EVANGELII GAUDIUM, 10 años después/1 - Algo que viene primero.

lunes, 27 febrero 2023

Llamada de Pedro y Andrés (S.Apollinare Nuevo, Rávena)

Por Gianni Valente

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (EG, 1)

La exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) fue escrita por el papa Francisco en 2013 para «proponer algunas líneas que puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo» (EG, 17). Pero su primera frase no trata del anuncio, del Evangelio, de la misión. En las palabras iniciales del texto, el Papa Francisco afirma simplemente que la alegría del Evangelio es la que «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús».

La Evangelii Gaudium es un intenso estímulo para «anunciar el Evangelio en el mundo de hoy». Pero a lo largo del texto, como en una insistente nota a pie de página, el Papa Francisco reconoce y repite que hay algo que viene antes. Antes del anuncio, antes del Evangelio, antes del impulso misionero. Algo sin lo cual no habría misión, ni evangelización, ni Evangelio. Algo que el Obispo de Roma indica utilizando una cita de la Encíclica Deus Caritas est de su predecesor Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (EG, 7).

La misión de anunciar y proponer a los demás el camino del Evangelio no es una actuación realizada por uno mismo. No se desencadena por la propia fuerza, por una autoafirmación suspendida en el vacío. La experiencia del encuentro personal con Cristo - repite el Papa Bergoglio, después de citar al Papa Ratzinger-, es «el manantial de la acción evangelizadora». Porque «Sólo gracias a ese encuentro - o reencuentro - con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad» (EG, 8).

Los primeros en experimentar y testimoniar que la fuerza misionera sólo tiene su fuente en el encuentro con Cristo fueron los mismos Apóstoles. El Papa Francisco, citando el Evangelio de Juan, en Evangelii Gaudium recuerda que los Apóstoles «jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón: “Era alrededor de las cuatro de la tarde”». (EG,13). No lo esperaban, nunca lo habían imaginado. Sin embargo, el impacto en sus corazones y en sus vidas por el encuentro con la humanidad de Cristo, mientras sucedía, fue algo muy sencillo, elemental y gratuito, algo que sucedió antes de cualquier reflexión, de cualquier discernimiento, de cualquier esfuerzo espiritual. Algo que sólo podía verse, experimentarse con asombro, y luego, quizá, contarse a los demás.

La experiencia de los Apóstoles, narrada en los Hechos - ha recordado el Papa Francisco en una entrevista - «es como un paradigma que vale para siempre». El fenómeno inicial -el encuentro de los Apóstoles con la humanidad viva de Cristo, y el impacto de asombro que nació en ellos - no es un "procedimiento de inicio", un empujón inicial destinado a ser superado, una fábula mítica de los comienzos en la que inspirarse para luego ir por libre, con una energía conjetural y una inventiva producidas por sí solos.

En la dinámica cristiana, que se vuelve a proponer en la Evangelii Gaudium, lo que sucedió al principio sigue sucediendo a lo largo de la historia de la salvación. También hoy, la fe y la caridad de los cristianos sólo pueden ser movidas por el impacto del encuentro con Jesús, con lo que Él y su Espíritu están obrando en el presente. El mismo impacto que experimentaron los Apóstoles.

El Papa Francisco, en Evangelii Gaudium, sugiere todo esto al repetir insistentemente que la misión confiada a la Iglesia no tiene como fuente y protagonista a la Iglesia, sino el encuentro con Cristo mismo, y lo que Él obra.

El experimentar y proponer a los demás la gozosa salvación donada por Cristo resucitado es la vocación de todos los cristianos y la misma razón de ser de la Iglesia. Pero nadie puede responder a esta vocación por su propio esfuerzo. La Evangelii Gaudium repite en innumerables pasajes, y con muy diversos matices, que la evangelización nunca puede entenderse como «una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él». Jesús es «“el primero y el más grande evangelizador”. En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios». La verdadera novedad « es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras». En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que «la iniciativa es de Dios, que “Él nos amó primero”» (EG, 12), y solo Él es quien hace crecer. «Cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús» insiste el Obispo de Roma en la Evangelii Gaudium «descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos» (EG, 3). El Papa Francisco ha acuñado un neologismo en español, "primerear", para describir la acción anticipadora del amor de Cristo. «La comunidad evangelizadora» escribe en el parágrafo 24 «experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos».

La Evangelii Gaudium está impregnada de principio a fin de una percepción casi física de esta gracia anticipatoria. El Papa Francisco vuelve a citar al Papa Benedicto XVI y las palabras que eligió en el discurso de apertura del Sínodo sobre la Nueva Evangelización de octubre de 2012: «Es importante saber que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo si entramos en esta iniciativa divina, sólo si imploramos esta iniciativa divina, podremos también ser -con Él y en Él- evangelizadores» (EG, 112). El Obispo de Roma añade que en la labor apostólica de anunciar el Evangelio «ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu», y repite que el Espíritu Santo «es el alma de la Iglesia evangelizadora» (EG, 261).

El Papa, en Evangelii Gaudium, nos recuerda asimismo que el auténtico misionero «sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión» (EG 266).

En la experiencia paradigmática de los primeros Apóstoles, su encuentro con Jesús repercute en sus vidas generando gratuidad y atracción. Los doce, en su mayoría pescadores sin formación, se encuentran siguiéndole porque les llama la atención y les atrae su humanidad diferente. Intuyen, quizá confusamente, que al estar con Jesús se abre un nuevo presagio de vida, una promesa inigualable.

En la misión del anuncio - repite el Papa Bergoglio, citando también en este punto a su predecesor Benedicto XVI - la Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción». La atracción se encuentra en la dinámica de toda auténtica obra apostólica, en todo auténtico acto misionero. No como efecto de esfuerzos y operaciones “de imagen” para hacer más “atractiva” la figura de la Iglesia, o para adquirir consenso a través de estrategias de marketing. El atractivo recordado por el Papa Francisco y su predecesor, es una prerrogativa de los vivos. Es la que Cristo mismo, el Resucitado, puede ejercer hoy en los corazones de sus apóstoles, de sus misioneros, y también de quienes no lo buscan.
(Agencia Fides 27/2/2023)


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