VATICANO - “Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, es necesario tal vez - sin quitar nada a la libertad de Dios - que la Iglesia se ‘afane’ menos por las actividades y se dedique más a la oración”, recuerda Benedicto XVI durante la Santa Misa de Pentecostés celebrada en San Pedro

lunes, 1 junio 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “Entre todas las solemnidades, Pentecostés se distingue por importancia, porque en ella se realiza aquello que Jesús mismo había anunciado como el objetivo de toda su misión sobre la tierra... El verdadero fuego, el Espíritu Santo, ha sido traído sobre la tierra por Cristo. Él no se lo ha quitado a los dioses, como hizo Prometeo, según el mito griego, sino que se hizo mediador del ‘don de Dios’ obteniéndolo para nosotros con el más grande acto de amor de la historia: su muerte en cruz”. Lo recordó el Santo Padre Benedicto XVI durante la Santa Misa de Pentecostés, el Domingo 31 de mayo, que presidió en la Basílica Vaticana.
En su homilía el Papa subrayó que “Dios quiere seguir donando este ‘fuego’ a toda la generación humana, y naturalmente es libre de hacerlo como y cuando quiere”, sin embargo la ‘vía normal’ que Dios mismo ha escogido para ‘mandar el fuego sobre la tierra’ es Jesús, su Hijo Unigénito encarnado, muerto y resucitado. “A su vez, Jesucristo constituyó a la Iglesia como su Cuerpo místico, para que prolongue su misión en la historia”. Luego, recordando el evento de Pentecostés narrado por la Sagrada Escritura, el Papa puso en evidencia “como debe ser la comunidad, cómo debemos ser nosotros para recibir el don del Espíritu Santo”: “la concordia de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu Santo; y el presupuesto de la concordia es la oración”.
“Esto, queridos hermanos y hermanas, vale también para la Iglesia de hoy – siguió el Pontífice –,vale para nosotros, que estamos aquí reunidos. Si queremos que Pentecostés no se reduzca a un simple rito o a una conmemoración sugestiva, sino que sea evento actual de salvación, debemos predisponernos en una religiosa espera del don de Dios mediante la humilde y silenciosa escucha de su Palabra. Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, es necesario tal vez – sin quitar nada a la libertad de Dios – que la Iglesia se ‘afane’ menos por las actividades y se dedique más a la oración”. “Nos lo enseña la Madre de la Iglesia, María Santísima, Esposa del Espíritu Santo”, dijo Benedicto XVI recordando que este año Pentecostés recorre en el último día de mayo, fiesta de la Visitación, que fue “una suerte de pequeña ‘pentecostés’, que hizo manar la alegría y la alabanza de los corazones de Isabel y de María, una estéril y la otra virgen, que llegaron a ser ambas madres por intervención divina”.
El Espíritu Santo, en la narración de Pentecostés, es indicado en los Hechos de los Apóstoles con dos imágenes: la tormenta y el fuego. “En el mundo antiguo la tormenta era vista como signo del poder divino, ante el cual el hombre se sentía subyugado y aterrorizado – explicó el Pontífice –. Pero quisiera subrayar otro aspecto: la tormenta es descrita como ‘viento impetuoso’, y esto hace pensar al aire, que distingue nuestro planeta de los demás astros y nos permite vivir en él. Lo que el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual; y como existe una contaminación atmosférico, que envenena el ambiente y a los seres vivos, así también existe una contaminación del corazón y del espíritu, que mortifica y envenena la existencia espiritual. Así como no debemos acostumbrarnos a los venenos del aire – y por eso el compromiso ecológico representa hoy una prioridad –, así también se debería hacer con aquello que corrompe el espíritu. Parece en cambio que hoy uno se acostumbra a muchos productos que contaminan la mente y el corazón y que circulan en nuestras sociedades: como imágenes que hacen del placer un espectáculo, la violencia o el desprecio por el hombre y la mujer. También esto es libertad, se dice, sin reconocer que todo lo que contamina, intoxica el alma sobre todo de las nuevas generaciones, y termina luego condicionando su misma libertad”.
La otra imagen que encontramos en los Hechos de los Apóstoles para indicar al Espíritu Santo es el fuego. “Tomando posesión de las energías del cosmos – el fuego – el ser humano parece hoy afirmarse a sí mismo como dios y parece querer transformar el mundo excluyendo, poniendo de lado o incluso rechazando al Creador del universo. El hombre ya no quiere ser imagen de Dios, sino de sí mismo; se declara autónomo, libre, adulto... En la manos de un hombre así, el ‘fuego’ y sus enormes potencialidades se hace peligroso: puede volverse contra la vida y la humanidad misma, como lamentablemente lo demuestra la historia. Como recuerdo perenne permanecen las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, donde la energía atómica, utilizada con fines bélicos, terminó sembrando muerte en proporciones inauditas”.
La última reflexión del Santo Padre se refirió al Espíritu Santo que “vence el miedo”: los discípulos en efecto se habían refugiado en el Cenáculo por temor a sufrir la misma suerte que su Maestro, y sólo en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se posó sobre ellos, salieron afuera sin temor para anunciar a todos la buena noticia de Cristo crucificado y resucitado. “El Espíritu de Dios, donde entra, elimina el miedo – subrayó el Papa –; nos hace conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: pase lo que pase, su amor infinito no nos abandona. Lo demuestra el testimonio de los mártires, el coraje de los confesores de la fe, el intrépido impulso de los misioneros, la franqueza de los pecadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños. Lo demuestra la existencia misma de la Iglesia que, a pesar de los límites y las culpas de los hombres, sigue atravesando el océano de la historia, impulsada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificador”. (S.L.) (Agencia Fides 1/6/2009; líneas 62, palabras 959)


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