VATICANO - “Los Obispos deben ser hombres de Dios, deben orientar su vida a Dios. El Obispo debe ser uno que reza, uno que intercede por los hombres delante de Dios” exhortó el Santo Padre a los nuevos Obispos ordenados en la Basílica Vaticana

lunes, 1 octubre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En la fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el sábado 29 de setiembre, el Santo Padre Benedicto XVI confirió la ordenación episcopal en la basílica vaticana a los monseñores Mieczysław Mokrzycki, Francesco Brugnaro, Gianfranco Ravasi, Tommaso Caputo, Sergio Pagano y Vincenzo Di Mauro.
En la homilía el Santo Padre recordó la fiesta de los tres Arcángeles y el hecho de que “la Iglesia antigua llama a los obispos ‘ángeles’ de su Iglesia, expresando de este modo la íntima relación entre el ministerio del Obispo y la misión del Ángel”. Según la Sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia “los ángeles son criaturas que están delante de Dios, con todo su ser orientado hacía Dios... su naturaleza es la existencia delante de Él y para Él. Precisamente así se explica también el segundo aspecto que caracteriza a los ángeles: ser mensajeros de Dios. Llevando el mensaje de Dios a los hombres abren el cielo y de esa manera abren también la tierra. Justamente porque están con Dios pueden estar también cerca de los hombres”. El Papa afirmó que “los obispos deben ser hombres de Dios, deben estar orientados hacia Dios... el Obispo debe ser uno que reza, uno que intercede por los hombres delante de Dios. Mientras más lo hace más comprende también a las personas que le han sido confiadas y puede convertirse para ellos en un ángel —un mensajero de Dios— que los ayuda a encontrar su verdadera naturaleza, a sí mismos y a vivir la idea que Dios tiene de ellos”.
A continuación el Santo Padre Benedicto XVI delineó la figura de los tres Arcángeles y las funciones que les han sido encomendadas en relación a las tareas de los Obispos. Miguel “defiende la causa de la unicidad de Dios contra la presunción del dragón, de la ‘serpiente antigua’, como dice Juan, y de su continua insistencia en hacerles creer a los hombres que Dios tiene que desaparecer para que ellos puedan ser grandes; que Dios nos obstaculiza en nuestra libertad y que por lo tanto tenemos que deshacernos de Él... Quien acusa a Dios acusa también al hombre. La fe en Dios defiende al hombre de todas sus debilidades e insuficiencias: el fulgor de Dios brilla en cada hombre. Es tarea del Obispo, en cuanto hombre de Dios, hacerle espacio a Dios en el mundo contra las negaciones defendiendo así la grandeza del hombre”. “¡Sed realmente ‘ángeles custodios’ de las Iglesias que se os confiarán! -exhortó el Papa a los obispos-. Ayudad al Pueblo de Dios, que debéis preceder en su peregrinaje, a encontrar la alegría en la fe y a aprender el discernimiento de los espíritus, a acoger el bien y a rechazar el mal, a ser cada vez más, en virtud de la esperanza de la fe, personas que aman en comunión con Dios-Amor”.
El Arcángel Gabriel, prosiguió el Santo Padre, es el mensajero de la encarnación de Dios. “El toca la puerta de María y, por medio de él, Dios mismo pide a María su ‘si’ (...) Con frecuencia el Señor llama a la puerta del corazón humano... El Señor está a la puerta, a la puerta del mundo y a la del corazón de cada hombre. Él llama para que lo dejemos entrar: la Encarnación de Dios, su hacerse carne debe continuar hasta el fin de los tiempos... Cristo llama. También Dios tiene hoy necesidad de personas que, por decir así, ponen a disposición la propia carne, que le donen la materia del mundo y su propia vida, sirviendo así a la unificación entre Dios y el mundo, a la reconciliación del universo. Querido amigos, es vuestra tarea llamar en nombre de Cristo a los corazones de los seres humanos (...) Podréis asumir la función de Gabriel: llevar la llamada de Cristo a los hombres”.
A San Rafael le ha sido confiada la tarea de sanar. “Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, la tarea de anunciar el Evangelio aparece siempre relacionada con el sanar... Anunciar el Evangelio significa ya de por sí curar, porque el hombre tiene necesidad sobre todo de la verdad y del amor”. En el Libro de Tobías el Arcángel Rafael, recuerda el Santo Padre, “sana la comunión imperfecta entre el hombre y la mujer” y “cura los ojos de los ciegos”. “De esta manera pensamos espontáneamente en el sacramento de la Reconciliación, en el sacramento de la Penitencia, que en el sentido más profundo de la palabra es un sacramento de curación. De hecho la verdadera herida del alma y el motivo de todas nuestras heridas es el pecado. Y sólo si existe un perdón en virtud de la potencia de Dios, en virtud de la potencia del amor de Cristo, podemos ser curados, podemos ser redimidos”.
El Santo Padre concluyó su homilía recordando las palabras del Señor en el Evangelio “Permaneced en mi amor” y dirigiéndose a los nuevos Obispos los exhortó: “¡Permaneced en su amor! ¡Permaneced en esa amistad con Él llena de amor que Él os vuelve a ofrecer en este momento! Así vuestra vida dará mucho fruto, un fruto que permanece”. (S.L.) (Agencia Fides 1/10/2007 - líneas 58, palabras 901)


Compartir: