AMÉRICA/CANADÁ - En vuelo hacia Montreal - La maleta con la cuerda (correspondencia de Luca de Mata - 16)

martes, 17 marzo 2009

Montreal (Agencia Fides) – Acabo de dejar Bélgica y estoy volando hacia Canadá. Mi investigación sobre la inmigración o, mejor dicho, sobre los movimientos de los pueblos de un continente a otro, me lleva cada vez más hacia el centro de un fenómeno que hasta hace poco tiempo se circunscribía a personas pobres que, llevando consigo lo poco que tenían, iban en búsqueda de nuestras tierras, y con ellas nuevas esperanzas y nueva fortuna, y que sobre todo buscaban una serenidad que en su propia patria tal vez no existía. Este ha sido el destino de millones de europeos en flujos imparables con dirección a América u Oceanía. Países enteros se transfirieron a otros lugares del mundo cargando consigo la experiencia de la miseria y la desesperación. Los primeros partieron en los puentes de los barcos, con “las maletas atadas con un cordón”, sin conocer la lengua del país de destino, sin ninguna certeza, viviendo sólo de la esperanza de permanecer unidos en las dificultades que los esperaban. Fueron millones, y partían ciertamente como personas libres, no como esclavos. Pero, hoy en día, ¿es también así? ¡No! Ciertamente, no.
Mientras más me sumerjo en los caminos de la nueva inmigración, más se hace evidente el designio criminal que está detrás: explotar la desesperación y la miseria de millones de individuos. Los caminos que esta masa de gente pobre debe recorrer para poder entrar en las naciones de los privilegiados están bien delimitados y controlados por organizaciones criminales. Hoy en día más que de inmigración deberíamos hablar de trata, de tráfico de seres humanos, o incluso, de manera más explícita, de nuevas esclavitudes. He querido dar a esta investigación el título de “la maleta con la cuerda”.
¿Porqué este título, “la maleta con la cuerda”? Es una figura que inmediatamente, casi por instinto, nos hace pensar en los millones de migrantes: italianos, irlandeses, polacos, españoles, portugueses que, a inicios del 800 y llegando hasta los años 50 del siglo pasado, se trasladaron de un continente al otro con sus maleta amarradas con cordones, llevadas en la espalda, fugando de la miseria. Mujeres, hombres y adolescentes, muchas veces analfabetos, que con tenacidad, con sacrificios y voluntad, se constituyeron en verdaderos ladrillos que contribuyeron a la construcción de la riqueza de Occidente. Masas enteras, millones de individuos hoy completamente integrados, hijos e hijas de aquellas maletas amarradas con cordones. Hoy difícilmente distinguibles de aquellos que tan sólo un siglo antes habían llegado a aquellas mismas tierras huyendo de la miseria y de las persecuciones, cuando no deportados por la fuerza.
¿Y hoy? Sin maletas. Si nada. Millones de sombras se deslizan por montañas y costas para alcanzar un sueño: escapar al hambre y a la muerte que te busca escondida tras la sonrisa de un joven, o de una mujer de trilita que, inerme, te mata junto a otros inocentes como tú. Sombras que se mueven por las costas. Sombras sin maletas porque no hay espacio en el barco. Sobras sin maletas porque es más fácil atravesar los caminos de los montes y sus precipicios. Sombras que no pueden dejar huellas en las rutas frecuentadas por los comerciantes de la carne.
Las maletas atadas con cuerdas son ellos mismos: sus cuerpos, o mejor dicho, sus sombras. El crimen da las órdenes. La desesperación baja la cabeza. Pago anticipado. Carne, huesos y sangre ya no te pertenecen. Una vez establecido el precio todo es de la “Agencia”. Ya nada te pertenece, ni tus sueños ni tus esperanzas. La maleta es tu tumba. El cordón te rodea el cuello y lo aprieta quitándote el aliento. Cordón criminal, de chantajistas despiadados, cuando no fanáticos del terror. A ti te toca solamente pagar y obedecer. Te tienes que convertir en una sombra para que yo te lleve adonde quieres llegar. ¿Y la maleta? ¡La maleta eres tú! Tienes que entregar el dinero, ¡mucho dinero! Una deuda infinita y grande como las esperanzas más dulces un más grandes de cada uno. Entregar el dinero. ¡mucho dinero! Para que a ti, hombre-mujer-maleta, se te conceda llevar dentro un sueño, ¡uno sólo! Porque la realidad, cuanto más grande, más distinta, y será tu propio sueño. Es sabido, ¡soñar cuesta! Y por ello “la Agencia” te prestará el dinero que necesitas para realizar tu sueño. Bendita “Agencia”. Maldito mi sueño que ahora me tiene encadenado en la clandestinidad. Sombra forzada a la prostitución, sombra de esclava, sombra de esclavo. Diez, doce horas, con la columna obedientemente inclinada en el lugar en que me fueron arrancados los sueños. Guardo en la memoria tan sólo aquello que dejé, en el lugar del que logre escapar. Tierras de sangre y de nada. Y nada ha cambiado. También aquí, sólo el más fuerte sobrevive.
Os cuento mis sueños. El pasado y el presente están en una misma habitación donde todas las noches debo pasar por encima de otros como yo, para poder abandonarme al sueño sobre una cama pegada a una especie de servicio higiénico, que tiene, junto al lavatorio, un horno y un balón de gas. Una habitación llena de olores acres, de humedad, de ninguna certeza, ni siquiera por la desesperación de mis sueños. Mientras pensaba, a la distancia, que me separa de vosotros, me pregunto: “¿He superado la distancia?” Cuando estaba allí me decía a mí mismo: “No sé”. No entiendo los mecanismos, pero sé de aquel o de aquella que han llegado a aquel lugar en el que se compra y se vende felicidad, donde no hay guerras ni escasez.
Bendita “Agencia” que me prestará el dinero para atravesar mares y montes. Y es así como caí en la trampa de los ingenieros de las finanzas del crimen, de los distribuidores al por mayor, de los comerciantes de prostitutas, de los traficantes de muerte y a veces en nombre de una religión. Terror. Explotación. Esclavitud. El mundo rico tiene miedo de las sombras y por ello gastan miles de millones de dólares cada año para ejercer el control sobre las políticas migratorias y de asilo. Miles de millones que podrían crear millones de puestos de trabajo, allí donde no hay trabajo y aquí donde faltan trabajadores. Acaba de aterrizar mi avión. “La maleta con la cuerda” me espera también en esta nación. Bajo del avión sin la ilusión de encontrar aquí una realidad diferente. De los amigos que me esperan, he recibido ya noticias no menos dramáticas y crueles que aquellas recogidas en Europa. (desde Canadá, Luca de Mata) (16 – continúa) (Agencia Fides 17/3/2009; líneas 74, palabras 1090)


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