VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - Caritas in Veritate, en la continuidad

jueves, 9 julio 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – El corazón y la razón: el corazón, como centro de la personalidad humana y la razón como imprescindible condición de toda acción auténticamente personal. Estas parecen ser las grades coordenadas de la tercera Encíclica de Benedicto XVI: Caritas in Veritate. Un texto que entrará en la historia por su dimensión “hermenéutica” de la propuesta ofrecida. Siguiendo aquella que podemos definir una de las “líneas directivas” de su pontificado, la hermenéutica de la continuidad, el Santo Padre propone una atenta relectura de la Populorum Progressio del Siervo de Dios Pablo VII, afirmando: “El punto de vista correcto, por tanto, es el de la Tradición de la fe apostólica, patrimonio antiguo y nuevo, fuera del cual la Populorum progressio sería un documento sin raíces y las cuestiones sobre el desarrollo se reducirían únicamente a datos sociológicos” (n. 10). Y más aún: “La relación entre la Populorum progressio y el Concilio Vaticano II no representa una fisura entre el Magisterio social de Pablo VI y el de los Pontífices que lo precedieron, puesto que el Concilio profundiza dicho magisterio en la continuidad de la vida de la Iglesia. En este sentido, algunas subdivisiones abstractas de la doctrina social de la Iglesia, que aplican a las enseñanzas sociales pontificias categorías extrañas a ella” (n. 12).
Las categorías a las cuales hace referencia el Papa, como se sabe, son las de “tradición” y “progreso”, las cuales, legítimamente contrapuestas, no son otra cosa que la versión “laica” de la hermenéutica de la continuidad y la ruptura: la primera legítima, la segunda portadora de graves y peligrosos equívocos, aplicada con demasiada frecuencia al Concilio Vaticano II y reiteradamente estigmatizada por el Magisterio Pontificio, desde el histórico discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre del 2005.
En efecto “No hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí, sino una única enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva. Es justo señalar las peculiaridades de una u otra Encíclica, de la enseñanza de uno u otro Pontífice, pero sin perder nunca de vista la coherencia de todo el corpus doctrinal en su conjunto” (Ivi).
Para ello, sin embargo, ¡es necesario ser hombres! Es necesario no vivir de “rupturas interiores” no resuelta, es necesario amar, sincera y apasionadamente, a la verdad más que a uno mismo, más que al propio poder, más que a la propia opinión intelectualista. Es necesaria, en una palabra, la “moralidad del conocimiento”, que es anterior, tanto lógicamente como por experiencia, que la misma moralidad del actuar.
Corazón y razón, amor y verdad, representan las condiciones mismas de posibilidad de una vida auténticamente humana. Una vida que, necesariamente, por una propia exigencia interna, pide ser vivida en la “continuidad”, la cual no es solamente una categoría hermenéutica, sino que en realidad es una condición antropológica: sin continuidad no hay historia, no hay cultura y, en definitiva, no hay hombre.
La Iglesia, como lugar de la vida por excelencia, no puede jamás dejar de considerar estas condiciones morales y antropológicas de la consciencia, convencida como está del hecho de que el progreso coincide con el anuncio de Cristo Resucitado; anuncio sin el cual el mundo no tiene futuro y pierde, por consiguiente, toda fuerza dinámica de desarrollo. (Agencia Fides 9/7/2009; líneas 42, palabras 563)


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