VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por D. Nicola Bux y D. Salvatore Vitiello - La libertad religiosa y la cuestión de la “reciprocidad”

jueves, 26 febrero 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides)- La Iglesia católica en sus dos mil años ha realizado la más colosal integración de pueblos y culturas, desde oriente hasta occidente, sin dejarse llevar por nacionalismos siempre presentes. El secreto: su conversión hacia Dios. Sin esta, todo proceso integrativo de culturas y valores diferentes nunca será un enriquecimiento sino un formidable obstáculo para la convivencia, como ya se está verificando en Europa. La integración, como en justicia pide Harry Hagopian, abogado de la diáspora armenia, uno de los más grandes expertos internacionales en leyes y derechos, postula una reciprocidad religiosa y política, desde la construcción de iglesias, sinagogas, mezquitas hasta los “derechos” políticos e interpersonales. Esto exige un profundizar para poder entender que es lo que pertenece a Dios y que a César: a Dios pertenece la libertad del hombre de actuar según su conciencia incluso en darle culto. Sabemos que tal libertad está enraizada en los países de tradición cristiana y católica; lo mismo se diga de la dignidad del hombre y de la mujer. Nadie hoy en día en el mundo occidental piensa razonablemente impedir a un no cristiano edificar un lugar de culto según la religión que profesa. Nuestra cultura jurídica defiende tal situación. El occidente ha madurado muchos derechos, así como otros que pretenden serlo; sin embargo no piensan así los musulmanes. No todos saben que ellos no reconocen la Carta de los derechos del hombre y que han realizado una propia.
Así, la cuestión permanece sin resolver en la relación de cristianos con hebreos y musulmanes, en Israel y en países islámicos respectivamente, sin mencionar los islamistas; países laicos, salvo Siria, no hay más. Relación desigual para los hebreos que viven según la aconfesionalidad no declarada pero si practicada por el estado de Israel; para los musulmanes la consecuente dhimmitude, es decir la sumisión que dicta el Corán para hebreos y cristianos. Es evidente que se invoca la reciprocidad. Los musulmanes dicen que no están permitidas las iglesias o solo bajo ciertas condiciones; en la laica Turquía, por ejemplo, no deben mostrar la fachada a la calle y no deben tener el campanil.
¿Qué pensar? Jesús se preocupó por una reciprocidad: poner la otra mejilla e invitar a soportar la persecución. En nuestros tiempo vivimos con la ilusión que esta se pudiese evitar con el dialogo; que fuese políticamente no correcto hablar de persecución y de martirio, y sin embargo, en todo el mundo esta es la reciprocidad a la que están destinados los cristianos. Jesús siempre pidió la conversión a Dios, a dar 10 pasos con quien te pide 5, a perdonar para ser perdonados, en definitiva, a usar una medida sin medida: la medida del amor.
Dicho esto, los cristianos que tienen responsabilidades civiles y con ellos los no creyentes de buena voluntad, con racionalidad y realismo, no dejarán de interesarse por los derechos de las minorías cristianas en estos países y reivindicarán de manera legal y pacífica todo lo que es justo reivindicar. Además, la reciprocidad es un derecho que no puede ser contradicho desde el punto de vista legislativo tanto en relación a las reglas de las relaciones entre pueblos como al respeto de cada “Persona”. Se nos consienta recordar, con un cierto desencanto, que no podemos olvidarnos que Cristo afirmó: “Si ha mi me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” y también: “si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos...”.
No nos olvidemos de la “superioridad” de la justicia, es decir de la fe cristiana. El Papa afirma en la encíclica Spe salvi: “En la historia de la humanidad, la fe cristiana tiene precisamente el mérito de haber suscitado en el hombre, de manera nueva y más profunda, la capacidad de estos modos de sufrir que son decisivos para su humanidad. La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad. En efecto, nos ha enseñado que Dios –la Verdad y el Amor en persona– ha querido sufrir por nosotros y con nosotros... en las pruebas verdaderamente graves, en las cuales tengo que tomar mi decisión definitiva de anteponer la verdad al bienestar, a la carrera, a la posesión, es necesaria la verdadera certeza, la gran esperanza de la que hemos hablado. Por eso necesitamos también testigos, mártires, que se han entregado totalmente, para que nos lo demuestren día tras día. Los necesitamos en las pequeñas alternativas de la vida cotidiana, para preferir el bien a la comodidad, sabiendo que precisamente así vivimos realmente la vida. Digámoslo una vez más: la capacidad de sufrir por amor de la verdad es un criterio de humanidad. No obstante, esta capacidad de sufrir depende del tipo y de la grandeza de la esperanza que llevamos dentro y sobre la que nos basamos” (39).
Entonces, serán los cristianos los primeros en reivindicar la libertad religiosa que proviene de Dios que nos ha creado libres y, sobre todo, rezaremos para obtenerla, como se hace el Viernes Santo, pero aprendiendo a “ofrecer” los sufrimientos grandes y pequeños de cada día, y a inserirlos “en el gran com-padecer de Cristo” para que así entren “a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano” (40). Y más bien la reciprocidad la dejarán para César, para el poder civil y político, y si no se las concede, “les inflingirá – como afirma paradojalmente J.H. Newman – la tarea de perseguirlos”. (Agencia Fides 26/2/2009 líneas 59, palabras 907)


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