AMERCA/CANADÁ - MISIÓN Y EMIGRACIÓN - El tráfico de seres humanos, una realidad que involucra también a esta parte del mundo. Estábamos convencidos de que en una Nación Democrática y abierta como ésta todo habría sido más fácil para nuestra encuesta (La maleta con la cuerda), pero tampoco falta aquí el choque con la amargura de la indeferencia

lunes, 20 abril 2009

Montreal (Agencia Fides) – Canadá. Prácticamente no he dormido nada, no he descargado sueños, tensiones, expectativas. Estoy en un buen albergue, quizás el mejor de todo mis viajes. Todo muy limpio. En la televisión está incluso escrito: “bienvenido señor Luca De Mata”. La cama es grande. Sábanas blancas como nubes me esperan para hacerme soñar. Cansado tomo la maleta de la grabadora y de las cámaras fotográficas. Me consuela la idea del regreso. La gran cama donde echarme a dormir. El sueño ha llegado y golpea ferozmente, pide su espacio. Quisiera, pero mi amigo canadiense ya hace sonar el teléfono de mi cuarto. Impaciencia en sus palabras. Impaciencia por el cansancio que realizado su ciclo me llama a regenerarme. Me cuesta estar presente. La responsabilidad de haber llegado hasta acá, las personas y las organizaciones involucradas me imponen tiempos y plazos programados desde hace semanas. Cierro el cuarto con el peso de los aparatos para el trabajo con el cambio del fluso horario que me asedia. No me había sucedido nunca. Los aeroplanos son una cosa hermosa. Antes eran viajes de meses, hoy en poco más de veinte horas llegas a lugares que un tiempo eran solamente cuentos de quien los había alcanzado. El ascensor llega veloz. Yo y mi amigo nos abrazamos como viejos amigos, aunque entre los dos se ha dado sólo un largo intercambio de correos que nos ha hecho compartir ideas y la pasión por la Verdad. Esta amistad es la red de la solidaridad. Si ayer una banal carta viajaba con los mismos tiempos y los mismos medios de las personas: hoy la red te une en tiempo real. Aun más en nuestro trabajo. Estas mismas palabras mías no tendrán nunca la frescura del testimonio de la película de un celular. Al cronista de hoy la síntesis de la observación de fenómenos que ha estudiado, conoce, profundiza y verifica en el campo. La narración del periodista de hoy se convierte en reflexión, entra en el debate de la cultura, es enviado con un fuerte contenido de conocimientos que enriquece en tiempo real y en un cierto sentido es más fascinante. El partido es diverso. La narración se convierte en crónica de algo que estás compartiendo.
Si todo esto encuentra su razón, uno lo concretiza aún más compenetrándose con mujeres y hombres que de sus vidas han hecho una misión de cercanía a nuestro prójimo. Compartiendo con quien en las calles ha escogido no mirar sólo hacia abajo sino mirar de frente los rostros con los que se cruzan. No es fácil plegarse sobre quien es parte de una vida torcida, de injusticias, de la desesperación, de la soledad, de la violencia.
Estoy en Canadá y estoy volando entre reflexiones que me alejan de los motivos reales de los que he venido a documentar aquí. Será el cansancio. Advierto en mi cabeza misma que se agolpan frases lejanas sobre por qué estoy aquí: la inmigración clandestina en América del Norte. El taxi corre hacia mi destino. Atraviesa calles con árboles y parques de niños felices. Es mediodía. En esta jornada caliente la luz del sol proyecta sombras en un cruce donde no hay límites entre lo que se ve y lo que es real. Mi amigo habla. El cansancio me hace perder el hilo de lo que me dice. No se da cuenta que cada cierto tiempo me ausento. En esta tierra me siento también yo un inmigrante clandestino. Un delirio de paranoia.
Me pregunto si estoy también yo en fuga. “No”, me digo, “tengo un permiso regular para estar en esta nación”. He visto demasiadas cosas horribles, he escuchado demasiadas historias de explotación y nuevas esclavitudes (http://www.youtube.com/watch?v=M0vM7-5cSEY) para no tomar en serio conciencia de la desesperación de esta pobre gente. Acercándose a la periferia las imágenes que pasan ante mí no cambian mucho. Las casas son siempre iguales. Aquí y allá surgen manchas de miseria sumergida. Lo ves en los vestidos de quienes pasan por las calles, en las cicatrices en los coches. Los niños que cruzo van en grupo. No hay alegría de juegos. La preocupación de la vida se lee en muchos ingresos de las casas, en los colores descuidados. Pregunto cuanta distancia nos divide de la cita con Janet Dench, la Directora Ejecutiva de una de las más eficientes organizaciones que trabajan en esta gran Nación. Ellos no se ocupan sólo de la acogida, sino que estudian el fenómeno de los flujos migratorios con una gran competencia. El deseo de comprender, de conocer, me concede un poco de adrenalina. Cansancio y curiosidad hacen agradable el largo recorrido. Montreal es una hermosa ciudad, segura, distinta de las otra grandes metrópolis de USA. Aquí no sientes nunca el peligro, ni la hostilidad inesperada del vecino. Barrios ghetto prohibidos a quien es de una etnia diversa. Aquí no ves la concentración de áreas de miseria donde la pobreza arrasa con leyes y comportamientos para favorecer a los grupos dominantes. Probablemente será también así aquí, como en parte descubriré en el coloquio con Janet Dench, pero no es tan descarado. Janet Dench no se preocupa por las preguntas. Nos sentamos. Apenas tengo tiempo de conectar la grabadora y ella inicia inmediatamente, con una inteligencia que le viene del profundo conocimiento, a afrontar la cuestión de los flujos migratorios en su nación y en el mundo: “el problema del ‘tráfico de seres humanos’ es un problema que se centra en la explotación del débil por parte del fuerte. La riqueza y el poder no está distribuido en el mundo. Hay posesiones, áreas de desarrollo, de los países ricos que explotan a las personas de los países pobres. Esto lo podemos ver también aquí en Canadá. Nosotros afrontamos este problema desde hace algunos años. Por definición el ‘tráfico de seres humanos’ es algo que se lleva a cabo en la oscuridad y no a la luz. Las personas no lo conocen, ni siquiera quien está atento a los ‘Derechos Humanos’, a los inmigrantes, a los refugiados. Muchas son las razones por las que las personas no conocen la realidad del ‘tráfico de seres humanos’. ¡Se niega! Aquí en Canadá escuchamos frecuentemente: ‘el tráfico de seres humanos aquí en Canadá no existe’. O más simplemente: ‘no existe en nuestra ciudad’. La verdad es que las personas no quieren abrir los ojos para ver, entender las situaciones que están ante ellos. E incluso cuando las personas afrontan la cuestión del ‘tráfico de seres humanos’ tienden a enfatizar la explotación sexual, el uso de la fuerza para la prostitución. Ese es sólo un aspecto entre los más evidentes. Debemos mirar a otro, mucho más cerca de nosotros. Por ejemplo las situaciones domésticas. Hemos visto un número de casos en Canadá donde en una familia una persona, que puede ser una mujer, un hombre o un niño, es encerrado en casa y forzado a trabajar sin interrupción, sin poder salir y sin ser pagado. Explotación forzada que usa la fragilidad de la persona. Los pobres son vulnerables, frecuentemente provienen de áreas de opresión. Los traficantes cuando los traen a otro país como Canadá donde probablemente no conocen a nadie, no tienen un estatus legal, no hablan inglés o francés. En estas condiciones no están en condiciones de reaccionar en ningún modo. Y así los traficantes pueden enriquecerse impunemente. En Canadá no tenemos quizás un situación de ‘tráfico de seres humanos’ tan aguda y difundida como en otros países. ¿Y cuál es la solución? Construir una sociedad que sea lo más igualitaria posible y donde los derechos estén garantizados para todas las personas. Y esta es una de las razones por las que no ha entrado mucho el ‘tráfico de seres humanos’ como en otros países. Pero conocemos situaciones individuales de explotación: domésticas, comerciales o en las fábricas. Es también el término ‘tráfico’ que confunde porque en realidad hay varios niveles de explotación: casos en los que la persona es completamente controlada y no pagada, o casos en los que las personas son amenazadas pero pagadas en una situación muy desaventajada, sin contar las personas que tienen visas de trabajo temporal que están en el filo de la navaja porque tienen un estatus, pero si denuncian las condiciones en las que deben trabajar pueden ser deportadas de Canadá. (http://www.youtube.com/watch?v=M0vM7-5cSEY) Esta última categoría es la más explotada. Nuestra organización desde hace muchos años estudia las situaciones tratando de sensibilizar a las demás organizaciones y autoridades más importantes como la policía. Lo que vemos es que la policía, aun encontrando situaciones donde las personas son explotadas, pero que no tienen un permiso regular en Canadá, trata a estos trabajadores como inmigrados sin Estatus, es decir como gente que trabaja ilegalmente. De este modo es inevitable para estos trabajadores que se abran las puertas de la prisión y luego de la deportación, siendo ellos las verdaderas víctimas. Así llegamos a la conclusión entre nosotros que debemos focalizar nuestras energías en dos prioridades principales: aumentar la conciencia sobre el ‘tráfico de seres humanos’ y proteger las ‘personas que sufren el tráfico’. No nos olvidemos que la repatriación del trabajador que no está en regla significa hacerlo más vulnerable y exponerlo a situaciones inmanejables para la persona misma. La ley en Canadá no dice nada específicamente acerca de las ‘personas objeto de tráfico’ y lo más probable es que sean encarceladas. Ésta es una grande preocupación para nosotros porque no sólo la ley no asegura que ‘las personas que sufren el tráfico’ reciban la justa protección como víctimas del crimen sino que de hecho serán penalizadas y probablemente encarceladas. Hemos impulsado la obtención de enmiendas específicas a la ley que den acceso a las ‘personas que sufren el tráfico’ a una protección urgente e inmediata para que sientan que en Canadá están al seguro. Pedimos que alguien se ocupe de sus necesidades más simples de supervivencia, que no tengan miedo de la deportación inmediata y que tengan suficiente tiempo para reponerse de su experiencia, de sus traumas. Es así que pueden tomarse decisiones serenas sobre su futuro, sea que quieran regresar a casa o permanecer en Canadá para protegerse o ir a algún otro lugar. Estamos asimismo proponiendo que ‘las personas que sufren el tráfico’ puedan tener acceso a la residencia permanente en Canadá. Nuestra organización es la Canadian Council for Refugies: una organización que representa a cerca de 180 organizaciones que trabajan o se ocupan de los derechos de los refugiados y de los inmigrantes. Entre nosotros hay también algunos abogados pero sobre todo creamos una red entre las varias organizaciones que trabajan con los refugiados aprendiendo una de otra y compartiendo las informaciones. Asimismo ofrecemos instrumentos y producimos materiales para explicar el problema del ‘tráfico humano’ e invitamos a nuestros miembros a unirse a nosotros para alentar al gobierno cambiar la ley y hacer que ‘las personas que sufren el tráfico’ tengan protección en Canadá”. Al saludarme me da fuerte la mano y con una gran sonrisa me acompaña hasta la puerta y me desea buena suerte con la investigación. Sus palabras girarán en mi cabeza toda la noche. Una cosa es segura: en el mundo existen miles y miles de personas que dedican sus existencias a combatir el tráfico de seres humanos, pero no hay una conciencia de masa transversal a los pueblos como la necesidad de combatir las drogas y recuperar sus víctimas: y sin embargo los dos problemas coinciden mucho más de lo que pensase al inicio de esta investigación (desde Canadá, Luca De Mata) (17 – continúa) (Agencia Fides 20/4/2009)


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