VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - Quien no conoce a Dios no tiene esperanza

jueves, 11 diciembre 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En el tiempo del “politically correct”, la afirmación: “Quien no conoce a Dios no tiene esperanza” podría sonar extraña, sobre todo para los oídos de quienes confunden ‘dialogo’ entendido como medio y ‘dialogo’ entendido como fin. Sin embargo se trata de una afirmación de Benedicto XVI en la Encíclica Spe Salvi en el número 27.
¿Cómo se llega a este juicio en el sentido filosófico y no moral del término? El punto de partida es la universal constatación de la insuficiencia estructural del hombre al hombre. Todo cuanto es verdadero y bueno y que el hombre consigue realizar, no basta para su corazón, no responde a su exigencia de ‘infinito’. En ese sentido quienes adhieren a “la corriente de pensamiento de la edad moderna […], se equivocaban al considerar que el hombre sería redimido por medio de la ciencia. Con semejante expectativa se pide demasiado a la ciencia; esta especie de esperanza es falaz. La ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma” (Spe salvi, n. 25). La esperanza, por su naturaleza, para ser auténtica esperanza, capaz de superar los límites estructurales del hombre, exige totalidad y plenitud, exige apertura al misterio infinito, a Dios.
Todo otro tipo de esperanza que no sea Dios es radicalmente insuficiente. No por razones morales o ética, mas simplemente porque el corazón exige más, exige la totalidad. La realidad, de la cual el hombre es parte y de la cual es ‘excelente’, se muestra abierta, incluso necesaria y mendicante de una esperanza infinita.
Esta necesidad, si es escuchada y tematizada adecuadamente, genera una gran y misteriosa solidaridad entre los hombres que, reunidos por la misma exigencia, pueden “mendigar esperanza” juntos. El respeto de los derechos fundamentales del hombre, antes que sus valores religiosos, debe ser radicado en el conocimiento de una correcta, pues es real y no ideológica, antropología. Solo en la mirada a aquel ‘misterio’ que es el hombre, se podrá fundar una auténtica relación con el otro. Solo el recuperar una auténtica antropología, que no esté desvinculada de la autoconciencia de cada uno, permitirá el florecer de un humanismo integral tantas veces invocado por el Siervo de Dios Juan Pablo II.
En este sentido, quien no conoce a Dios no tiene esperanza: sin la gran esperanza que, justamente por ser infinita y paradójicamente manifestada en la historia como amor, es la única ‘adecuada’ al corazón del hombre, incluso excediendo la necesidad y la limitada capacidad de acogida, conocimiento e imitación. “Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto” (n. 31). Entonces, quien no conoce a Dios no tiene esperanza, en realidad tampoco conoce el amor. Esto es el opuesto lógico (y existencial) de aquel conocimiento atemático de Dios, que para algunos debería suceder mediante el amor y el existir-para-el-otro. Existe una prioridad lógica, y cronológica, del conocimiento del Amor que es Dios, sobre el ejercicio del amor, de la fe sobre la praxis, de la ontología sobre la ética, del dogma sobre la experiencia. “Su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es ‘realmente’ vida” (ibid). (Agencia Fides 11/12/2008; 44 líneas, 647 palabras)


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