EUROPA/ITALIA - El Arzobispo Marchetto: “Donde el extranjero se convierte en anfitrión y es recibido, poco a poco se desvanece la posibilidad de ver al otro como un enemigo”

martes, 15 septiembre 2009

Recoaro Terme (Agencia Fides) - “Las causas que a menudo obligan a los emigrantes a abandonar su país y buscar mejores oportunidades en otros lugares, son la pobreza, la incapacidad para encontrar un empleo adecuado y digno, más o menos estable en el país de origen, o escapar de los desastres naturales, las guerras y la persecución política o religiosa, o violaciones de los derechos humanos”. Lo ha reiterado el Arzobispo Agostino Marchetto, Secretario del Pontificio Consejo por la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, en su intervención el 12 de septiembre sobre el tema “Inmigrantes: aspectos económicos, sociales y religiosos”, en el Congreso de Rezzara de Recoaro Terme.
Mons. Marchetto ha recordado que las migraciones internacionales “tienen que ser consideradas también desde la perspectiva de los programas internacionales para el desarrollo y de las relativas estrategias nacionales. En efecto, las remesas de los trabajadores emigrantes han dado en general una gran contribución a la economía, pero particularmente a la de los Países en desarrollo, de los cuales muchos provienen”. Luego ha evidenciado la necesidad que “los Países de destino efectúen un 'reclutamiento ético' y cooperen en la formación de los profesionales que son necesarios en los Países de procedencia de los inmigrados”, además es importante “que los Gobiernos de los Países de origen refuercen las uniones con los mismos ciudadanos que se encuentran en el extranjero” en cuanto contribuyen “no solamente al desarrollo de su tierra nativa con las remesas sino también con la importación en patria de su know-how y de las nuevas tecnologías conocidas, al momento del retorno”.
Exhortando a no considerar sólo el fenómeno migratorio por sus lados negativos, aunque si ciertamente existen, Mons. Marchetto ha recordado que “la inmigración irregular siempre ha existido, pero a menudo ha sido tolerada porque aportaba una reserva de fuerza de trabajo de la que poder tirar a medida que los emigrantes regulares mejoraban su posición y se introducían de modo estable en el mundo del trabajo. Hoy el fenómeno ha asumido pero la fase de emergencia social ya que, por el aumento en su número, hay en el mercado una oferta de mano de obra que supera en gran numero las exigencias de la economía, que no logra en muchos casos absorber ni siquiera la oferta local. Nace así la sospecha que el extranjero quite puestos de trabajo a los autóctonos, cuando a menudo son ellos mismos a no quererse empeñar en determinados tipos de actividad, de trabajo, que consideran 'sucios' o humillantes”. Tal fenómeno por lo tanto tiene que ser prevenido, “de una parte, con contraposición a quien explota la expatriación de los irregulares y, de otra, con la cooperación internacional, dirigida a promover la estabilidad política y a remover las causas endémicas del subdesarrollo”.
La condición de irregularidad, ha evidenciado Mons. Marchetto, no erosiona la dignidad del emigrante, aunque sea irregular: sus derechos inalienables “no pueden ser violados ni ignorados”, desde los más elementales a los derechos civiles y políticos y laborales. Para el inmigrante en todo caso “es un deber respetar la identidad y las leyes del País de destino, empeñarse por una justa integración (no asimilación) en el y aprender la lengua de este. Hace falta tener consideración y respeto por el País que acoge, hasta llegar a quererlo y defenderlo”.
El Secretario del Pontificio Consejo de pastoral de los emigrantes e itinerantes, se ha detenido en dos palabras de mucho empleo actualmente, no siempre a propósito: diálogo y tolerancia. El diálogo no es “una simple conversación”, es sobre todo “comparación, interacción, capacidad de escuchar y de entrar en la visión del otro, disponibilidad a acogerlo, sin simplismos y superficialidad y sin perder la propia identidad. El diálogo no se reduce a una cosa intelectual, sino sobre todo tiene que implicar la vida vivida, y se debe expresar por ejemplo con un simple gesto de respeto, de saludo, de solidaridad, de hermandad”. “Junto con el diálogo también la tolerancia es otra palabra un poco erosionada por el uso, pero todavía muy importante. Por ejemplo se está difundiendo hoy, la imagen del Islam como 'monolito intolerante', religión de conquista, mientras la mayoría de los musulmanes se siente y se proclama tolerante. Es esta contraposición que amenaza de comprometer los esfuerzos de diálogo y provoca una reacción que se puede convertir en explosiva. Por una parte se deja espacio al racismo, por otra se incita a replegarse sobre si mismos. En cambio, entre ambas religiones, la cristiana y la musulmana, tienen en su base una tradición de hospitalidad y acogida, 'mutatis mutandis'”.
“Dónde el extranjero se convierte en huésped y es acogido, gradualmente se desmonta la posibilidad de ver el otro como un enemigo” ha continuado al arzobispo, que ha subrayado como “acoger al extranjero, para el verdadero cristiano, significa acoger al mismo Dios”. Mons. Marchetto ha notado que “también el mundo islámico tiene una tradición de hospitalidad que se manifiesta en el Corán. La tradición a la abertura está por lo tanto a la base incluso de la religión islámica, que pero que hoy tiene brechas, desaforadamente muy consistentes, extremistas y violentas”.
El recuerdo del 11 de septiembre, que “ha evidenciado grandes contradicciones del papel de las religiones en la construcción de la paz” y “la necesidad de un salto de calidad en el encuentro interreligioso: estamos todos invitados a escuchar y a arriesgar por el otro”. Al finalizar su intervención, Mons. Marchetto ha observado: “la búsqueda de un equilibrio satisfactorio entre un código común de convivencia y la instancia de la multiplicidad cultural pone problemas delicados y de no fácil solución… A veces, estos miedos toman la vía de la destrucción o la negación de la identidad del otro, queriéndola asimilar a la cultura dominante; otras veces, el miedo conduce a la adopción de prácticas meramente asistenciales, que humillan a los que se benefician porque hieren la consideración que tienen de si mismos. La tarea de absolver es la de poner sobre la mesa de debate la propuesta de una vía capaz de evitar el imperialismo cultural, que lleva a la asimilación de las culturas diferentes con respecto de aquella dominante y el relativismo cultural, que conduce a una fragmentación de la sociedad”. (S.L.) (Agencia Fides 15/9/2009)


Compartir: