Julius Jia Zhiguo, el testigo (1935-2025)

martes, 4 noviembre 2025 obispos   iglesias locales   evangelización   fe   misión  

por Gianni Valente

Jinzhou (Agencia Fides) - «Tenemos mucho trabajo por hacer. China es un gran campo donde debemos sembrar el Evangelio de Jesús». Julius Jia Zhiguo tenía ya 81 años en febrero de 2016, pero su corazón de joven seguía latiendo al ritmo de su pasión misionera.

«Mi vida -decía en una entrevista concedida al portal religioso del diario italiano La Stampa- es hablar de Jesús. No tengo otra cosa que decir o hacer. Toda mi vida, cada día, sirve solo para hablar de Jesús a los demás. A todos». Confesaba su fe incluso a los funcionarios de los organismos estatales que, de vez en cuando, iban a detenerlo para llevarlo a sesiones de adoctrinamiento o a períodos de arresto domiciliario.

Julius Jia Zhiguo, obispo católico de la diócesis de Zhengding, no reconocido como tal por las autoridades chinas, ha concluido su intensa aventura cristiana en esta tierra el miércoles 29 de octubre, a los 90 años de edad.

En las últimas décadas vivió cerca de la que llamaba la catedral, en el pueblo de Wuqiu, su puebloi natal, ahora en la ciudad-condado de Jinzhou, en la provincia de Hebei. Allí, descansan ahora sus restos mortales desde el 31 de octubre, en la tumba de familia.

Ahora, quienes lo han querido lo lloran, pero también dan gracias por el don de haber conocido a un testigo que confesó su fe en Cristo en los momentos felices y en los momentos de prueba y dolor. Han visto en él cómo viven realmente quienes perseveran «entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», como repetía san Agustín.

Custodiados en la tribulación

Los grandes problemas de Julius Jia comenzaron cuando era seminarista. Entre 1963 y 1978 vivió encarcelamientos y períodos de “reeducación mediante el trabajo” en lugares remotos, fríos e inhóspitos.

Tras el final de los “tiempos difíciles” de la Revolución Cultural, el 7 de junio de 1980, fue ordenado sacerdote por Giuseppe Fan Xueyan, obispo de Baoding, que unos meses después le confirió el orden episcopal. Hablaba sin resentimientos, sin reclamar heroísmos por haber atravesado tiempos de tribulación. «Nos bastaba tener a Dios en el corazón –recordaba en la entrevista citada con anterioridad-. Eso me acompañó y me protegió durante todo ese tiempo. Fue obra suya, no mérito mío. Hubo muchas dificultades, pero Dios estaba a mi lado, y eso bastaba. Estábamos en paz porque confiábamos todo al Señor».

Después de su ordenación episcopal, Julius fue a la Oficina de Asuntos Religiosos para comunicar oficialmente su nombramiento como obispo. Los funcionarios no lo tomaron en serio, repitiendo que en China nadie puede ejercer como obispo sin el reconocimiento del gobierno.

En las décadas siguientes, Jia Zhiguo perdió la cuenta de las veces que lo detuvieron para imponerle períodos de vigilancia. Contaba todo con serenidad, sin rastro de amargura o queja en su voz.

Durante esos días de encierro, rezaba, leía, celebraba la misa y hablaba con sus “anfitriones”. Ellos lo reprendían porque había ordenado a nuevos sacerdotes. Y él respondía con calma: «Esta es mi vida, mi trabajo. Los sacerdotes los ordena el obispo, y el obispo soy yo. No puedo hacer otra cosa. Si no los ordeno yo, no los ordena nadie».

Cuando los funcionarios insistían en la necesidad de proclamar la “independencia” y la “autonomía” respecto a la Iglesia de Roma, él replicaba que una separación era imposible: «Soy un obispo católico, y estar en plena comunión con el obispo de Roma forma parte de la fe católica». Y añadía en la entrevista del 2016: «Ellos no comprenden la naturaleza de la Iglesia; cuando les explico esto con sencillez, quedan desconcertados y sin saber qué responder».

Reconciliarse en la comunión con el obispo de Roma

En 2016 aún no se había firmado el Acuerdo entre la Santa Sede y el gobierno chino sobre el nombramiento de obispos, que llegaría en septiembre de 2018. Consultado sobre el diálogo entonces en curso, el obispo Jia recordaba los intentos de separar completamente a la Iglesia en China del Papa, y añadía: «Mientras las cosas no se aclaren, seguirán existiendo motivos de división». Recordaba también a los muchos obispos ordenados sin el consentimiento del Papa, que luego habían pedido y obtenido el reconocimiento de la Iglesia católica. Reconocía que esos obispos estaban «en plena comunión con el Papa», pero lamentaba que «todavía hay sacerdotes que no aceptan esto. Alimentan sospechas, juzgan a los demás y se presentan como los únicos creyentes auténticos».

Jia recordaba que Benedicto XVI, en su Carta a los católicos chinos publicada en 2007, «nos exhortó a la unidad», y afirmaba: «Hemos seguido al pie de la letra lo que dice el Papa: reconciliarnos con todos los que están en comunión con el obispo de Roma».

Sobre el delicado tema de los nombramientos episcopales en China, afirmaba: «Se puede encontrar una manera de tener en cuenta las expectativas del gobierno, pero no hay que confundir las cosas: la nominación debe venir del Papa. Nosotros confiamos en el Papa. Él es el sucesor de Pedro y, en comunión con toda la Iglesia, custodia la fe de los apóstoles con la ayuda del Espíritu Santo. No se trata de habilidades humanas: confiamos en el Papa porque confiamos en el Señor que sostiene y guía a su Iglesia».

La bendición de vivir con los huérfanos

Su fe en Jesús daba a Julius Jia una mirada lúcida sobre los nuevos desafíos de la misión en la China contemporánea. En la entrevista citada, el obispo reconocía que «muchos se están enfriando a causa del materialismo y el consumismo crecientes. Muchos ya no vienen a la iglesia –decía- porque siempre están ocupados y nunca encuentran tiempo».
Las vocaciones sacerdotales y religiosas también habían disminuido: «Muchos ya no quieren entregar su vida a Dios poniéndose al servicio de los demás».

Y aunque la fe, custodiada durante la persecución, parezca hoy «una llama que ya no encuentra alimento» (Benedicto XVI), el obispo Jia insistía en que no servía lamentarse: «Hay que mostrar con la vida que entregarse a Dios es algo hermoso, que se gana una riqueza mucho mayor que la ilusoria que ofrecen el materialismo y el consumismo».

En las últimas décadas de su vida, decidió vivir en una casa que acogía a unos setenta huérfanos, muchos de ellos con discapacidad, cuidados por religiosas. Era, como él decía, «una obra bella y buena», sostenida también por donantes budistas. «Para mí -contaba el obispo- esta obra es lo más importante, lo que más quiero. Es una realidad a la que no podemos renunciar. A través de ella, todos pueden ver el amor gratuito de Jesús por cada uno de nosotros».

El cuerpo del obispo Julius Jia Zhiguo ha sido sepultado en el cementerio de su pueblo natal, donde descansará para siempre. El pueblo de Dios encontrará los caminos para recordar su entrega y hallar consuelo en su memoria y en su vida ejemplar. Así sigue caminando, en la historia, el milagro de la Iglesia en China.
(Agencia Fides 4/11/2025)


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