Papa Francisco, 10 años de camino en el Misterio de Pedro

lunes, 13 marzo 2023 papa francisco   iglesia católica   papa   evangelización   historia  

Vatican Media

por Gianni Valente

Roma (Agencia Fides) - En el peregrinar de la Iglesia a través de la historia, el aniversario de los diez años del inicio de un pontificado es muy poca cosa. Y esto lo sabe bien el Papa Francisco, que de joven se leyó y consultó con detenimiento la gran Historia de los Papas de Ludwig Von Pastor.
En el décimo aniversario de su elección pontificia, todo el mundo habla de él, han centrado en él los reflectores y la atención, con un "efecto zoom" que corre el riesgo de separar al Sucesor de Pedro del resto del Cuerpo, que es la Iglesia.
Él en su magisterio ordinario -y esto es lo que cuenta- ha indicado en todo momento una figura que no era la suya propia. Ha hecho referencia a realidades y hechos más grandes que su propia persona.
En los últimos años, en su magisterio ordinario, el Papa Francisco ha atestiguado que la dinámica propia del acontecimiento cristiano tiene como única fuente la gracia de Cristo, el misterio de su obrar.
En su magisterio ordinario, el actual Sucesor de Pedro ha confesado la naturaleza sacramental de la Iglesia, su total dependencia de la obra del Espíritu Santo. Ha repetido que sólo Cristo cura, redime y salva.
A lo largo de los años, en su magisterio ordinario, el Papa Francisco ha confesado que a Cristo se le encuentra en la oración, en los sacramentos y en sus predilectos, que son los pobres. Ha repetido cosas que él no ha inventado, cuando ha recordado con insistencia que la misericordia, el perdón, la caridad son los rasgos distintivos de la novedad que llegó al mundo con Jesús.
En su magisterio ordinario, el Papa Francisco ha anunciado el Evangelio en cuanto tal, y no como pretexto para elaborar estrategias o proyectos, no como premisa de la que deducir consideraciones éticas o sociológicas o político-culturales, teologías y antropologías.
En su propio estilo, el Papa Francisco viene repitiendo lo mismo desde el inicio de su pontificado: que la Iglesia no existe por sus propias fuerzas, no se sitúa en la historia y en el mundo como una entidad auto-suficiente y pre-constituida. Se reconoce necesitada en todo momento del milagro del Espíritu de Cristo. Y estos son los únicos elementos de la realidad que pueden hacer que la Iglesia sea interesante para los hombres y mujeres de hoy. Lo demás es clericalismo de antigua o nueva acuñación.
En su magisterio ordinario, hablando de la misión encomendada a la Iglesia, el Papa Francisco ha repetido siempre que la fe se comunica por 'atracción' y no por proselitismo, sencillamente porque nadie va a Jesús si no es atraído hacia Él, si Jesús mismo no dona el placer y la alegría de ser atraído hacia Él. En su predicación más reciente, el Obispo de Roma, comenzando el nuevo ciclo de catequesis sobre la «pasión por la evangelización, es decir, el celo apostólico» ha repetido que «no nos anunciamos a nosotros mismos, ni anunciamos un partido político, una ideología, no: anunciamos a Jesús. Es necesario poner en contacto a Jesús con la gente, sin convencerles, sino dejar que el Señor convenza» (véase Fides 11/1/2023).
En el desempeño de su labor como Obispo de Roma, el Papa Francisco no ha escatimado esfuerzos, hasta el punto de consumir físicamente su persona. No como el directivo de una corporación multinacional con un “mandato a extinguir”, sino como un “pecador” (definición suya), siguiendo el criterio ya expresado por su maestro San Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios».
En sus primeros 10 años de Pontificado, el Papa Francisco ha indicado una figura que no era la suya propia. Esto es lo que tenía que hacer. Y lo ha hecho.
En esta última década, tantas cosas que han sucedido en la Iglesia y en el mundo han hecho aún más evidente que la Iglesia y el mundo tienen una creciente necesidad de curación. Y la condición de la Iglesia que camina en la historia es la del mendigo que sólo puede tender la mano a su Señor. La idea de la Iglesia que se “purifica” y erradica el mal de sí misma con instrumentos humanos y eclesiásticos, protocolos y operaciones de ingeniería institucional, que no son los milagros de Cristo, puede convertirse en expresión de una arrogancia impía, a la larga más devastadora que cualquier miseria humana.
Ante la vertiginosa misión que le corresponde a la Iglesia para la salvación del mundo, al Papa Francisco le parece que el último problema es el de “terminar el trabajo”, “llevar a cabo el programa” que le atribuyen las élites mediáticas, dentro y fuera de la estructura eclesial.
En el tiempo transcurrido desde el 13 de marzo de 2013, hasta las limitaciones, las insuficiencias y los errores humanos del Obispo de Roma -a menudo reconocidos públicamente, y por los que él mismo se ha disculpado tantas veces- contribuyen a atestiguar que a la Iglesia no la salvan los hombres. Ni siquiera el pobre hombre llamado a ser Papa, el «pobre Cristo» llamado a ser «Vicario de Cristo», como dijo el Papa Luciani a los cardenales que acababan de elegirlo Sucesor de Pedro. Por eso, en la Iglesia, también ciertas “insuficiencias” pueden ser bendecidas, si revelan una vez más que la Iglesia no brilla, no puede brillar con luz propia, y que en su peregrinación terrena está siempre mendigando la gracia de Cristo, que la purifica y la “reforma”.
En el décimo aniversario del pontificado, algunos círculos mediáticos especulan sobre las “semillas” del pontificado bergogliano que aún no han madurado, discuten sobre los “logros” fallidos y los fracasos a medias. No se andan con chiquitas, y también molestan petulantemente al propio Pontífice con preguntas sobre su posible dimisión.
En cambio, es lícito imaginar que el Papa Francisco seguirá repitiendo y recordando las cosas que ha dicho hasta ahora, siempre las mismas: Jesús, los pobres, el Evangelio, la Iglesia llamada a no replegarse sobre sí misma y a seguir a Cristo; la cercanía que cura las heridas y abraza la realidad humana tal como es; la fraternidad como reconocimiento del destino común de la familia humana, y como única posibilidad de no dejarse arrollar por las sirenas de quienes quieren “acelerar el Apocalipsis” y encender los fuegos de la nueva Guerra Mundial en todo el mundo. Sus preocupaciones y lágrimas sólo serán por la profundidad del dolor en el que se precipitan los hermanos y hermanas de este tiempo, y no por los “objetivos perdidos” reales o supuestos del Pontificado. En los tiempos venideros, su paz espiritual seguirá descansando en el sereno reconocimiento de que es Cristo mismo y su Espíritu quien guía a la Iglesia. Y en el camino de la Iglesia a través de la historia, el Señor siembra las semillas y las hace florecer, como y cuando Él quiere.
Así, continuando por el camino, el Papa Francisco podrá también abrazar plenamente el Misterio ligado a su ministerio de Sucesor de Pedro, el pescador pecador crucificado cabeza abajo en la colina vaticana. Siguiendo las huellas de San Pedro, sus sucesores han aprendido muchas veces, a partir incluso de sus propias intenciones mortificadas, a dejar toda la iniciativa a la acción de Cristo y de su Espíritu.
A lo largo del camino, custodiando y protegiendo al Sucesor de Pedro, estarán las oraciones del Pueblo de Dios, que continúa bendiciéndolo, como lo hizo a petición suya en aquella tarde lluviosa de hace 10 años, cuando el nuevo Obispo de Roma apareció por primera vez en la Plaza de San Pedro. El pueblo de los pobres de la tierra, que reconoce con su “infalible” sensus fidei el perfume de su pastor, y repite por él las oraciones de siempre: «Recemos por nuestro Papa Francisco. Que el Señor lo conserve, le dé vida, lo haga feliz en la tierra y no lo abandone a merced de sus enemigos».
(Agencia Fides 13/3/2023)


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