VATICANO - Asamblea General anual de las Obras Misionales Pontificias: entrevista a Su Exc. Mons. Henryk Hoser, Presidente de las Obras Misionales Pontificias

lunes, 19 mayo 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Del 15 al 21 de mayo se realiza en Roma la Asamblea general anual de las Obras Misionales Pontificias (ver Fides 4/4/2008). El 15 y 16 de mayo tuvo lugar la sesión pastoral-formativa, que terminó el 17 de mayo con la Concelebración Eucarística en la Basílica de San Pedro y con la audiencia del Santo Padre. Del 19 al 21 de mayo la Asamblea se centrará en las relaciones de los Secretarios generales de las Obras Misionales Pontificias acerca de la actividad desarrollada en el último año, y examinará los balances y peticiones de ayudas que han recibido. La Agencia Fides ha dirigido algunas preguntas al Arzobispo Henryk Hoser, Secretario adjunto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y Presidente de las Obras Misionales Pontificias.

Excelencia, en estos días se está llevando a cabo en Roma la Asamblea general de las Obras Misionales Pontificias. ¿Quién participa y cuál es el programa de los trabajos?
El Estatuto de las Obras Misionales Pontificias (OMP) establece que cada año, ordinariamente en el mes de mayo, se lleve a cabo la Asamblea General Ordinaria de las OMP. La Asamblea es convocada y presidida por el Presidente de las OMP, participan los Secretarios generales de las cuatro OMP, los Subsecretarios de la Sección para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado, de la Congregación para los Obispos y de la Congregación para las Iglesias orientales. A ellos se suman todos los Directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias del mundo: se trata de 129 Directores nacionales que representan a las naciones de todos los continentes.
La Asamblea se divide en dos partes: una sesión pastoral y una sesión administrativa. En la primera se afrontan algunos temas misionológicos, pastorales y organizativos de particular actualidad e interés, escogidos en precedencia por la misma Asamblea general. Este año hemos hablado de la misión en un mundo globalizado como el nuestro y hemos examinado una experiencia de nueva evangelización. En la sesión administrativa los Secretarios generales de las OMP presentan las relaciones sobre la actividad realizada a lo largo del año, y luego son examinadas las propuestas para las asignaciones de los subsidios según los pedidos recibidos.
Me parece importante subrayar que la Asamblea General anual es ante todo un tiempo particular de comunión, oración, estudio y de intercambio de experiencias que permite a los Directores nacionales regresar luego a sus naciones enriquecidos y fortalecidos, también por el encuentro con el Santo padre, cuyas palabras son siempre fuente de luz y de aliento. Frecuentemente se insiste solamente sobre los aspectos más burocráticos de estos encuentros - en cierto sentido imposibles de eliminar -, olvidando que la Iglesia no es una especie de “multinacional” que periódicamente reúne a sus representantes en el mundo para aprobar balances. La Iglesia es ante todo comunidad de amor, aquel mismo amor recibido del Padre y transmitido por el Hijo que, con la fuerza del Espíritu, estamos llamados a difundir en todo lugar de la tierra. Los Directores nacionales de las OMP por lo tanto no son “recaudadores y distribuidores de fondos” sino que en primar lugar son evangelizadores y animadores pastorales en clave misionera de todo el Pueblo de Dios.

Hablamos comúnmente de Obras Misionales Pontificias, en plural. ¿Puede recordarnos brevemente cuántas son las Obras Misionales Pontificias y cuáles son sus finalidades específicas?
Las Obras Misionales Pontificias son cuatro, y sin embargo, aunque fundadas en épocas diversas, constituyen una institución única y tienen un fin fundamental que las acomuna: promover el espíritu misionero universal en todo el Pueblo de Dios que es la Iglesia.
La Obra Pontificia para la Propagación de la Fe tiene como objetivo principal el de mantener en la Iglesia “el Espíritu de Pentecostés” que abrió a los Apóstoles los confines del mundo y los hizo “misioneros”, promoviendo la participación de todos los bautizados al anuncio del Evangelio con el ejemplo de la propia vida y con el aporte de sus capacidades humanas, presentado también como oferta económica. La Obra Pontificia de la Santa Infancia sostiene a los educadores en el despertar y hacer crecer progresivamente en los niños el conocimiento misionero, para guiarlos hacia una comunión espiritual y un intercambio material de bienes con sus coetáneos de otras Iglesias.
A la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol se le confía la ayuda espiritual y económica de los Seminarios y de los Institutos de formación religiosa en los territorios de misión. La Pontificia Unión Misional, que originariamente se llamaba Unión Misional del Clero, tiene como fin específico “animar a los animadores” del Pueblo de Dios promoviendo la conciencia misionera entre seminaristas, sacerdotes, religiosos y religiosas. El Papa Pablo VI la definió “el alma de las demás Obras Misionales Pontificias”.

Las Obras Misionales Pontificias fueron fundadas en diversos momentos del 1800, y hoy están difundidas en todo el mundo, incluso en aquellos países que un tiempo eran considerados de misión y que hoy envían a su vez misioneros. Se puede por lo tanto decir que se han anticipado a los tiempos en la conciencia de la responsabilidad de todos los bautizados en la misión. ¿Hoy de qué modo responden a este papel “profético” en la Iglesia, cómo miran al futuro?
Los misioneros, hoy como ayer, se hacen frecuentemente la misma pregunta: ¿cómo ser misionero en nuestros días, cómo evangelizar, con qué método, en qué manera? Las relaciones entre el desarrollo material y el anuncio de la Palabra de Dios, el diálogo interreligioso e intercultural, la economía y la política, la nueva ética mundial, la invasión del “pensamiento único”, el relativismo, el ser “políticamente correctos” son temas de simposios, investigaciones y conferencias en todo el mundo, en donde participan también los misioneros.
Creo que es necesario sin lugar a dudas estar atentos a la realidad que nos rodea, siendo capaces de escrutar los “signos de los tiempos”, pero al mismo tiempo tenemos que estar atentos a no dejarnos arrastrar con demasiada facilidad por exámenes extenuantes y por interpretaciones ideológicas de la realidad, que pueden terminar por paralizarnos y desmoralizarnos. Una respuesta a muchas interrogantes viene de la Carta que el Santo Padre Benedicto XVI dirigió el 27 de mayo de 2007, a los Obispos, a los presbíteros, a las personas consagradas y a los fieles laicos de la Iglesia católica en la República Popular China, que es válida para todas las naciones y todos los continentes. El Santo Padre afirma: “Hoy, como ayer, anunciar el Evangelio significa anunciar y dar testimonio de Jesucristo crucificado y resucitado, el Hombre nuevo, vencedor del pecado y de la muerte. Él permite a los seres humanos entrar en un nueva dimensión donde la misericordia y el amor, incluso para con el enemigo, dan fe de la victoria de la Cruz sobre toda debilidad y miseria humana. También en vuestro País, el anuncio de Cristo crucificado y resucitado será posible en la medida en que con fidelidad al Evangelio, en comunión con el Sucesor del apóstol Pedro y con la Iglesia universal, sepáis poner en práctica los signos del amor y de la unidad” (n.3).
Me parece asimismo importante recordar otros dos conceptos que pueden constituir las líneas guía sobre las que las OMP pueden trabajar en el futuro. El primer concepto lo tomo de la “Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la Evangelización”, publicada el 3 de diciembre de 2007, en la que se reafirma que el término evangelización en sentido amplio resume la misión completa de la Iglesia: toda su vida consiste en realizar la “traditio Evangelii”, el anuncio y la transmisión del Evangelio, que en última esencia se identifica con Jesucristo. La evangelización significa por lo tanto no sólo enseñar una doctrina sino más bien anunciar al Señor Jesús con palabras y acciones, es decir, hacerse testigos de su presencia y acción en el mundo.
El segundo tema es la necesidad de hacerse portadores, misioneros de la Esperanza en un mundo que parece cada vez más desesperado y casi envilecido por la cultura de muerte. La última Encíclica del Santo Padre Benedicto XVI, “Spe Salvi”, tiene una clara dimensión misional. La buena nueva de la esperanza se convierte en el signo distintivo de los cristianos respecto a los demás que no tienen este don: “El haber recibido como don una esperanza fiable fue determinante para la conciencia de los primeros cristianos, como se pone de manifiesto también cuando la existencia cristiana se compara con la vida anterior a la fe o con la situación de los seguidores de otras religiones. Pablo recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo ‘ni esperanza ni Dios’ (Ef 2,12)” (Spe Salvi n°2). A nosotros misioneros nos corresponde la tarea de traducir, según el contexto en el que trabajamos, la riqueza del contenido de esta Encíclica.

Los aspectos médicos y sanitarios en nuestra época están asumiendo una importancia cada vez mayor, no sólo en los países en vías de desarrollo. Usted es médico y ha sido largo tiempo misionero en África. Según su experiencia, ¿qué cosa vincula a estas dos realidades, la medicina y la misión?
Los aspectos sanitarios en la misión son muy importantes y están siempre presentes, porque provienen de la simple constatación de que el hombre es una persona compuesta de elementos espirituales y materiales, corporales y biológicos. Como el Señor Jesús pasando por los pueblos sanaba el alma y el cuerpo de los hombres, así la Iglesia, que sigue su misión, debe hacer lo mismo. No se puede ignorar un aspecto a perjuicio del otro.
En todos los países de misión existen obras que se dedican específicamente y profesionalmente a curar a las personas también en el cuerpo, de sus enfermedades. Una gran diferencia entre la medicina practicada en los países ricos y la de los países pobres - en su mayoría territorios de misión - está dada por el hecho de que la medicina de los países ricos es más costosa porque usa instrumentos más sofisticados, sobre todo en el campo diagnóstico y de la cirugía. Todo esto no existe en la medicina que podemos llamar “pobre”.
La segunda diferencia es que en las misiones se usan sólo medicinas genéricas, lo menos costosas posible, sin posibilidad de acceso a las nuevas moléculas farmacológicas que cambian la suerte de las personas tocadas por enfermedades de largo término o crónicas, incluido el Sida. A nivel de la cura médica se asiste por lo tanto también a esta “injusticia distributiva” entre pobres y ricos, que además está creciendo.
La “medicina misionera” practicada por centros sanitarios, hospitales, dispensarios… que en estos países tienen que responder a las necesidades de la mayoría de la población, mira siempre a la persona enferma y no sólo a la enfermedad o a sus órganos enfermos. Éste es un principio que hemos conservado también respecto a la medicina demasiado técnica que se convierte incluso en ingeniería médica. Se considera al hombre en el contexto de su vida, por lo tanto con sus problemas económicos, que tienen gran impacto sobre su salud. Basta pensar en la tragedia del hambre, que en los países pobres cosecha víctimas en gran número entre los niños y los jóvenes. La mortalidad infantil en África es por lo menos 10 veces superior a la de Europa.
La medicina puede curar también el alma de las personas. Si vemos el sufrimiento de los enfermos, si podemos valorar este sufrimiento cuando es imposible reducirlo, los enfermos entonces se convierten también en nuestros compañeros de camino, sobre todo de nuestra común Vía de la Cruz. En los países de misión he encontrado a tantas “Madre Teresa”, que trabajan en el anonimato, que no son conocidas, pero que viven el mismo amor y el mismo sacrificio de la Beata Teresa de Calcuta.
Considero que la presencia de la Iglesia en el mundo de la medicina es hoy todavía más importante visto el desarrollo de aspectos que despiertan innumerables preocupaciones a nivel de bioética. Por ejemplo todo aquello que constituye la intimidad de la vida conyugal, de la pareja, es decir la sexualidad, la fertilidad, es casi completamente confiado a los técnicos, que con frecuencia no respetan el carácter humano de estas facultades que sirven a la comunicación del amor y a la transmisión de la vida. Éste es un verdadero drama de nuestra época, y no sólo de los países de misión. (S.L.) (Agencia Fides 19/5/2008; líneas 147, palabras 2064)


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