VATICANO - “Los Santos de la Caridad” de la Encíclica “Deus caritas est”: San Ignacio de Loyola

sábado, 3 junio 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “… La Compañía se debería mostrar no menos útil en reconciliar a aquellos que se han alejado, que en asistir y servir devotamente a aquellos que se encuentran en la cárcel o en hospital, y en el desarrollar otras obras de misericordia… “ (Regla del Instituto 1540). Desde los primeros tiempos, la Compañía de Jesús se ha dirigido a los pobres, los desheredados y los marginados. San Ignacio de Loyola (1491-1556) desarrolló frecuentemente su ministerio entre los enfermos incurables en varios hospitales. En Roma abrió una casa para ex-prostitutas, otra para jóvenes sometidas a explotación y un orfanato. También importante, como Superior General de la recién nacida Compañía de Jesús, fue su insistencia en que todos los novicios debían hacer algún tipo de experiencia en un ministerio que se desarrollase entre enfermos y pobres. Sus ejercicios espirituales han abierto los ojos de muchos hombres y mujeres sobre el papel de Dios en sus vidas, y han inflamado su corazón para que pudieran dedicar su vida a las obras de caridad. A continuación, la posterior decisión apostólica de instituir colegios abrió nuevas perspectivas: a través de sociedades y hermandades, los estudiantes y los ex-alumnos de los colegios jesuitas han testimoniado con la propia vida los más altos ideales cristianos que habían inspirado sus estudios escolares.
San Luis Gonzaga (1568-1591), primogénito del marqués de Castiglione, dejó sus cortes ducales por la Compañía de Jesús. Como estudiante del Colegio Romano, pedía limosna para los pobres y cuidaba de los apestados. Él mismo transportaba, lavaba y consolaba a los moribundos. Temiendo por la salud de Luis, su superior le prohibió continuar el trabajo con las víctimas de la peste. Trabajó entonces en diversos hospitales donde tales víctimas normalmente no eran aceptadas. A pesar de ellos, algunos meses después murió de agotamiento a causa de este ministerio.
San Pedro Claver (1584-1654) fue enviado al Nuevo Mundo cuando era todavía estudiante de filosofía. Tras su ordenación sacerdotal en Cartagena (Colombia), comenzó la que sería la obra de su vida, desarrollando su ministerio con los esclavos africanos que llegaban al puerto. A su llegada les ofrecía alimento espiritual y físico. Recurriendo a los interpretes, les explicaba el amor que Cristo les tenía, y a través de su comportamiento, daba testimonio de su fe. Su compasión no conocía límites. Se hizo cargo de los esclavos y esclavas sobre los que se habían cometido abusos y de las víctimas de la peste, hasta cuando la edad avanzada y la mala salud se lo impidieron. Más recientemente, el beato Jan Beyzym (1850-1912) desarrolló su ministerio con los leprosos en Madagascar. San José María Rubio (1864-1929), comúnmente conocido como el apóstol de Madrid, visitaba regularmente las zonas más pobres de la ciudad para asistir a los abandonados y sin techo.
San Alberto Hurtado (1901-1952) fundó el “Hogar de Cristo”, un movimiento que se ocupaba de construir casas y escuelas técnicas para los pobres en todo Chile. El Siervo de Dios Jacinto Alegre Pujals abrió hospitales y hospicios para enfermos incurables, primero en Barcelona, después en toda España. El mismo amor empujó a los misioneros jesuitas a dedicarse a la promulgación del Evangelio literalmente en las cuatro puntas del mundo, en particular San Francisco Javier (1506-1552); en Europa, se puede recordar, por ejemplo, a San Pedro Canisio (1521-1597) y al Beato Pedro Fabro (1506-1546), o para las misiones populares, por ejemplo San Bernardino Realino (1530-1616) y Jean François Régis (1597-1640).
Otros Jesuitas fueron “llamados a dar el supremo testimonio del amor” (Lumen Gentium 4) en el martirio: entre ellos el Beato Rodolfo Acquaviva (1150-1583); San Edmund Campion (1540-1581); San Pablo Miki (1564-1597); San Isaac Jogues (1607-1646) y el Beato Miguel Pro (1891-1927). De los 50 Santos de la Compañía de Jesús, 33 son mártires (diez ingleses, tres japoneses, un escocés, dos polacos, un húngaro, un paraguayo, dos españoles, doce franceses y un portugués). Probablemente la demostración contemporánea más visible del continuo compromiso de la Compañía en las obras de caridad es el constituido por el “Servicio Jesuita para los Refugiados”, fundado por el Padre General Pedro Arrupe en el 1980. (Padre Thomas McCoog SJ, del Instituto Histórico de la Compañía de Jesús y Archivista de la Provincia Británica).
Nota biográfica - Ignacio nace en Azpeitia, en el País Vasco, en el 1491. Estaba adiestrado para la vida de caballero cuando, durante una enfermedad, leyendo libros de aspiración cristiana, maduró su conversión. Hizo su confesión general en la Abadía de Monserrat, se despojó de sus ropas caballerescas e hizo voto de castidad. Durante más de un año vivió una vida de oración y penitencia, durante la que decidió fundar una Compañía de consagrados. La actividad de los futuros Jesuitas se difundió pronto por todo el mundo. El Papa Pablo III aprobó la Compañía de Jesús en el 1540. Ignacio de Loyola murió el 31 de julio de 1556 y fue proclamado santo por Gregorio XV en 1622. Actualmente los Jesuitas son casi 19.500 esparcidos por el mundo. Trabajan en 133 países en varios campos de apostolado: centros de espiritualidad Ignaciana; colegios, universidades, escuelas populares y elementales; Jesuit Refugee Service; centros sociales; parroquias; medios de comunicación; Apostolado de la Oración. (3/6/2006 Agencia Fides Líneas: 61, Palabras: 882)


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