VATICANO - En la audiencia a los participantes en el Congreso convocado por la Pontificia Academia para la Vida, Benedicto XVI recordó “una vez más, la firme y constante condena ética de toda forma de eutanasia directa, según la enseñanza tradicional de la Iglesia”

martes, 26 febrero 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Junto al enfermo incurable y al moribundo: orientaciones éticas y operativas” ha sido el tema del Congreso convocado por la Pontificia Academia para la Vida con ocasión de su XIV Asamblea General. Dirigiéndose a los participantes recibidos en audiencia el 25 de febrero el Papa Benedicto XVI recordó que toda vida terrena que se apaga es “un nuevo nacimiento y una existencia renovada, ofrecida por el Resucitado a quien no se ha opuesto voluntariamente a su Amor. Con la muerte se concluye la experiencia terrena, pero a través de la muerte se abre también para cada uno de nosotros, más allá del tiempo, la vida plena y definitiva... Para los creyentes, el encuentro del moribundo con la Fuente de la Vida y del Amor representa un don que tiene un valor para todos, que enriquece la comunión de todos los fieles. Por lo que debe suscitar el interés y la participación de la comunidad, no sólo de la familia de los parientes próximos, sino, en la medida y en las formas posibles, de toda la comunidad que ha estado ligada a la persona que muere. Ningún creyente debería morir en la soledad y en el abandono”
Además de la comunidad cristiana “comprometida en acompañar y celebrar en sus miembros el misterio del dolor y de la muerte y la aurora de la nueva vida” es toda la sociedad, a través de sus instituciones sanitarias y civiles, la que “está llamada a respetar la vida y la dignidad del enfermo grave y del moribundo”. El Papa subrayó el deber de las instituciones sanitarias de expresar “la solidaridad del amor, la salvaguardia y el respeto de la vida humana en todos los momentos de su desarrollo terreno, sobre todo cuando padece una enfermedad o se encuentra en su fase terminal”. “Más en concreto —continuó Benedicto XVI—, se trata de asegurar a toda persona que lo necesite el apoyo necesario por medio de terapias e intervenciones médicas adecuadas, administradas según los criterios de la proporcionalidad médica, siempre teniendo en cuenta el deber moral de suministrar (por parte del médico) y de acoger (por parte del paciente) aquellos medios de preservación de la vida que, en la situación concreta, resulten ‘ordinarios’. Por el contrario, en lo que se refiere a las terapias con un alto nivel de riesgo o que prudentemente habría que juzgar ‘extraordinarias’, el recurso a ellas es moralmente lícito pero facultativo. Además, es necesario asegurar siempre a cada persona los cuidados necesarios y debidos, aparte del apoyo a las familias más probadas por la enfermedad de uno de sus miembros, sobre todo si es grave o se prolonga”.
El Papa expresó su deseo de que en el ámbito de las normas del trabajo se reconozcan derechos específicos a los familiares “en el momento de la enfermedad terminal de su allegado”, ya que “una sociedad solidaria y humanitaria no puede dejar de tener en cuenta las difíciles condiciones de las familias que, en ocasiones durante largos períodos, tienen que cargar con el peso de la asistencia a domicilio de enfermos graves no autosuficientes... En una sociedad compleja, fuertemente influenciada por las dinámicas de la productividad y por las exigencias de la economía, las personas frágiles y las familias más pobres corren el riesgo, en los momentos de dificultad económica y/o de enfermedad, de ser atropelladas”.
En las grandes ciudades hay cada vez más personas ancianas y solas, incluso en los momentos de enfermedad grave y de cercanía a la muerte. “En estas situaciones —continuó el Santo Padre—, se hacen agudas las presiones de la eutanasia, sobre todo cuando se insinúa una visión utilitarista en relación con la persona. Aprovecho esta oportunidad para recordar, una vez más, la firme y constante condena ética de toda forma de eutanasia directa, según la enseñanza tradicional de la Iglesia”.
Al final de su discurso el Santo Padre expresó su intención de que el esfuerzo conjunto de la sociedad civil y de la comunidad de los creyentes “debe orientarse a que todos puedan no solo vivir con dignidad y responsablemente, sino también cruzar el momento de la prueba y de la muerte en la mejor condición de fraternidad y solidaridad, también cuando la muerte se da en una familia pobre o en el lecho de un hospital... ofreciendo y testimoniando solidaridad y caridad a todo hombre que sufre, en particular quien se acerca al momento de la muerte. La sociedad, por su parte, debe asegurar el debido apoyo a las familias que quieren atender en casa, durante largos períodos, a enfermos afligidos por patologías degenerativas (tumorales o neurodegenerativas, etc.) o necesitados de una asistencia particularmente comprometedora” (S.L.) (Agencia Fides 26/2/2008; líneas 55, palabras 820)


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