EUROPA/ESPAÑA - Caritas, la voluntaria, la esclava rumana emigrada. Repensar ser misioneros hoy. (Correspondencia desde España de Luca di Mata - 4ª parte)

miércoles, 3 septiembre 2008

Cuenca (Agencia Fides) - El tiempo que me queda en Cuenca, en España, está por terminar y tengo todavía algunas citas pendientes. Tengo que escoger. Regreso a Caritas, donde me había encontrado con Conchita. Una voluntaria un poco especial. Es difícil encontrar voluntarios que no sean un poco especiales. Todos tienen en común, lazos vividos en silencio: dedicar sus capacidades y tiempo libre a vivir el amor al prójimo, hacerse humildes instrumentos fieles al Magisterio del Santo Padre y de sus Obispos en vistas a la Nueva Evangelización de los Pueblos.
Conchita se ocupa de los emigrantes que llegan, los ayuda para que se los trate como a seres humanos, como personas y no como objetos bajados de los barcos de esclavos.
He viajado mucho por África, entre los pobres amontonados en los tugurios de las ciudades o entre los que viven en miserables aldeas, y siempre es la misma sensación. No estaba en un continente sino en una de las naves que tratan esclavos. Naves donde sufrían y sufren también nuestros misioneros, sus únicos verdaderos amigos, capaces de entregar su vida por los últimos de los últimos.
Naves de humanidades encadenadas por los tobillos y al servicio de las ambiciones de los que se hacían llamar colonos, pero que en realidad eran emigrantes violentos y militarizados que iban a ocupar tierras que no eran suyas y a asesinar a quienes vivían allí desde milenios y que buscaban legítimamente defender sus propios territorios, costumbres y sueños pensando en sus hijos.
¿Hoy la situación es distinta?
El testimonio de Conchita no puede dejarnos indiferentes sobre lo que está sucediendo en la actualidad. ¿Estamos seguros de no ser cómplices con nuestro silencio, yo el primero, de los que ejercen nuevas formas de esclavitud, aprovechándose de la desesperación y de la pobreza para su beneficio personal y conduciendo pueblos enteros a la cultura del odio, del racismo, de los muros de piedra y de los prejuicios?
¡Muros de cadáveres!
A la cultura de la alegría se le opone el egoísmo cínico de los que tienen.
Lo que nos cuenta Conchita, su testimonio, nos toca en lo más profundo y, sin embargo, ¿podemos dejar que nuestro orgullo siga caminando en el tiempo estrecho de nuestro mediocre egoísmo?
“Soy Conchita, crecí en la provincia de Cuenca, en la España de los molinos de la Mancha. Católica, trabajo como voluntaria en Caritas. Estoy casada, tengo cinco hijos grandes e independientes. Tengo tiempo y fuerzas.
Más que buscar pequeñas satisfacciones personales prefiero vivir todo el tiempo que me queda buscando la alegría de mi prójimo.
¿Quién tiene más necesidad de ser confortado que un emigrante? ¿De la cercanía de una persona que te escucha y es tu amiga? ¿Que te ayuda enseñándote el idioma para que puedas integrarte? En la experiencia que tengo he enseñado el español a rumanos y árabes, sobre todo mujeres. Entre éstas una en particular me toco mucho, ahora es mi amiga:
Georgina. Viuda. Rumana. En su tierra tiene una hija casada y dos nietos.
Es de buen nivel cultural. Su historia hace que me avergüence de ser española y no es distinta de muchas otras. Escuchándola me parecen vergüenzas irreales de nuestra civilización. Georgina trabajaba en la casa de una pareja de ancianos. Sería todo normal sino no es por el hecho de que no le permitían bañarse con agua caliente. “Nos costarías mucho” le decían. Y así Georgina, incluso cuando acá hace mucho frío, sólo podía usar agua helada. ¿Y la comida? Sólo la necesaria para sobrevivir. Siempre disponible o encerrada en su cuarto.
Le permitían venir acá exclusivamente para aprender el español pues les convenía también a ellos.
No podía hablar sino sólo escuchar lo que le decían sus patrones. La sierva calla. La sierva obedece.
Un día la vi llorar. Le dije, ¿puedo hacer algo por ti? Quería simplemente que alguien la escuchase. Me contó todo, pero no había odio en sus palabras. Era una esclava. Denuncié todo a las autoridades.
Ahora Georgina vive con otra familia. Es feliz. Cuando podemos, salimos juntas, me enseña las fotos de sus nietos, felices también gracias a su sacrificio.
En mi opinión, los controles políticos y legislativos sobre la emigración, sobre todo en los últimos diez años, se han realizado sin entender realmente el fenómeno. Se ha permitido –cerrando un ojo, y a veces los dos– que gente de todo el mundo venga porque algunos les prometían trabajo, cuando en realidad era esclavitud. No se pueden tolerar el engaño. Es misión de cualquier estado democrático.
Se ha creado así una masa crítica que ha permitido bajar los salarios y aumentar la circulación de dinero negro. Si ha permitido que nazcan nuevas formas de esclavitud de seres humanos. Han faltado reglas precisas. Y cuando existían, no fueron respetadas.
Todo esto no ha sucedido en otros tiempos, cuando los inmigrantes españoles iban a Alemania o Suiza. Hoy quien huye de la miseria usa también balsas construidas en medio de la desesperación, cámaras de aire de camión y tablas, con la ilusión de poder llegar a las Canarias o Andalucía.
“Sistemas de suerte” los llaman los medios.
Nadie sabe cuántos han muerto tratando de desafiar la fortuna.
El mar es un asesino que no paga sus delitos. Las organizaciones no gubernamentales en España ayudan. Pero la solución está lejos. Los problemas se deben resolver en esos países, no aquí.
En Cuenca no tenemos problemas tan evidentes como los de la costa. Aquí no llegan balsas, sino autobuses, que en la Mancha alimentan también a los clubs, que protegen la prostitución de esclavas que son traídas del Este por medio del engaño. Jóvenes a las que prometen un trabajo honesto, y luego se las convierten en víctimas, esclavas de explotadores y clientes. ¿Qué espera el gobierno para poner fin a esta realidad?”. (desde Cuenca, Luca De Mata) (4 – continúa) (Agencia Fides 3/8/2008; líneas 73, palabras 986).


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