VATICANO - El Papa en la solemnidad del Corpus Christi: "Alimentados con Cristo, nosotros, sus discípulos, recibimos la misión de ser ‘el alma’ de esta, nuestra ciudad, fermento de renovación, pan ‘partido’ para todos, sobre todo para quienes viven situaciones de malestar, de pobreza, de sufrimiento físico y espiritual”

viernes, 12 junio 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el jueves 11 de junio, el Santo Padre Benedicto XVI ha celebrado la Santa Misa ante la Basílica de San Juan de Letrán y a continuación ha presidido la Procesión Eucarística que, recorriendo la calle Merulana, ha llegado hasta la Basílica de Santa Maria Mayor donde ha impartido la Bendición Eucarística. Ofrecemos a continuación algunos pasajes de la homilía del Santo Padre sobre el tema "Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre ".

"Ésta es mi sangre". Es clara aquí la referencia al lenguaje empleado para los sacrificios de Israel. Jesús se presenta a sí mismo como verdadero y definitivo sacrificio, en el cual se realiza la expiación de los pecados que, en los ritos del Antiguo Testamento, no se habían cumplido nunca totalmente. A esta expresión le siguen otras dos muy significativas. Ante todo, Jesucristo dice que su sangre ‘es derramada por muchos’ con una comprensible referencia a los cantos del Siervo, que se encuentran en el libro de Isaías (Cf. cap. 53). Añadiendo - ‘sangre de la alianza’ – Jesús pone de manifiesto además que, gracias a su muerte, se realiza la profecía de la nueva alianza fundada sobre la fidelidad y el amor infinito del Hijo hecho hombre, una alianza por tanto más fuerte que todos los pecados de la humanidad. (…) fue durante la Última Cena cuando estableció con los discípulos esta nueva alianza, confirmándola no con sacrificios de animales, como ocurría en el pasado, sino con su sangre, que se convirtió ‘sangre de la nueva alianza’. La fundó pues sobre la propia obediencia, más fuerte, como he dicho, que todos nuestros pecados.
Ello se evidencia en la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, donde el autor sagrado declara que Jesús es ‘mediador de una Nueva Alianza’ (9,15). Lo es gracias a su sangre o, con mayor exactitud, gracias a su inmolación, que da pleno valor al derramamiento de su sangre. En la cruz, Jesús es al mismo tiempo víctima y sacerdote: víctima digna de Dios, porque está sin mancha, y sumo sacerdote que se ofrece a sí mismo, bajo el impulso del Espíritu Santo, e intercede por toda la humanidad. La Cruz es, por lo tanto, misterio de amor y de salvación, que nos purifica la conciencia de las ‘obras muertas’, es decir de los pecados, y nos santifica esculpiendo la alianza nueva en nuestro corazón; la Eucaristía, renovando el sacrificio de la Cruz, nos hace capaces de vivir fielmente la comunión con Dios (…)
Vuestra presencia tan numerosa en esta celebración, queridos amigos, muestra que nuestra comunidad, caracterizada por una pluralidad de culturas y de experiencias diversas, Dios la plasma como a ‘su’ Pueblo, como el único Cuerpo de Cristo, gracias a nuestra sincera participación en la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Alimentados con Cristo, nosotros, sus discípulos, recibimos la misión de ser ‘el alma’ de esta, nuestra ciudad (Cf. Carta a Diogneto, 6: ed. Funk, I, p. 400; ver también LG, 38), fermento de renovación, pan ‘partido’ para todos, sobre todo para quienes viven situaciones de malestar, de pobreza, de sufrimiento físico y espiritual. Nos convertimos en testigos de su amor.
Me dirijo particularmente a vosotros, queridos sacerdotes, que Cristo ha elegido para que junto con él podías vivir vuestra vida como sacrificio de alabanza por la salvación del mundo. Sólo de la unión con Jesús podéis obtener aquella fecundidad espiritual que es generadora de esperanza en vuestro ministerio pastoral. (…)¡Ser Eucaristía! Que éste sea, precisamente, nuestro constante anhelo y compromiso, para que al ofrecimiento del cuerpo y de la sangre del Señor que hacemos en el altar, se acompañe el sacrificio de nuestra existencia. Cada día, tomamos del Cuerpo y de Sangre del Señor aquel amor libre y puro que nos hace dignos ministros de Cristo y testigos de su alegría. Es lo que los fieles esperan del sacerdote: el ejemplo, es decir, de una auténtica devoción a la Eucaristía; aman verlo transcurrir largas pausas de silencio y de adoración ante Jesús, como hacía el santo Cura de Ars, que vamos a recordar, de forma particular, durante el ya inminente Año Sacerdotal. (…)
Con la conciencia de ser indignos por causa de los pecados, pero necesitados de nutrirnos con el amor que el Señor nos ofrece en el sacramento eucarístico, renovemos esta tarde nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía ¡No hay que dar por descontada nuestra fe! Hoy existe el riesgo de una secularización que se introduce también en el interior de la Iglesia, que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones a las que les falta aquella participación del corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia. Siempre es fuerte la tentación de reducir la oración a momentos superficiales y apresurados, dejándose dominar por las actividades y por las preocupaciones terrenales. (…) Con la Eucaristía, pues, el cielo viene sobre la tierra, el mañana de Dios desciende al presente y el tiempo es como abrazado por la eternidad divina
Queridos hermanos y hermanas, como cada año, al final de la Santa Misa, se desarrollará la tradicional procesión eucarística y elevaremos, con las oraciones y los cantos, una imploración coral al Señor presente en la Hostia consagrada. Le diremos en nombre de toda la Ciudad: ¡Quédate con nosotros Jesús, dónate a nosotros y danos el pan que nos alimenta para la vida eterna! Libera a este mundo del veneno del mal, de la violencia y del odio que contamina las conciencias, purifícalo con la potencia de tu amor misericordioso. (S.L) (Agencia Fides 12/6/2009)


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