VATICANO - Benedicto XVI en el Domingo de Ramos: “Vida, muerte y resurrección de Jesús, son para nosotros la garantía de que verdaderamente podemos fiarnos de Dios. De este modo se realiza su Reino”

lunes, 6 abril 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – El Domingo 5 de abril el Santo Padre Benedicto XVI presidió, en Plaza San Pedro, la solemne celebración litúrgica del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. En la celebración participaron numerosos jóvenes de Roma y de otras Diócesis, con ocasión del aniversario diocesano de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud. En la homilía el papa se detuvo a reflexionar en particular sobre el significado del Reino de Dios anunciado por Cristo.
“San Juan, en su Evangelio, después de narrar la entrada en Jerusalén… relata que, entre los peregrinos que querían ‘adorar a Dios’ durante la fiesta, había también algunos griegos – dijo el Papa –. Fijémonos en que el verdadero objetivo de estos peregrinos era adorar a Dios… La verdadera meta de la peregrinación ha de ser encontrar a Dios, adorarlo… Queridos amigos, por eso nos hemos reunido aquí: Queremos ver a Jesús. Para eso han ido a Sydney el año pasado miles de jóvenes. Ciertamente, habrán puesto muchas ilusiones en esta peregrinación. Pero el objetivo esencial era éste: Queremos ver a Jesús”. Del Evangelio no resulta con claridad si ese encuentro entre aquellos Griegos y Jesús se llevó a cabo. “La vista de Jesús va mucho más allá – prosiguió Benedicto XVI –. El núcleo de su respuesta a la solicitud de aquellas personas es: ‘Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto’. Y esto quiere decir: ahora no tiene importancia un coloquio más o menos breve con algunas personas, que después vuelven a casa. Vendré al encuentro del mundo de los griegos como grano de trigo muerto y resucitado, de manera totalmente nueva y por encima de los límites del momento. Por su resurrección, Jesús supera los límites del espacio y del tiempo”.
Luego Jesús Resucitado “va a los griegos y habla con ellos, se les manifiesta, de modo que ellos, los lejanos, se convierten en cercanos y, precisamente en su lengua, en su cultura, la palabra de Jesús irá avanzando y será entendida de un modo nuevo: así viene su Reino”. El Santo Padre evidenció asimismo dos características esenciales de este Reino: pasa a través de la cruz y es universal. La universalidad, la catolicidad “significa que nadie puede considerarse a sí mismo, a su cultura a su tiempo y su mundo como absoluto. Y eso requiere que todos nos acojamos recíprocamente, renunciando a algo nuestro. La universalidad incluye el misterio de la cruz, la superación de sí mismos, la obediencia a la palabra de Jesucristo, que es común, en la común Iglesia… La universalidad y la cruz van juntas. Sólo así se crea la paz”.
Respondiendo a los griegos, Jesús “formula una vez más la ley fundamental de la existencia humana: ‘El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna’. Es decir, quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. Ésta se vuelve tediosa y vacía. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el ‘sí’ a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. Así, este principio fundamental que el Señor establece es, en último término, simplemente idéntico al principio del amor… Y este principio del amor, que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la cruz, al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo”.
El Santo Padre, dirigiéndose especialmente a los jóvenes subrayó que en la realidad concreta “no se trata simplemente de reconocer un principio, sino de vivir su verdad, la verdad de la cruz y la resurrección”. Por esto “el gran ‘sí’ del momento decisivo en nuestra vida – el ‘sí’ a la verdad que el Señor nos pone delante – ha de ser después reconquistado cotidianamente en las situaciones de todos los días… También el sacrificio, la renuncia, son parte de una vida recta. Quien promete una vida sin este continuo y renovado don de sí mismo, engaña a la gente. Sin sacrificio, no existe una vida lograda”.
Finalmente, comentando el miedo de Jesús ante el poder de la muerte descrito en el Evangelio, el Papa recordó que “Como ser humano, también Jesús se siente impulsado a rogar que se le libre del terror de la pasión… También nosotros podemos lamentarnos ante el Señor, como Job, presentarle todas las nuestras peticiones que surgen en nosotros frente a la injusticia en el mundo y las trabas de nuestro propio yo. Ante Él, no hemos de refugiarnos en frases piadosas, en un mundo ficticio… Al final, la gloria de Dios, su señoría, su voluntad, es siempre más importante y más verdadera que mi pensamiento y mi voluntad. Y esto es lo esencial en nuestra oración y en nuestra vida: aprender este orden justo de la realidad, aceptarlo íntimamente; confiar en Dios y creer que Él está haciendo lo que es justo; que su voluntad es la verdad y el amor; que mi vida se hace buena si aprendo a ajustarme a este orden. Vida, muerte y resurrección de Jesús, son para nosotros la garantía de que verdaderamente podemos fiarnos de Dios. De este modo se realiza su Reino”.
Terminando su homilía el Santo Padre recordó que al final de la Liturgia, los jóvenes de Australia entregarán la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud a sus coetáneos de España: “Cuando tocamos la Cruz, más aún, cuando la llevamos, tocamos el misterio de Dios, el misterio de Jesucristo: el misterio de que Dios ha tanto amado al mundo, a nosotros, que entregó a su Hijo único por nosotros. Toquemos el misterio maravilloso del amor de Dios, la única verdad realmente redentora. Pero hagamos nuestra también la ley fundamental, la norma constitutiva de nuestra vida, es decir, el hecho que sin el ‘sí’ a la Cruz, sin caminar día tras día en comunión con Cristo, no se puede lograr la vida”. (S.L.) (Agencia Fides 6/4/2009; líneas 64, palabras 957)


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