VATICANO - "El Adviento es por excelencia la estación espiritual de la esperanza y en él la Iglesia entera está llamada a convertirse en esperanza, para ella misma y para el mundo": la homilía del Santo Padre en las Primeras Vísperas del I Domingo de Adviento

lunes, 1 diciembre 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "Al celebrar los tiempos litúrgicos, actualizamos el misterio --en este caso la venida del Señor-- para poder "caminar en él", por así decir, hacia su plena realización, al final de los tiempos, pero recibiendo ya la virtud santificadora, pues los tiempos últimos ya han comenzando con la muerte y resurrección de Cristo. La palabra que mejor resume este estado particular, en el que se espera algo que tiene que manifestarse, pero que al mismo tiempo se entrevé y comienza a experimentar es "esperanza". El Adviento es por excelencia la estación espiritual de la esperanza y en él la Iglesia entera está llamada a convertirse en esperanza, para ella misma y para el mundo”. Iniciando el camino de un nuevo año litúrgico, el Santo Padre Benedicto XVI ha presidido la celebración de las Primeras Vísperas del I Domingo de Adviento en la Basílica Vaticana, el 29 de noviembre.
En este tiempo litúrgico "todo el pueblo de Dios se pone en marcha atraído por este misterio: nuestro Dios es el "Dios que llega" y nos llama a salir a su encuentro. ¿Cómo? Ante todo con esa forma universal de esperanza y de la espera que es la oración, que encuentra su expresión eminente en los Salmos, palabras humanas en las que el mismo Dios ha puesto y pone continuamente en los labios y en los corazones de los creyentes la invocación de su venida". A continuación el Papa se ha centrado en los dos Salmos de la liturgia vespertina, el 141 y el 142.
En el primer Salmo se invoca el auxilio del Señor, "Señor, te estoy llamando, ven de prisa": "Es el grito de una persona que se siente en grave peligro - ha explicado el Santo Padre -, pero es también el grito de la Iglesia que entre las múltiples insidias que la circundan, que amenazan a su santidad, esa integridad irreprensible de la que habla el apóstol Pablo, pero que sin embargo debe ser conservada para la venida del Señor. En esta invocación resuena también el grito de todos los justos, de todos los que quieren resistir al mal, a las seducciones de un bienestar inicuo, de placeres que ofenden a la dignidad humana y a la condición de los pobres. Al inicio de Adviento, la liturgia de la Iglesia lanza nuevamente este grito, y lo eleva a Dios "como incienso”. La ofrenda vespertina del incienso es, de hecho, símbolo de la oración, de la efusión de los corazones orientados a Dios, al Altísimo”.
En el Salmo 142 "cada palabra, cada invocación, hace pensar en Jesús durante la pasión, en particular su oración al Padre en Getsemaní. En su primera venida con la encarnación, el Hijo de Dios quiso compartir plenamente nuestra condición humana. Naturalmente no compartió el pecado, pero por nuestra salvación padeció todas las consecuencias. Al rezar el Salmo 142, la Iglesia revive cada vez la gracia de esta com-pasión, de esta "venida" del Hijo de Dios en la angustia humana hasta tocar fondo. El grito de esperanza de Adviento expresa, entonces, desde el inicio y de la manera más fuerte, toda la gravedad de nuestro estado, la extrema necesidad de salvación. Es como decir: nosotros no esperamos al Señor como una hermosa decoración en un mundo ya salvado, sino como un camino único de liberación de un peligro mortal. Y nosotros sabemos que Él mismo, el Liberador, ha tenido que sufrir y morir para sacarnos de esta prisión”.
El Santo Padre ha concluido la homilía subrayando que estos dos Salmos nos ponen "a salvo de cualquier tentación de evasión y de fuga de la realidad; nos preservan de una falsa esperanza, que querría pasar el Adviento y entrar en Navidad olvidando el carácter dramático de nuestra existencia personal y colectiva". Y ha exhortado a poner nuestra mano en la de la Virgen Maria, Nuestra Señora del Adviento, entrando con alegría en este nuevo tiempo de gracia que Dios regala a su Iglesia, haciéndonos dóciles a la acción del Espíritu Santo, " ara que el Dios de la paz nos santifique plenamente y la Iglesia se convierta en signo e instrumento de esperanza para todos los hombres”. (S.L) (Agencia Fides 1/12/2008)


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