VATICANO - “La Dominus Iesus y las religiones" de Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe (tercera parte)

viernes, 22 febrero 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Por gentil concesión de "L’Osservatore Romano", la Agencia Fides publica el texto integral de la Conferencia del año Académico 2007-2008 del instituto Teológico de Asís, pronunciada por Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre el tema “la Dominus Iesus y las religiones". Las traducciones en las diversas lenguas han sido realizadas por la Agencia Fides, no revisadas por el autor.

La doctrina cristológica: Jesucristo salvador único y universal
Ahora analizaremos de manera sintética el contenido de los seis capítulos de la Declaración. En los primeros tres, de contenido cristológico, son esencialmente tres las afirmaciones doctrinales que la Dominus Iesus quiere remarcar en contraposición a las interpretaciones erróneas y ambiguas del evento central de la revelación cristiana, es decir sobre el significado y el valor universal del misterio de la encarnación del Verbo.

Plenitud y carácter definitivo de la revelación de Jesucristo
Antes que nada encontramos la afirmación de la plenitud y el carácter definitivo de la revelación cristiana en contraposición a la hipótesis del carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, considerada complementaria a la presente en otras religiones, ya que la plena y completa verdad de Dios no podría ser monopolio de ninguna religión histórica.
Esta posición es considerada contraria a la fe de la Iglesia. Jesús, en cuanto Verbo del Padre, es «el camino, la verdad y la vida » (Juan, 14,6). Y es sólo Él quién nos revela la plenitud del misterio de Dios: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado» (Juan 1,18).
Así pues, la persona divina del Verbo encarnado sería la fuente de la plena, completa y universal revelación cristiana: «La verdad sobre Dios no es abolida o reducida porque sea dicha en lenguaje humano. Ella, en cambio, sigue siendo única, plena y completa porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado» (n. 6). Por lo tanto la revelación cristiana lleva a su realización cualquier otra manifestación salvífica de Dios a la humanidad.
En este contexto se aclara, entre otras cosas, el valor de los textos sagrados de otras religiones, que no pueden ser considerados «inspirados» en sentido estricto ya que la Iglesia reserva dicha calificación a los libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo (n. 8). Sin embargo, la Iglesia reconoce y aprecia la riqueza espiritual de los pueblos, aunque contengan insuficiencias, lagunas y errores. Por lo tanto, «los libros sagrados de otras religiones, que de hecho alimentan y guían la existencia de sus seguidores, reciben del misterio de Cristo aquellos elementos de bondad y gracia que están en ellos presentes» (n. 8).
Al respecto se podría observar también que las obras clásicas de la teología y de la espiritualidad cristiana, aún cuando contienen extraordinarias luces de verdad y de sabiduría humana y divina, no son por eso llamadas inspiradas. La Declaración implícitamente invita a los cristianos a redescubrir, ante el desafío del conocimiento de los libros sagrados de otras religiones, la incomparable riqueza de la literatura cristiana oriental y occidental y sus múltiples y maravillosas concreciones litúrgicas y espirituales.

Unidad de la economía salvífica del Verbo encarnado y del Espíritu Santo
En segundo lugar, la Declaración busca contrastar algunas tesis que, queriendo fundar teológicamente el pluralismo religioso, relativizan y disminuyen la originalidad del misterio de Cristo.
Por ejemplo, en contraposición a los que consideran a Jesús de Nazaret como una de las muchas encarnaciones histórico-salvíficas del Verbo eterno, se reafirma la unidad personal existente entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret. Es contrario a la fe cristiana introducir cualquier tipo de separación entre el Verbo y Jesucristo: Jesús es el Verbo encarnado, una sola persona e inseparable, hecho hombre para la salvación de todos (n. 10).
También están los que proponen una doble economía de la salvación, la del Verbo eterno que sería distinta a la del Verbo encarnado: «La primera tendría una plusvalía de universalidad respecto a la segunda, limitada solamente a los cristianos, aunque si bien en ella la presencia de Dios sería más plena» (n. 9). La Declaración rechaza esta definición y reafirma la fe de la Iglesia en una única economía de la salvación querida por Dios Uno y Trino, «cuya fuente y centro es el misterio de la encarnación del Verbo, mediador de la gracia divina en el plan de la creación y de la redención» (n. 11). Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, es el único mediador y redentor de toda la humanidad y si se encuentran elementos de salvación y gracia fuera del cristianismo, estos tienen su fuente y su centro en el misterio de la encarnación del Verbo.
También se considera contraria a la fe católica la hipótesis de una economía del Espíritu Santo distinta e independiente de la del Verbo encarnado y con un carácter más universal. La encarnación del Verbo es un evento de salvación trinitario: «el misterio de Jesús, Verbo encarnado, constituye el lugar de la presencia del Espíritu Santo y la razón de su efusión a la humanidad, no sólo en los tiempos mesiánicos, sino también antes de su venida en la historia» (n. 12). Existe pues una única economía divina trinitaria que abarca a la humanidad entera, por lo que «los hombres no pueden entrar en comunión con Dios si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu» (n. 12).

Unicidad y universalidad en el misterio salvífico de Jesucristo
Recogiendo los numerosos datos bíblicos y magisteriales, se declara que «la voluntad salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios» (n. 14). En este sentido se puede y se debe decir que Jesucristo tiene, para el género humano y su historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él propio, exclusivo, universal y absoluto. El Verbo de Dios encarnado es el fin de la historia humana, “punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización”, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones: es precisamente esta singularidad única de Cristo la que le confiere un significado absoluto y universal (DI n. 15). (3 - continua) (Agencia Fides 22/2/2008; Líneas: 79 Palabras: 1066 )


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