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Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – La esperanza, también aquella a la que remite el «tiempo especial» del Jubileo, «nace de las sorpresas de Dios». Y esperar es «testimonio» de que, con el encuentro con Cristo, «todo ha cambiado ya, nada es como antes» y «la tierra ha comenzado ya a parecerse al cielo», como sugería san Pablo al escribir a los cristianos de Corinto.
Con estas palabras, León XIV ha comenzado la audiencia jubilar de hoy, sábado 8 de noviembre, ante la multitud alegre de decenas de miles de personas que llenaban la plaza de San Pedro, en su mayoría participantes en el Jubileo del mundo del trabajo. Estas consideraciones le han servido al Pontífice como premisa para proponer a todos la historia del beato Isidoro Bakanja, patrón de los laicos del Congo.
El obispo de Roma ha presentado al joven congoleño, proclamado beato en 1994, como un «testigo de la esperanza cristiana en África». Su vida, ha subrayado, «es también una historia misionera».
Nacido en 1885, cuando su país era aún una colonia belga, Isidoro no había ido a la escuela, pero desde muy joven había comenzado a trabajar como aprendiz de albañil. Más tarde se hizo amigo de los misioneros trapenses, quienes «le hablaron de Jesús, y él aceptó seguir la instrucción cristiana y recibir el bautismo, alrededor de los veinte años. A partir de ese momento -ha recordado el Papa- su testimonio se hizo cada vez más luminoso. Esperar es dar testimonio: cuando damos testimonio de la vida nueva, la luz crece incluso entre las dificultades».
Las dificultades a las que se enfrentó Isidoro, y que hoy ha evocado el Pontífice, comenzaron pronto. Se «encontró trabajando como jornalero agrícola para un patrón europeo sin escrúpulos, que no soportaba su fe ni su autenticidad». El patrón, ha explicado el Papa, «odiaba el cristianismo y a aquellos misioneros que defendían a los indígenas contra los abusos de los colonizadores».
Isidoro -ha contado el Sucesor de Pedro- llevó hasta el final su escapulario al cuello, con la imagen de la Virgen María. Sufrió maltratos y torturas hasta morir, a los 24 años. Y, a punto de morir, dijo a los padres trapenses «que no sintieran rencor, prometiendo rezar también en el más allá por quienes lo habían reducido así».
Esta -ha continuado el Papa Prevost- es «la palabra de la Cruz. Es una palabra vivida, que rompe la cadena del mal. Es un nuevo tipo de fuerza que confunde a los soberbios y derriba de sus tronos a los poderosos. Así nace la esperanza».
«Muchas veces -ha querido subrayar el Pontífice al concluir su catequesis- las antiguas Iglesias del norte del mundo reciben de las Iglesias jóvenes este testimonio, que las impulsa a caminar juntas hacia el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz. África, en particular, pide esta conversión, y lo hace regalándonos muchos jóvenes testigos de la fe. Esperar es dar testimonio de que la tierra puede realmente parecerse al cielo».
(GV) (Agencia Fides 8/11/2025)