VATICANO - San Pedro Damián “ ha hecho de la vida monástica un testimonio elocuente del primado de Dios y un reclamo para todos a caminar hacia la santidad, libres de cualquier compromiso con el mal”: catequesis del Santo Padre en la audiencia general

jueves, 10 septiembre 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “San Pedro Damián, monje, amante de la soledad y, al mismo tiempo, intrépido hombre de Iglesia, empeñado en primera persona en la obra de reforma comenzada por los Papas de la época” ha sido el argumento de la catequesis del Santo Padre Benedicto XVI durante la audiencia general del 9 de septiembre en el aula Pablo VI del Vaticano.
Citando los elementos fundamentales de su vida, el Papa ha recordado que San Pedro Damián Nacido en Ravena en el 1007 de familia noble. Quedo huérfano de los dos padres y habiendo vivido una infancia para nada privada de sufrimientos, a la edad de 25 años estaba ya empeñado en la enseñanza. En sus estudios se dedicó al derecho, al arte del componer y al conocimiento de los grandes clásicos latinos. “Su sensibilidad por la belleza lo llevó a la contemplación poética del mundo” ha subrayado el Papa, recordando que “Pedro Damián concibió el universo como una inagotable 'parábola' y una extensión de símbolos, de la cual partir para interpretar la vida interior y la realidad divina y sobrenatural” En torno al año 1034, ingresó en el Monasterio de Fuente Avellana, famoso por su austeridad, dónde escribió la Vida del fundador, san Romualdo de Rávena, “y se empeñó al mismo tiempo en profundizar su espiritualidad, exponiendo su ideal del monaquismo eremítico”.
El monasterio de Fonte Avellana estaba dedicado a la Santa Cruz “y la Cruz será el misterio cristiano que más que ninguno fascinará Pedro Damián” ha recordado el Papa, en efecto, “ a la cruz Pedro Damián dirige bellísimas oraciones, en las que revela una visión de este misterio de dimensiones cósmicas, porque abraza la entera historia de la salvación”. Además redactó una regla en la que subraya el “rigor del monasterio”, considerando la vida eremita “el vértice de la vida cristiana… porque el monje, libre de las ataduras del mundo y del propio yo, recibe “el don del Espíritu Santo y su alma se une feliz al Esposo celeste”. Benedicto XVI ha subrayado que esta postura “resulta importante hoy también para nosotros, aunque no seamos monjes: saber hacer silencio en nosotros para escuchar la voz de Dios… Recibir la Palabra de Dios en la oración y en la meditación es la vía de la vida”.
San Pedro Damián fue “hombre de oración, de contemplación y meditación”, y también un fino teólogo: expuso “con claridad y viveza la doctrina trinitaria”, y merece particular atención también su mención sobre la figura de Cristo, que “tiene que ser al centro de la vida del monje”. “Encontramos aquí – ha afirmado el San Padre - una fuerte llamada también a nosotros a no dejarnos absorber totalmente de las actividades, de los problemas y de las preocupaciones de cada día, olvidándonos que Jesús tiene que ser realmente el centro de nuestra vida”.
Pedro Damián ha desarrollado también “una profunda teología de la Iglesia como comunión”. “Sin embargo la imagen ideal de la 'santa Iglesia' ilustrada por Pedro Damián no corresponde - lo sabia bien - a la realidad de su tiempo. Por eso no teme el denunciar el estado de corrupción existente en los monasterios y entre el clero, con motivo, sobre todo, de la praxis de la asignación, por parte de las Autoridades laicas, de la investidura de los oficios eclesiásticos: muchos obispos y abades se comportaban como gobernadores de los propios súbditos más que de pastores de almas. No raramente su vida moral dejaba mucho que desear”. Por ello en el 1057 Pedro Damián deja el monasterio y acepta el nombramiento como Cardenal Obispo de Ostia: “Vio que no era suficiente contemplar y se vio obligado a renunciar a la belleza de la contemplación para dar su ayuda en la obra de renovación de la Iglesia”.
Diez años después, en el 1067, consiguió el permiso de volver a Fonte Avellana, renunciando a la diócesis de Ostia. Pero dos años después fue enviado a Francfort para evitar el divorcio de Enrico IV de la mujer Berta; en el 1071 va a Montecassino para la consagración de la iglesia abadenga y a principios del 1072 va a Rávena para restablecer la paz con el arzobispo local, que había apoyado al antipapa provocando un interdicto sobre la ciudad. Durante el viaje de vuelta a su monasterio, por causa de una repentina enfermedad se vio obligado a detenerse en Faenza, dónde murió en la noche entre el 22 y el 23 de febrero de 1072.
“Es una grande gracia que en la vida de la Iglesia el Señor haya suscitado una personalidad tan exuberante, rica y compleja como la de San Pedro Damián” ha concluido el Santo Padre. “Fue un monje profundo, con formas de austeridad, que hoy podrían parecernos excesivas. En todo caso, el hizo de la vida monástica un testimonio elocuente del primado de Dios y un reclamo a todos a caminar hacia la santidad, libres de cualquier compromiso con el mal. Él se consumió con lucida coherencia y grande severidad, por la reforma de la Iglesia de su tiempo. Dono todas sus energías espirituales y físicas a Cristo y a la Iglesia, permaneciendo siempre, como amaba definirse… Pedro, ultimo siervo de los monjes”. (S.L.) (Agencia Fides 10/9/2009)


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