VATICANO - El Papa Benedicto XVI en Savona y Génova - “El ejemplo de serena firmeza dado por el Papa Pío VII nos invita a conservar inalterada en las pruebas la fe en Dios, concientes de que Él, aunque permite que existan momentos difíciles para la Iglesia, no la abandona jamás”

lunes, 19 mayo 2008

Savona (Agencia Fides) - En la tarde del sábado 17 de mayo, el Santo Padre Benedicto XVI inició su visita pastoral a Savona y Génova con un homenaje a la Virgen Santísima en el Santuario de Nuestra Señora de la Misericordia en Savona. El Papa, después de detenerse un momento en adoración al Santísimo Sacramento, bajó a la cripta del Santuario para el acto de veneración y oración a la Virgen, ofreciéndole al final una rosa como recuerdo de la visita. Luego se trasladó a la “Piazza del Popolo”, en el centro de la ciudad, donde recibió el saludo del Alcalde y presidió la Santa Misa en la solemnidad de la Santísima Trinidad.
“¡En esta solemnidad - dijo Benedicto XVI en su homilía - la liturgia nos invita a alabar a Dios no simplemente por haber realizado maravillas, sino por cómo es Él; por la belleza y la bondad de su ser, del que se desprende todo su actuar. Estamos invitados a contemplar, por decir así, el Corazón de Dios, su realidad más profunda, que es aquella de ser Unidad en la Trinidad, suma y profunda Comunión de vida y amor”.
El Papa, seguidamente, evocó la aparición de la Virgen María, que se presentó como “Madre de la Misericordia” a un campesino hijo de esta tierra, el 18 de marzo de 1536. “María no hablaba de sí misma, no habla nunca de sí misma, sino siempre de Dios - continuó el Santo Padre -, y lo hizo con este nombre tan antiguo y siempre nuevo: misericordia, que es sinónimo de amor, de gracia. Aquí está toda la esencia del cristianismo, porque es la esencia de Dios mismo. Dios es Uno en cuanto es todo y sólo Amor, y porque es Amor es apertura, acogida, diálogo; y en su relación con nosotros, hombres pecadores, es misericordia, compasión, gracia, perdón”.
En el versículo del Evangelio de Juan proclamado hace unos momentos - “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16) - se evidencia toda la obra de la Santísima Trinidad: “el Padre que pone a nuestra disposición aquello que más ama; el Hijo que, adhiriéndose a la voluntad del Padre, se despoja de su gloria para donarse a nosotros; el Espíritu que brota del abrazo divino para irrigar los desiertos de la humanidad. Por esta obra de su misericordia, Dios, disponiéndose a asumir nuestra carne, ha querido necesitar del ‘sí’ humano, del ‘sí’ de una mujer que se convirtiera en la Madre de su Verbo encarnado, Jesús, el rostro humano de la divina misericordia. María se convierte así y permanece para siempre como ‘Madre de la Misericordia’.”
“En el curso de la historia de la Iglesia - prosigue el Papa -, la Virgen María no ha hecho otra cosa que invitar a sus hijos a volver a Dios, a confiarse a Él en la oración, a llamar con confiada insistencia a la puerta de su Corazón misericordioso. En verdad, Él no desea otra cosa que derramar sobre el mundo la sobreabundancia de su Gracia... Mi visita a Savona, en el día de la Santísima Trinidad, es antes que nada una peregrinación, por medio de María, hacia las fuentes de la fe, de la esperanza y del amor. Una peregrinación que es además memoria y homenaje a mi venerado predecesor Pío VII, cuya dramática vicisitud está indisolublemente ligada a esta ciudad y a su Santuario mariano”.
Benedicto XVI renovó luego el reconocimiento de la Santa Sede y de toda la Iglesia “por la fe, el amor y la valentía” con los que los habitantes de Savona sostuvieron al Papa en su obligada residencia, impuesta por Napoleón Bonaparte, en esta ciudad... aquella página oscura de la historia de Europa se ha convertido, por la fuerza del Espíritu Santo, en una historia rica de gracias y de enseñanzas, también para nuestros días. Ella nos enseña la valentía en el afrontar los desafíos del mundo: materialismo, relativismo, laicismo, sin ceder jamás a compromisos, dispuestos a pagar con nuestra propia vida con tal de permanecer fieles al Señor y a su iglesia. El ejemplo de serena firmeza dado por el Papa Pío VII nos invita a conservar inalterada en las pruebas la fe en Dios, concientes de que Él, aunque permite que existan momentos difíciles para la Iglesia, no la abandona jamás”.
El Pontífice alentó a siempre tener fe “en los instrumentos de la gracia que el Señor pone a nuestra disposición en cada situación... ante todo en la oración: la oración personal, familiar y comunitaria”. Benedicto XVI exhortó luego a las familias jóvenes a experimentar, desde los primeros años de matrimonio, “un estilo simple de oración doméstica, favorecido por la presencia de hijos pequeños”, e invitó a las parroquias y asociaciones “a darle tiempo y espacio a la oración, ya que las actividades son pastoralmente estériles si no están precedidas, acompañadas y sostenidas constantemente por la oración”.
Por otra parte, el Santo Padre resaltó el valor del Día del Señor: “el Domingo debe redescubrir sus raíces cristianas a partir de la celebración del Señor Resucitado, encontrado en la Palabra de Dios y reconocido en la fracción del Pan eucarístico. Y también el Sacramento de la Reconciliación requiere ser revalorizado como medio fundamental para el crecimiento espiritual y para poder afrontar con fuerza y coraje los retos actuales. Junto con la oración y los sacramentos, otros instrumentos indispensables para el propio crecimiento son las obras de caridad realizadas con una fe viva”.
En la parte conclusiva de su homilía, el Papa Benedicto XVI dirigió un pensamiento particular a los detenidos y al personal del Instituto penitenciario “San Agustín” de Savona, y a los enfermos que están en los Hospitales, casas de reposo o en casas privadas. A los sacerdotes expresó su aprecio por “el trabajo silencioso y la delicada fidelidad” con la que lo desarrollan, y los exhortó a “ir en busca de la gente, como hacía el Señor Jesús: visitando a las familias, acercándose a los enfermos, dialogando con los jóvenes, haciéndose presentes en todo ambiente de trabajo y de vida”. A los religiosos y religiosas recordó que “el mundo necesita de su testimonio y de su oración”.
A los jóvenes el Papa dirigió un especial y caluroso saludo: “Queridos amigos, poned vuestra juventud al servicio de Dios y de los hermanos. Seguir a Cristo comporta siempre la valentía de ir contra corriente. Pero vale la pena: es éste el camino para la verdadera realización personal y por ello para la verdadera felicidad... Es por ello que os aliento a tomaros en serio el ideal de la santidad... Queridos jóvenes, ¡no tengáis miedo de comprometer la vida en decisiones valientes, no vosotros solos, naturalmente, sino con el Señor!”. El Santo Padre concluyó su homilía expresando su deseo de que “la fe en el Dios Uno y Trino infunda en cada persona y en cada comunidad el fervor del amor y de la esperanza, la alegría de amarse como hermanos y de ponerse humildemente al servicio del prójimo”.
Al término de la Celebración Eucarística, el Santo Padre se dirigió al Obispado de Savona, donde visitó de manera privada las habitaciones en las que vivió el Papa Pío VII, prisionero de Napoleón, en los años 1809-1812. Luego, habiéndose despedido de las Autoridades, partió en helicóptero de regreso a Génova. (S.L.) (Agencia Fides 19/5/08; líneas 80, palabras 1232)


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