VATICANO - El Santo Padre preside la Santa Misa en el IV aniversario de la muerte del Sumo Pontífice Juan Pablo II: “intrépido y valiente defensor de Cristo, por Él no dudó en gastar todas sus energías para difundir su luz por todo lugar”

viernes, 3 abril 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “El amado Siervo de Dios Karol Wojtyla - Juan Pablo II, desde joven se mostró intrépido y valiente defensor de Cristo: por Él no dudó en gastar todas sus energías para difundir su luz por todo lugar; no aceptó componendas cuando se trataba de proclamar y defender su Verdad; no se cansó nunca de difundir su amor. Desde el inicio de su pontificado hasta el 2 de abril del 2005, no tuvo miedo de proclamar, a todos y siempre, que sólo Jesús es el Salvador y el verdadero Liberador del hombre y de todo el hombre”. Con estas palabras el Santo Padre Benedicto XVI recordó al Siervo de Dios Papa Juan Pablo II durante la celebración de la Santa Misa que presidió con los Cardenales en la Basílica Vaticana la tarde del jueves 2 de abril, IV aniversario de la muerte del Siervo de Dios. En particular han participado en la Celebración los jóvenes de la diócesis de Roma, como preparación para la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebra a nivel diocesano el Domingo de Ramos. Comentando la primera lectura de la Celebración, donde Dios predice a Abraham una numerosa descendencia, el Papa subrayó la singular experiencia espiritual del siervo de Dios Juan Pablo II: “Se podría decir que especialmente en los años de su largo pontificado, él ha generado a la fe a muchos hijos e hijas. Vosotros sois el signo visible de esto, queridos jóvenes presentes esta tarde: vosotros, jóvenes de Roma y vosotros, jóvenes venidos de Sydney y de Madrid, para representar idealmente a las multitudes de muchachos y muchachas que han participado a las 23 Jornadas Mundiales de la Juventud, en varias partes del mundo. ¡Cuántas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, cuantas jóvenes familias decididas a vivir el ideal evangélico y a buscar la santidad están vinculadas al testimonio y predicación de mi venerado Predecesor! ¡Cuántos muchachos y muchachas se han convertido o han perseverado en su camino cristiano gracias a su oración, a su aliento, a su apoyo y a su ejemplo!... Como padre afectuoso y atento educador, indicaba seguros y firmes puntos de referencia indispensables para todos, en especial para la juventud. Y en la hora de la agonía y de la muerte, esta nueva generación quiso manifestarle haber comprendido sus enseñanzas, recogiéndose silenciosamente en oración en Plaza San Pedro y en tantos otros lugares del mundo. Sentían, los jóvenes, que su partida constituía una pérdida: moría ‘su’ Papa, a quien consideraban ‘su padre’ en la fe. Advertían al mismo tiempo que les dejaba como herencia su coraje y la coherencia de su testimonio. ¿No había él subrayado tanteas veces la necesidad de una adhesión radical al Evangelio, exhortando a adultos y a jóvenes a tomar en serio esta común responsabilidad educativa? También yo, como sabéis, he querido retomar esta preocupación suya, deteniéndome en diversas ocasiones a hablar sobre la urgencia educativa que hoy afecta a las familias, la iglesia, la sociedad y especialmente a las nuevas generaciones”. Para realizar esta difícil misión no bastan los recursos humanos, subrayó el Papa, “es necesario confiar en primer lugar en la ayuda divina… Queridos jóvenes, no se puede vivir sin esperar… Estad atentos: en momentos como este, dado el contexto cultural y social en que vivimos, podría ser más fuerte el riesgo de reducir la esperanza cristiana a ideología, a slogan de grupo, a revestimiento externo. ¡No hay nada más contrario al mensaje de Jesús! Él no quiere que sus discípulos ‘actúen’ un papel, quizás el de la esperanza. Él quiere que ellos ‘sean’ esperanza, y pueden serlo solamente si permanecen unidos a Él. Quiere que cada uno de nosotros, queridos jóvenes amigos, sea una pequeña fuente de esperanza para su prójimo, y que todos juntos lleguéis a ser un oasis de esperanza para la sociedad al interno de la que os encontráis. Esto es posible con una condición: que viváis de Él y en Él, mediante la oración y los Sacramentos, como os he escrito en el Mensaje de este año. Si las palabras de Cristo permanecen en vosotros, podemos propagar la llama de aquel amor que Él ha encendido sobre la tierra; podemos llevar la antorcha de la fe y de la esperanza, con la que avanzamos hacia Él, mientras esperamos su retorno glorioso al final de los tiempos. Es la antorcha que el Papa Juan Pablo II nos ha dejado en herencia. Me la ha entregado a mí, como su sucesor; y yo esta tarde la entrego idealmente, de nuevo, en un modo especial a vosotros, jóvenes de Roma, para que sigáis siendo centinelas de la mañana, vigilantes y alegres en esta alborada del tercer milenio. ¡Responded con generosidad a la llamada de Cristo!” (S.L.) (Agencia Fides 3/4/2009; líneas 48, palabras 792)


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