VATICANO - Benedicto XVI: “La Iglesia tiene el deber primario de acercarse con amor y delicadeza, con premura y atención maternal, para anunciar la cercanía misericordiosa de Dios en Jesucristo” a cuantos experimentan las llagas del divorcio y del aborto

martes, 8 abril 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Divorcio y aborto son opciones de naturaleza ciertamente diferentes, a veces maduradas en circunstancias difíciles y dramáticas, que suponen frecuentemente traumas y son fuente de profundos sufrimientos para quien las toma”. Lo recordó el Santo Padre Benedicto XVI recibiendo en audiencia el 5 de abril a los participantes al Congreso Internacional promovido por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre matrimonio y familia, de la Pontificia Universidad Lateranense, en colaboración con los Knights of Columbus, sobre el tema: “El aceite sobre las heridas. Una respuesta a las llagas del aborto y del divorcio”.
El Papa se alegró por la referencia a la parábola del buen samaritano escogida por los organizadores del Congreso como clave para acercarse “a las llagas del aborto y del divorcio, las cuales suponen mucho sufrimiento en la vida de las personas, de las familias y de la sociedad”. El Santo Padre destacó asimismo que “los hombres y las mujeres de nuestros días se encuentran a veces desnudos y heridos, en los márgenes de las calles que recorremos, muchas veces sin que nadie escuche su grito de ayuda y se acerque a su dolor, para aliviarlo y curarlo. En el debate, con frecuencia puramente ideológico, se crea contra ellos una especie de conjura del silencio. Sólo en la actitud del amor misericordioso uno se puede acercar para llevar ayuda y permitir que las víctimas se alcen de nuevo y retomen el camino de la existencia”.
En su discurso Benedicto XVI reafirmó que “el juicio ético de la Iglesia sobre el divorcio y el aborto procurado es claro y conocido por todos: se trata de culpas graves que, en medida diversa y salvando la valoración de las responsabilidades subjetivas, hieren la dignidad de la persona humana, implican una profunda injusticia en las relaciones humanas y sociales y ofenden a Dios mismo, garante del pacto conyugal y autor de la vida. Y sin embargo la Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Divino Maestro, tiene ante sí siempre a las personas concretas, sobre todo a los más débiles e inocentes, que son víctimas de las injusticias y de los pecados, y también aquellos hombres y mujeres que, habiendo realizado dichos actos se han manchado de culpa y llevan las heridas internas de ella, buscan la paz y la posibilidad de comenzar de nuevo”.
Justamente a estas personas “la Iglesia tiene el deber primario de acercarse con amor y delicadeza, con premura y atención maternal, para anunciar la cercanía misericordiosa de Dios en Jesucristo”, subrayó el Papa, recordando que según la enseñanza de los Padres es Cristo mismo “el verdadero Buen Samaritano, que se hace nuestro prójimo, que echa aceite y vino en nuestras llagas y que nos conduce a la posada, a la Iglesia, donde nos hace curar, confiándonos a sus ministros y pagando personalmente por anticipado por nuestra curación”. Asimismo prosiguió: “el evangelio del amor y de la vida es también siempre evangelio de la misericordia, que se dirige al hombre concreto y pecador que somos nosotros, para levantarle de cualquier caída, para restablecerlo de cualquier herida”. En efecto la Iglesia, partiendo de la misericordia de Dios, “cultiva una confianza indomable en el hombre y en su capacidad de ponerse de pie. Ella sabe que, con la ayuda de la gracia, la libertad humana es capaz del don de sí definitivo y fiel, que hace posible el matrimonio de un hombre y una mujer como pacto indisoluble, que la libertad humana también en las circunstancias más difíciles es capaz de extraordinarios gestos de sacrificio y de solidaridad para acoger la vida de un nuevo ser humano. Así se puede ver que los ‘no’ que la Iglesia pronuncia en sus indicaciones morales y sobre los que a veces se detiene en modo unilateral la atención de la opinión pública, son en realidad grandes ‘sí’ a la dignidad de la persona humana, a su vida y a su capacidad de amar”.
Citando las reflexiones surgidas durante el Congreso, el Papa recordó “los sufrimientos, a veces traumáticos, que afectan a los así llamados ‘hijos del divorcio’, marcando su vida hasta el punto de hacer mucho más difícil su camino”, y exhortó a una particular “atención solidaria y pastoral” para que los hijos “no sean víctimas inocentes de los conflictos entre los padres que se divorcian”.
El drama del aborto provocado “deja huellas profundas, muchas veces imborrables en las mujeres que lo realizan y en las personas que las circundan y produce consecuencias devastadoras en la familia y en la sociedad, también por la mentalidad materialista de desprecio a la vida que lo favorece”. En relación a esta situación Benedicto XVI ha hecho suya la exhortación que dirige la Encíclica Evangelium vitae a las mujeres que han recurrido al aborto a no dejarse vencer por el desánimo y a no abandonar la esperanza, sino a saber comprender lo sucedido y a interpretarlo en toda su verdad (cf. n. 99).
Por último, Benedicto XVI manifestó su aprecio por todas las iniciativas pastorales y sociales “dedicadas a la reconciliación y al cuidado de las personas heridas por el drama del aborto y el divorcio", y aseguró que, junto a muchas otras formas de compromiso, “son elementos esenciales para la construcción de la civilización del amor que hoy como nunca antes necesita la humanidad”. (S.L.) (Agencia Fides 8/4/2008; líneas 59, palabras 894)


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