VATICANO - “Ante el sufrimiento y a la enfermedad los creyentes están invitados a no perder la serenidad, porque nada, ni siquiera la muerte, puede separarnos del amor de Cristo”: discurso del Papa a la Conferencia Internacional sobre la pastoral en el cuidado de los enfermos ancianos

lunes, 19 noviembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Si es verdad que la vida humana en cada una de sus fases es digna del máximo respeto, en un cierto sentido lo es más cuando está marcada por la ancianidad y por la enfermedad. La ancianidad constituye la última etapa de nuestra peregrinación terrena, que tiene distintas fases, cada una con las propias luces y las propias sombras”. Son las palabras con las que el Santo Padre Benedicto XVI se dirigió a los participantes a la XXII Conferencia Internacional promovida por el Pontificio Consejo para los Operadores Sanitarios sobre el tema: “La pastoral en el cuidado de los enfermos ancianos”, recibidos en audiencia al final de la mañana del 17 de noviembre.
Recordando la gran importancia del tema escogido para la pastoral de la salud, en cuanto “gracias al aumento de la edad media, interesa a una población cada vez más numerosa, portadora de múltiples necesidades, pero al mismo tiempo de indudables recursos humanos y espirituales”, Benedicto XVI reafirmó que “la actual mentalidad de la eficacia tiende frecuentemente a marginar a estos hermanos y hermanas nuestras que sufren, como si fuesen solo un ‘peso’ y un ‘problema’ para la sociedad. Quien tiene el sentido de la dignidad humana sabe que ellos deben ser, en cambio, respetados y sostenidos mientras afrontan serias dificultades vinculadas a su estado”.
El Santo Padre hizo evidente asimismo que junto a los indispensables cuidados clínicos, “ es necesario mostrar una concreta capacidad de amar, porque los enfermos tienen necesidad de comprensión, de consuelo, y de aliento y compañía constantes. Los ancianos, en modo particular, deben ser ayudados a recorrer en modo consciente y humano la última parte de la existencia terrena, para prepararse serenamente a la muerte, que - nosotros cristianos lo sabemos - es tránsito hacia el abrazo del Padre celestial, lleno de ternura y de misericordia”. En este camino de acompañamiento ocupan un lugar de particular importancia las familias, llamadas a hacer que “los ancianos enfermos puedan transcurrir el último período de su vida en sus casas y prepararse a la muerte en un clima de calor familiar”. También en el caso de recuperación en estructuras sanitarias, “es importante que no disminuya el vínculo del paciente con las personas queridas y con el propio ambiente. En los momentos más difíciles el enfermo, sostenido por el cuidado pastoral, debe ser alentado a encontrar la fuerza para enfrentar su dura prueba en la oración y con el consuelo de los Sacramentos. Que esté rodeado por los hermanos en la fe, dispuestos a escucharlo y a compartir sus sentimientos”.
El ejemplar “testimonio de fe y de valentía” ofrecido, especialmente durante la enfermedad, por el Papa Juan Pablo II, fue asimismo recordado por Benedicto XVI, quien reafirmó, contra la fácil tentación de la eutanasia, que “la vida del hombre es don de Dios, que todos estamos llamados a custodiar siempre. Tal deber es también de los operadores sanitarios, cuya específica misión es la de hacerse ‘ministros de la vida’ en todas sus fases, particularmente en las que están marcadas por la fragilidad vinculada a la enfermedad. Es necesario un compromiso general para que la vida humana sea respetada no sólo en los hospitales católicos, sino en todo lugar de cuidado”. Finalmente el Papa concluyó recordando que “para los cristianos es la fe en Cristo la que ilumina la enfermedad y la condición de la persona anciana, así como todo otro evento o fase de la existencia”, y exhortando a obrar siempre por difundir el “evangelio de la vida”. (S.L.) (Agencia Fides 19/11/2007; líneas 36, palabras 593)


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