VATICANO - AVE MARIA de don Luciano Alimandi - La extraordinaria fuerza del amor

miércoles, 7 noviembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El mes de noviembre es ligado tradicionalmente a la oración y al sufragio por las almas de los difuntos, por los que nosotros sacerdotes podemos celebrar el 2 de noviembre, día de su conmemoración, tres Misas. La ocasión de este día, que sigue inmediatamente a la solemnidad de todos los Santos, nos lleva a reflexionar sobre la realidad de la muerte o, mejor, de la partida al Cielo. La Divina Providencia al unir de estas dos celebraciones, por todos los Santos y por todos los difuntos, parece indicarnos que son precisamente los Santos los que nos desvelan el misterio de la muerte, comenzando por el Santo de los Santos, el Señor Jesús.
La muerte de un Santo es muy distinta de la muerte de una persona que no ha vivido para el Señor. El nutridísima hagiografía de los Santos lo demuestra ampliamente: quien ha vivido santamente no se deja llevar de la desesperación, porque se abandona a Aquel que es más grande que la muerte, que está más allá de la muerte, el Señor Jesús: el único que ha derrotado la muerte con Su resurrección: "Yo soy la resurrección y la vida; ¡quien cree en mí, aunque muera, vivirá", (Jn 11, 25). Imitar a los Santos no es cosa de poco, es todo un camino por realizar que dura una vida entera y es todo subida, en el sentido que se va hacia lo que es mejor para el alma, dejando a un lado lo que le supone un obstáculo; ¡no es por casualidad que este camino se llama "ascesis", porque se trata de subir!
"Hermana muerte" acercándose a una persona santa la encuentra ya "en alto", unida al Señor y transformada en Él, de modo que el tramo que falta a dicha alma para llegar al Cielo es breve, incluso brevísimo, porque el Cielo lo lleva dentro de si.
El Paraíso es el inconmensurable don que quiere hacernos el Señor Jesús. Por ello, ha venido a la tierra, para llevarnos a la Casa del Padre con Él: "Padre, que también los que me has dado estén conmigo dónde yo estoy, para que contemplen mi gloria" (Jn 17, 24). Desde el momento que encontramos a Jesús iniciamos el camino hacia el Cielo; Su enseñanza está toda orientado al Reino de Dios y con palabras claras Él lo anuncia a sus discípulos: "mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis siervos habrían combatido para que no fuera entregado a los Judíos; pero mi reino no es de aquí " (Jn 18, 36). Solamente puede gozar de este Reino quien se hace pequeño como un niño, quien renuncia al propio egocentrismo, al apego a las criaturas y a los bienes creados para dejarse poseer por el Señor Jesús.
En el Evangelio de Lucas, que se acaba de leer precisamente el domingo pasado, encontramos el episodio de Zaqueo en Jericó: un odiado recaudador de impuestos que era pequeño de estatura y que, "a causa de la muchedumbre" en torno a Jesús, no conseguía ver al Mesías entre toda la gente que lo rodeaba. Así él, para ver al Señor, se apresura a subirse a un árbol de sicómoro.
Esta figura de convertido, cuya vida cambió totalmente gracias a la decisión de "querer ver a Jesús", nos ayuda a hacer un discernimiento más profundo sobre nuestro efectivo deseo de "encontrar" al Señor a lo largo de nuestra vida. ¡No es fácil, porque "una muchedumbre" de pensamientos, de tentaciones, de preocupaciones… está siempre preparada para escondérnoslo!
"Subirse al sicómoro” significa pues, decidirse a rezar con sinceridad para ser capaces de contemplar el amor de Dios en los hechos y en los encuentros de cada día, superando, así, la "muchedumbre" de distracciones y tentaciones. Zaqueo la hizo y nosotros la haremos si orientáramos decididamente nuestro corazón hacia las realidades y los bienes eternos, elevando nuestra mente por encima de las criaturas y de las realidades creadas para encontrar al Creador. La fuerza para este "cambio" cotidiano, evidentemente, sólo la podemos recibir del amor, porque es sólo el amor el que puede conquistar y cambiar nuestro corazón; no estoy seguro que las riquezas o los éxitos o las criaturas… pueden hacernos mejores y más santos. Sólo el amor de Dios puede hacer feliz el corazón humano llenándolo de Si.
Zaqueo cambió de vida porque se encontró con el verdadero Amor, en "aquel encuentro imprevisible" con Jesús como nos ha recordado el Santo Padre Benedicto XVI: "Una vez más el Evangelio nos dice que el amor, partiendo del corazón de Dios y actuando a través del corazón del hombre, es la fuerza que renueva el mundo" (Ángelus 4 de noviembre de 2007). Esta es la fuerza de los santos y es gracias a esta extraordinaria fuerza que las almas de los difuntos pasan del Purgatorio al Paraíso, el Lugar del amor infinito de Dios; ¡ayudémosle con la oferta de Santas Misas con nuestras oraciones - sobre todo el Santo Rosario - y con la limosna de llegar lo antes posible! (Agencia Fides 7/11/2007; Líneas: 54 Palabras: 858)


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