazón, entra en la casa de Isabel, ésta canta la primera antífona mariana de la historia de la Iglesia: “Bienaventurada eres María porque has creído”. Y cuando María escucha estas palabras también ella se pone a cantar el himno más bello que aún existe en nuestra Iglesia, el Magnificat. Donde el amor de Dios brilla, no se puede permanecer mudo, ya que el corazón y la boca se abren para alabar a Dios. (Desde Colonia, Luca de Mata) (Agencia Fides 19/12/2008 líneas 62 palabras 1006)


Compartir: