VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - ¡Retomemos el anuncio de la Gracia, más poderosa que la debilidad humana!

jueves, 4 junio 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “Pedro, el primero de los apóstoles, recibió las llaves del reino de los cielos. Con ellas ata y desata los pecados de todos los santos, unidos inseparablemente al cuerpo de Cristo, e indica a los fieles la ruta correcta a seguir en esta vida agitada por todas las tormentas. En cambio Juan, el evangelista, reclinó su cabeza en el pecho de Cristo. El gesto hace pensar al reposo de los santos, al reposo que encontrarán en ese seno totalmente al reparo de los vientos y secreto que es la vida beata”. San Agustín sigue diciendo que no sólo a los dos apóstoles sino “a todos es abierta por el Señor mismo la fuente del Evangelio, porque todos en toda la tierra bebían, cada uno según su propia capacidad” (Tratados sobre Juan, 124, 7; CCL 36, 687).
Debemos reflexionar sobre esto cada día, cada vez que experimentamos el pecado, nuestra debilidad. Así no nos escandalizaremos de los artículos y de los libros que circulan, para poner en muestra las “deficiencias” verdaderas o presuntas de hombres de Iglesia, que tal vez han cedido al Enemigo.
Pedro con sus defectos y sus miedos amaba profundamente a Jesús, lo amaba tanto que fue capaz de derramar su sangre por Él y hacerse crucificar de cabeza, como dice la tradición, porque no se consideraba digno de morir como su Señor.
Entonces se entiende que cuando la Iglesia “cae en ruinas” – sólo temporalmente – por causa de los pecados de sus miembros, la tarea que se hace urgente es el regreso a la Gracia. Es necesario que se multipliquen compañías, fraternidades, amistades, comuniones que conduzcan vida de pobreza, castidad y obediencia sobre todo, y así se colocará de nuevo casi sin darse cuenta a Jesús al centro y se volverá el Cristianismo a la fe. Como hizo San Francisco. Es el camino de la santidad, que Dios suscita normalmente en modo simple, con tareas aparentemente insignificantes, yendo de lo particular a lo universal.
En vez de “mordernos y devorarnos”, es necesario pensar a tantos que no conocen a Dios, no conocen a Cristo, a un nuevo paganismo que se puede afrontar solamente anunciando y testimoniando el amor de Dios. Es necesario que venzamos en nosotros la presunción de ser mejores que los demás. Más bien deberíamos preguntarnos – como ha escrito Benedicto XVI en la Carta a los Obispos de la Iglesia católica del 10 de marzo de 2009 – si estamos dispuestos siempre de nuevo a aprender la prioridad suprema: el amor.
Pero es necesario vencer el miedo: el que nos hace permanecer fríos y cerrados en nosotros mismos en vez de abrazar y aferrar a quien quiere amarnos. Para aprender a amar deberíamos seguir el “método” de Gregorio de Nisa: “Si en verdad el amor logra eliminar el miedo y esta se transforma en amor, entonces se descubrirá que aquello que salva es justamente la unidad. La salvación está en el sentirse todos unidos en el amor al único y verdadero bien mediante aquella perfección que se encuentra en la paloma... El vínculo de esta unidad es una auténtica gloria... Ninguno puede negar en efecto que el Espíritu Santo sea llamado ‘gloria’ (Jn 17,22)” (Homilías sobre el Cantar de los cantares, 15; PG 44, 1115.1117). Dicha gloria se manifiesta si, como Cristo, derribamos los muros de nuestra resistencia al amor y pasamos a través de Él, es más uno a través del otro, en el otro, como la lanza abrió su Corazón, acogiendo y donando de nuevo. Esta es la verdad del amor que vence toda debilidad.
También Pablo pasó a través de la misma experiencia: “una espina en la carne” fue el modo como Dios humilló su grandeza; pero la Gracia alivió su herida, haciéndolo depender de una comunión invisible, la amistad con quien le puso al lado para la misión apostólica. Por lo tanto, debe ser meditada la respuesta del Señor al Apóstol: “Mi gracia te basta, porque el poder triunfa en la debilidad” (2 Cor 12,9). (Agencia Fides 4/6/2009; líneas 44, palabras 667)


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