EUROPA/BÉLGICA - Entrevista a un padre misionero - De un país africano a Bélgica (correspondencia de Bélgica de Luca De Mata - 12)

jueves, 22 enero 2009

Bruselas (Agencia Fides) – Desde hace unos días me encuentro en Bélgica; con la ayuda de Caritas he podido encontrarme con inmigrantes de diversas nacionalidades. El domingo estuve en el mercado de ambulantes, cercano al pasaje subterráneo de la estación. Gran cantidad de mujeres con el rostro cubierto. Sonidos y perfumes de África del Norte se percibían ya antes de entrar en el recorrido de los puestos de venta. Deseo hablarles. Un puesto de CD audio: “¿Originales?” –pregunto a uno de los dos vendedores. Inesperadamente responde en Italiano: –“¡Certamente!”, alzando el volumen del aparato. Hay mucha gente alrededor. Insisto: “No conozco el árabe. ¿Me puede ayudar?”. Se ríe y mete en una bolsa tres CD. “¿Le gusta? Está dentro de la bolsa. Yo escogido dos. Confía”. Pago. No me siento convencido. Mi expresión me traiciona. “Tú no confías. Pero son buenos”.
Me alejo con la sensación de no haber estado en Europa. Era un extranjero tolerado. “Tú no confías. Pero son buenos”. ¿A qué se refería? ¿A la canción? ¿A la voz? ¿Al ritmo? o tal vez a su fe, a su honestidad, a su habilidad para vender. Estoy en el coche dirigiéndome a un convento, y pregunto al amigo de la Nunciatura Apostólica que me acompaña: “¿Y no estáis preocupados por toda esta presencia musulmana? Tantas mujeres tapadas: por todos lados”. Se queda en silencio. “La verdad es que vengo de un lugar en el que todas las mujeres van con la cabeza cubierta, y por lo tanto no veo lo que tú observas”.
Es un dato: la inmigración musulmana está creciendo por todas partes en Europa. Moderados y fanáticos. Mi interlocutor, sabio, diplomático experimentado, huye del argumento. “Te estás fijando en un problema que tiene que ver con los flujos migratorios. Una realidad compleja. Las personas se mueven impulsadas por necesidades elementales, pero también por el deseo de llegar a lugares como este, donde cada uno es libre y expresa su propio credo”. El coche baja la velocidad. Llegamos. Del ingreso pasamos a una amplia sala con un magnífico jardín. El padre nos acoge con una gran sonrisa. “Sé todo, sé todo. Usted está realizando una encuesta sobre la inmigración y los problemas que trae consigo. Aquí, aunque el Señor hizo la tierra para todos, yo también soy un inmigrante, Vivo aquí, en Bélgica desde hace 24 años, los primeros 32 los viví en Asia. Durante la guerra entre los comunistas y los otros, yo estaba ya en el tercer año de estudios teológicos. Llegaron los comunistas. Abandoné los estudios. Me mandaron a trabajar a los campos. El Obispo nos pidió a mí y a otros cuatro de ocuparnos de una parroquia en una región pobre. Cultivábamos la tierra para sobrevivir y ayudar a la diócesis. En 1976 los comunistas me pidieron trabajar para la “Juventud Comunista”, con el cargo de secretario. Había pocas personas con una cierta cultura.
Ag. Fides: Pero Usted, padre, en aquellas condiciones, ¿cómo hacía para vivir su vocación, su obra de evangelización?
¿Vocación? En ese periodo abandoné la religión cristiana. La presión de los comunistas contra la religión, el Papa, los Obispos y todo lo que tenía significado cristiano era fuerte. Fui una víctima. Tres años. Me sentí violentado. Sin la fe cristiana mi vida estaba vacía. Alentaba a los jóvenes a trabajar. Fui cómplice de la mentira. Hablaba, pero sabía que estaba diciendo mentiras. Prometían, pero en realidad no teníamos nada. Abandoné la “Juventud Comunista” en 1979. Hacia la mitad de ese mismo año los comunistas me convocaron nuevamente para una iniciativa que se llamaba “Movimiento de instrucción popular de los analfabetos”.
Tres veces a la semana, desde las 8 de la noche, me ponía a disposición para enseñar a leer y escribir. El proyecto en sí era bueno, pero poco realista. En una población, en pleno campo, la gente más que saber leer y escribir tenía que sobrevivir; tenían que trabajar el campo y por si fuera poco, al atardecer tenían que atender a los animales y ocuparse de su casa. Pasé todo el tiempo solo. Nadie venía. Al final del año, para los exámenes, les pedí a los niños que acudieran en su lugar. Con miedo y alegría declaramos que en nuestra población el analfabetismo había sido erradicado. La realidad era totalmente diferente. Estaba desilusionado: no había sintonía entre aquello para lo que el régimen trabajaba y la realidad cotidiana. En 1982 renuncié por honestidad y fui arrestado.
Me mandaron a trabajos forzados. Era sospechoso de espionaje porque mi familia había fugado al exterior. Me obligaron a declararme públicamente contra mis padres, mis hermanos, mis hermanas. Prometí fidelidad al partido comunista. Me vigilaban cada segundo. Finalmente logré dejar el país. Fue un largo viaje. Llegué aquí, a Bélgica. Toda era completamente distinto: estaba desorientado, con las manos vacías. Luego de cuatro días de mi llegada, entré en este monasterio donde fui acogido con calor y compasión. En 1985 fui ordenado diácono y en 1986 sacerdote. Ahora soy responsable de cuatro parroquias en Bruselas.
En mi experiencia de emigrante, está el sufrimiento de haber tenido que abandonar todos mis lazos de origen, mi lengua materna. El Señor entiende todas las lenguas, pero para nosotros es difícil expresarnos en una lengua extranjera, es difícil sobretodo expresar aquello que viene de nuestro corazón. El segundo aspecto tiene que ver con el trabajo. Hay una diferencia de mentalidad. Para los asiáticos hay siempre una relación entre las cosas, entre las ideas. Hay una dificultad en las relaciones. Cuando tienes que hablar en público todos los días, en las parroquias, en las iglesias, frente a cien o trescientas personas, eres siempre un extranjero. Yo soy un asiático que celebra la Misa entre blancos. Para los blancos es también difícil al inicio.
Pero al mismo tiempo hay muchas riquezas. En mi propia familia tenemos dos religiones. Mi padre es budista, mi madre católica. Nací y crecí entre estas dos realidades. Por ejemplo, enseño a meditar también a los niños de ocho años con ocasión de su primera comunión. El aporte de otras riquezas culturales nos podría ayudar a llenar el vacío de un país donde se produce y se consume demasiado, y donde ya no se piensa en la vida interior. En el grupo de sacerdotes que trabajan en mis cuatro parroquias hay dos congoleses, un rumano, un magiar, un solo belga, y yo que soy asiático. Es un equipo internacional y se trabaja muy bien porque ahora en las parroquias no hay solamente europeos, sino también muchos africanos, asiáticos y de otros continentes.
Ag. Fides: Una segunda y última pregunta. ¿Su vida en esta comunidad misionera que trabaja en el corazón de Europa?
Vivo en una comunidad con hermanos de todo el planeta. Mi superior es asiático, venido de Birmania. El vicario, es decir su segundo, es togolés. Uno de los hermanos es americano y trabaja para la formación de los misioneros, otro es congolés y es mi vicario en la parroquia, y etc. Compartimos toda nuestra riqueza cultural, la riqueza de cada uno, de cada país y continente. Gracias a esta realidad, tenemos una gran apertura, pues estamos obligados a abrirnos para aceptar al otro, ya que no tenemos la misma cultura. Para comunicarnos entre nosotros se tiene que aprender el francés, de lo contrario cada uno habría hablado su propia lengua. Obviamente, también todo lo que se refiere a la comida, a las ideas, es un enriquecimiento. En el ámbito de la Santa Misa, de la oración, de la vida espiritual, es la misma cosa: de parte de cada fraile hay siempre un aporte que hacer. (desde Bruselas, Luca De Mata) (12 – sigue) (Agencia Fides 22/1/2009; líneas 86, palabras 1284)


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